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Nata o leche merengada

Con el calor llegan muchas cosas divertidas: hay más horas de luz para jugar en el parque, abren las piscinas y los chiringuitos de verano, se pueden practicar deporte más cómodamente y, sobre todo, hay un montón de lugares donde comprar deliciosos helados.

Natalia y Margarita esperaban con nerviosismo a que el puesto de helados del señor Vicente abriera sus puertas. El señor Vicente hacía los mejores helados de la ciudad, puede que del mundo entero. La gente formaba largas colas para comprar uno de sus deliciosos helados. 

En este ocasión Natalia y Margarita eran las primeras de la fila. Llevaban horas allí para ser las primeras.

-Seguro que el señor Vicente tiene un detalle con nosotras por llevar tantas horas aquí -dijo Natalia.

-Estoy convencida de ello -dijo Margarita.

Después de horas de espera el señor Vicente abrió el puesto. Al ver allí a las niñas, encabezando la largo cola. les preguntó:

-¿Cuántas horas lleváis esperando?

-Desde las 7 de la mañana, señor Vicente -dijo Natalia.

-Eso son muchas horas, pequeñas -dijo el señor Vicente, mirando el reloj. Eran las doce en punto del mediodía-. Por ser las primeras os regalaré un helado a cada una. 

El señor Vicente les dio a las niñas un cucurucho con una enorme bola de helado de color blanco.

-Yo creo que es de nata -dijo Natalia.

-No, seguro que es de leche merengada -dijo Margarita.

-Que no, que te digo que es de nata.

-Y yo te digo a ti que es de leche merengada.

Y así se quedaron un rato discutiendo acaloradamente sobre sus helados,

-¿Qué tal si lo probamos? -dijo Natalia.

-Vale, y la que acierte se queda con los dos -dijo Margarita.

Pero cuando fueron a probar los helados estos se habían derretido. Tanto se habían metido en la discusión que no se habían dado cuenta, y eso que tenían las manos pringosas debido a la crema derretida.

Lamiendo tristemente lo poco que quedaba Natalia dijo:

-El mío es de nata.

-El mío es de leche merengada -dijo Margarita.

Y sin decir nada más, las niñas volvieron a hacer cola para comprar un helado, pensando en la discusión absurda que habían tenido y en la pérdida tan grande que había sufrido solo por querer tener razón.

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