Ella era tan práctica, tan elemental, tan fría.
Todo sucedió en Febrero, creo. Lo recuerdo porque en ese mes quedé completamente curado de mis hemorroides. Salía de la Clínica y al pasar por la sala de espera ahí estaba, vomitaba sin parar en una bolsa amarilla, su rostro era blanco y sus ojos verdes. Sus manos temblaban y el largo cabello negro casi se le metía a la bolsa. Estaba sola y con miedo. Me acerqué, hablé con ella, me di cuenta de que estaba borracha y que no estaba ahí para que la atendieran. Su novio había rodado por unas escaleras desde un tercer piso, se había roto una pierna, la nariz, tres dedos y se había fracturado el pene. La invité a tomar algo. Salimos de la Clínica y se quedó dormida en el carro. La llevé a casa, la acosté en mi cama, sólo le quité los zapatos y la dejé ahí. Tuve que salir y volví en la noche, al entrar, la encontré en el baño vomitando, a su lado una botella de vodka vacía, más allá una caja de arroz chino por la mitad. Comí algo de arroz y me di cuenta de que seguía borracha. Salió del baño, me miró y se metió de nuevo a la cama, esta vez sólo llevaba puesta una camisa y una medias tobilleras de color negro. Sus piernas tenían morados por todas partes, dio media vuelta y se quedó dormida. Al día siguiente me desperté y ella no estaba, se había llevado una botella de whisky con un pan francés. Salí a trabajar y volví a la noche. Al llegar a la casa, sonaba Cure for pain de Morphine. Ella bailaba desnuda con una copa de vino tinto en su mano y la botella en la otra. Le pregunté que cómo había entrado, me dijo que había encontrado un par de llaves en la cocina. Eran de la señora que hace aseo, le dije. Luego sonó Have a lucky day de otro álbum de Morphine.
––Traje algo de música y este vino–– me dijo, mientras me miraba sonriente.
––Sabías que Mark Sandman murió en un concierto mientras tocaba–– comentó, al tiempo que se regaba un poco de vino por sus pequeños senos blancos de pezón rosado dejando que el río tinto bajara hasta el ombligo y se detuviera en el inicio de su pubis para luego restregárselo por su vagina y subir de nuevo a sus senos.
––¿Quién es Mark Sandman?–– le pregunté y creo que ni me oyó. Empezó a masturbarse encima del sofá, sus pezones se hincharon y sudaba un poco, tomó el control remoto del equipo y le subió al volumen. En ese momento empezó a sonar You speak my language. Gemía con los ojos cerrados y el control remoto pasó a ser su ayudante sexual. Tres minutos veinticinco después se detuvo. El shuffle del equipo mandó a Morphine a Like swimming y todo volvió a la calma. Ella se levantó bebió un poco más y se me acercó, abrió el cierre de mi pantalón, buscó mi semierecto pene, se lo metió a la boca y lo sacó dos minutos después cuando me vine dentro. Me empujó con fuerza contra la silla. Escupió en el piso, se tomó el último trago de la botella, fue al cuarto y al volver ya estaba vestida, ninguno dijo nada. Ella tenía unos jeans gastados con una corta blusa negra y una chaqueta naranja. Vámonos de aquí, me dijo. Yo tomé mi saco azul, las llaves del carro y fuimos a la clínica. A su novio lo habían trasladado a otro lado. No lo buscamos. En el camino compramos una botella de brandy Napoleón, un paquete de pipas y unos condones retardantes. Resultó que al tipo de la pierna rota y el pene jodido yo lo conocía, era un delirante seudoartista que pretendía tener a este pueblo a sus pies. Sólo lograba tenerla a ella.
No creo que haya durado más de media hora la botella. Nos besábamos como chiquillos y yo le agarraba sus pequeños senos con fuerza y le retorcía un poco los pezones. Eso le gustaba. Compramos media botella de ron, cigarrillos y seguimos en nuestro festín privado dentro del carro. Diez minutos después ya no había trago, era algo insuperable esa niña. Retorcido ya de mi cabeza decidimos ir a su casa en San Antonio, era un apartamento al cual llegamos dando curvas y tumbos. Nos detuvimos en la puerta de su casa, me besó como con ganas de estrangularme desde adentro, masajeaba mi polla con su pelvis de tal manera que la erección ya era como una de esas que causaban anemia. De inmediato, al sentir el punzante objeto cerca de ella, desabrocho la cremallera de mi pantalón y empezó a lamer de principio a fin. Yo ya no podía ni ver, eché mi cabeza hacía atrás y cuando estaba a punto de venirme me empujó por las escaleras de la calle, caí supongo que igual que como cayó el seudoartista, me fracturé el brazo derecho, la muñeca izquierda y tuve un ojo inflamado. La loca esa no pudo con mi pene que salió intacto. Días después fui a buscarla, pero nadie sabía quién era. Ni siquiera si realmente vivía allí, incluso la señora que me atendió dijo que yo era el sexto al que ella le había hecho lo mismo. Nunca volví a verla y pocos saben de ella. Sí, definitivamente, yo la conocí en Febrero.
oye me encantó tu cuento, sin temor a ofender a nadie, parece la versión negra de uno de los Doce Cuentos Peregrinos de Gabo. Me gustó mucho.