Buscaba a su hija desaparecida. Recorrió caminos, calles, subterráneos, pueblos y ciudades.
De vez en cuando, un callejón sin salida cortaba su desesperada carrera, pero lo más angustioso era encontrar paredes de ladrillos cuando abría puertas y ventanas.
Exhausta, llegó a un recodo del camino, donde un anciano se refugiaba del sol bajo la sombra de un árbol.
El anciano estaba de espaldas. Llevaba el cabello blanco, liso, que casi rozaba el suelo, y le pareció entrever una luenga barba, blanca también.
El hombre se volvió y efectivamente, su barba le cubría el cuerpo y ! rozaba el suelo !
Ella, a la distancia en que se encontraba del hombre, no podía ver su rostro del todo, pero al acercarse poco a poco, la sorpresa la fue paralizando.
No. No era un hombre...y mucho menos, viejo. Era una joven. Una jovencita de unos dieciseis años.
" Qué extraño- pensó- una jovencita con barba y blanca "
_ ¿ Quién eres ? Se atrevió a preguntarle.
_ Soy muy joven y muy viejo-vieja. No tengo ni sexo ni edad.
_ ¿Sabes algo de mi hija ?.
_ Lo sé todo. Pero no te preocupes por tu hija, que por cierto, no es a ella a quien buscas, sino a ti misma.
- Dime, por favor, quién eres.
Soy la Verdad.
Fin
Me gusta este tipo de relatos: breves, metafóricos y reflexivos sin perder la sencillez como esencia literaria. Sinceras FELICITACIONES. Alejandro J. Diaz Valero.