Según se dice, en 1524 Fray Pedro de Gante pide a los poetas sobrevivientes de la corte de Moctezuma escriban un himno náhualt para honrar a la virgen, y así se lo comunica al rey Carlos V. Los franciscanos usan entonces la representanción teatral religiosa como ritual para instruir a los nativos.
El inicio formal de las pastorelas es ubicado por algunos historiadores en 1527, cuando se presentó en Cuernavaca la comedia de los reyes.
Fray Juan de Zumarraga ordenó, en 1530, una escenificación de la farsa de la natividad gozosa de nuestro Salvador, la obra fue un trabajo pleno de sugerencias y hermosura, de emociones para los misioneros ante los primeros cristianos mexicanos.
Andrés de Olmos, misionero y escritor políglota, compuso en náhualt "La adoración de los Reyes Magos" para celebrar la epifanía, festividad intimamente relacionada con la Natividad.
La obra fue aceptada y tuvo resultados sorprendentes ante miles y miles de espectadores.
Por la vía del arte dramático, del teatro y del diálogo, avanzó el ideal cristiano.
La comunidad indígena utilizaba las pastorelas incluso para "limpiar el aire de los malos espíritus", aún cuando en las postrimerías del siglo XVI y principios del siglo XVII la Santa Inquisición prohibe este tipo de manifestaciones por su irreligiosidad.
La pastorela nació en nuestra tradición cultural decembrina como una forma de diseminación de la doctrina cristiana que rápidamente se convirtió en una auténtica manifestación de teatro popular.
Durante la colonia, las órdenes religiosas aprovecharon la fuerte tradición teatral de la cultura náhualt para propagar en forma didáctica la evangelización.
Los Jesuitas, llegados a la Nueva España en 1572, y quienes ejercieron amplia influencia en la educación del pueblo, fueron los principales impulsores de los coloquios.
Pero el fervor indígena prevalece y sobrevive la pastorela, y ya en pleno siglo XVII se divide de hecho en tres tipos: la de las casas de la comedia ( en teatros y con fines lucrativos); la de los indígenas de gran valor religioso y fuerza ritual, y la de los sacerdotes, como apoyo a la evangelización.
Tanto la pastorela mexicana como la virreynal tienen la esencia de Fernández de Lizardi, cuando, en 1821 escribió su tradicional "La Noche más Venturosa", como reacción a las impuras manifestaciones "antireligiosas".
Las pastorelas que desde entonces pueden llamarse género teatral se vuelven de lo más flexible en su intención y representación.
La primera representación que se recuerda en Jalisco se ubica en Zapotlán, hoy Ciudad Guzmán, donde se presencia la primera batalla entre San Miguel y Lucifer , en lengua indígena. En los primeros años las pastorelas se convierten en importantes elementos de comunicación y participación social. Así para fines del siglo XVI, pueden encontrarse referencias a una pastorela propiamente mexicana, sobre todo en estados de antigua influencia jesuíta: Puebla, Querétaro, Guanajuato y Jalisco.
Las pastorelas de las iglesias, que conservan su contenido esencialmente religioso y un lenguaje culto, surgen y se desenvuelven las pastorelas tradicionales representadas en las zonas rurales. Se caracterizan por un lenguaje rudo y esencial propio de pastores; están impregnadas de cierto humorismo involuntario y son ingenuas y picarescas. Sus autores son anónimos, están escritas en verso, y tienen mucho de improvisación.
Las pastorelas de los barrios se constituyen en tradición de familia y han ido poco a poco dejando su lenguaje pulcro para dar paso a otro cargo: de sexualidad, sentido irónico y cómico. En los últimos años la crítica social y política también se ha hecho presente en la trama de muchas obras que son producto de la creatividad popular.
La trama que reproduce a humildes pastores: Bartolo, Gila y Blas; guiados por el ermitaño hacia Belén, con la ayuda de San Miguel que los defiende de Luzbel y que éste los deja llegar, así como a los Reyes Magos a adorar al Niño Dios.
En Jalisco las pastorelas siguen presentándose en forma tradicional en casi todos los municipios, destacándose muy especialmente las que se hacen en Tuxpan, San Martín de las Flores y en Cuquío.
Pero también sin dejar de mecionar las de otras poblaciones como son la de Hacienda de El Cuis, La de Atengo, Lagos de Moreno y San Diego de Alejandría.