De amores y sabores
La escena era simple, un viejo bar apolillado, unas cervezas, que con el calor de la ciudad son como oasis en el asfalto, un aire apático, que al igual que los obreros que ahí se reúnen, se encontraba exhausto y sin la menor intención de moverse. Sentados en una mesa quejumbrosa y disfrutando de una segunda ronda de aliento, se hallaban dos viejos amigos, discutiendo sobre tal vez uno de los temas que la humanidad ha olvidado, ¿a qué sabe el amor?
Primero propusieron que el amor sabía tal vez como uno de esos chocolates que de niños exigimos con cólera a nuestros padres. Y claro, entonces podía ser aderezo de otros sentimientos, se podría poner por ejemplo una cubierta de chocolate derretido sobre el odio, o hacer barras con relleno de pasión e incluso ponerle a la vida cotidiana chispas de chocolate. Pero había entonces un problema, el hastío, y venía implícito en la dulzura, pues es de todos conocido que el chocolate, además de empalagar, provoca dolores de cabeza.
-¿Qué hacerle, es delicioso?- Dijo el menor de los amigos.
Uno de ellos recordaba su primer noviazgo y mientras bebía su tercer tarro, planteó que ese amor le supo a pan recién cocinado. Con esta comparación surgía la posibilidad de untar la pieza de besos, abrazos y caricias, o acompañarla con un vaso de ternura. Y se convertía en un buen postre para la vida, exquisito después de una comida de actividades y obligaciones. Sin embargo volvían a reaparecer aspectos negativos, dado que la delicia del calor desaparece pronto. Y después es difícil quitarse de encima las migajas que tantas veces se esconden.
-Tienes razón, sí alguien revisará mi vida de seguro encontraría migajas de mi primera novia- Decía el otro.
Mientras el menor de ellos ordenaba una cuarta ronda de cervezas, el otro ya casado formulaba que el amor sabía a café. Explicaba que el amor mutuo con sus hijos, bien conservado, guardaba siempre el mismo suculento sabor. El aroma de un buen café, impregna a un hogar de una agradable fragancia. Al llegar a la casa no hay nada como ser recibido con una deliciosa taza y sentarse a la mesa para compartir una rica cena de sonrisas. Por supuesto existen sus inconvenientes, ya que el café, no hay duda, provoca insomnio y otros malestares nerviosos.
-Si no fuera por el café, no me mantendría despierto cuando mis hijos salen de noche- Decía el casado, mientas el alcohol le robaba una sonrisa.
Los dos amigos bebían vigorosamente sus inmensos tarros, mientras otra proposición surgía. El amor sabe como los camarones. Y entre ellos expusieron varias razones. Son realmente sabrosos cuando están frescos, se acompañan con salsa de ilusiones, galletas de sueños además de otros ricos complementos que avivan la emoción. Es un manjar que trae la marea. No obstante, uno se encuentra, de vez en cuando, algún camarón en mal estado, que lo único que provoca es un gran dolor.
-A veces, después de un sufrimiento, uno tiene miedo de volverlos a probar- Decía el menor de ellos en voz alta, agitando su tarro en el aire.
Así transcurrieron los minutos, entre tarros y tarros de cerveza surgieron un par de comparaciones, pero fueron más burdas. Después de un rato olvidaron el tema, pidieron otra ronda y empezaron a cantar. Pedían otra cerveza y les surgía el valor para invitar a una amiga a bailar. Con otra comenzaron a hacer tonterías, definitivamente el alcohol les había arrebatado el control de sus mentes. Hablaron, rieron, lloraron, gritaron y en ningún segundo se podía predecir cual iba a ser su estado de ánimo.
Fue entonces cuando uno de ellos se paró impulsivamente y dijo ansiosamente a su amigo:
-No será que el amor sabe a cerveza-