Osé luchar contra fornidos enemigos, el campo de batalla se hizo oscuro y sanguinolento, allá en la colina en un sombrío búnker y en espera incesante el motivo más brillante de la batalla cruenta. María se llamaba la damisela dueña de mis amores, su nombre en mi estandarte me hizo conducir a la muerte segura a miles de guerreros que creyeron en mí, o por lo menos en lo que yo sentía, y mientras la dama esperaba la sangre corría mezclándose en conjunto la del enemigo y la mía.
Logramos al fin tomar la colina, mis hombres izaron la bandera del triunfo y yo desbocado derrumbé muros y tumbé puertas, rompí vidrios y quemé dinteles arrasando a mi paso con todo hasta tener en mis brazos a mi amada.
¿A mi amada? Hoy transcurrido cierto tiempo me he levantado y al ver el bulto delicado bajo las sabana retiré con suavidad estas de su cara, era ella sin dudas la mujer que en la guerra anterior me había empujado a la lucha y el honor, pero ¿Porqué en este instante no sentía nada? Sigiloso me embutí entre mis ropas de estar y salí de la habitación, me dirigí a las barracas de mis hombres entre la fría neblina matutina y sin ninguna delicadeza empujé con fuerza la pesada puerta. Allí para sorpresa mía los hombres más violentos y más amado de mi cuerpo de batallas hacían semicírculo alrededor del fuego, con las caras largas y la mirada triste comentaban entre sí pequeños secretos cotidianos, de la cotidianidad del campo de batalla, de lo común de enfrentarse con la muerte. Hicieron silencio al verme llegar, me miraron primero curiosos y luego con inquisición, vieron el ridículo batolón que me cubría y echaron a reír de buena gana, al fin y contagiado de sus risas me uní al grupo, y comenzamos a hablar de muchas cosas, hasta que salió a la luz la invasión que en el condado vecino ahora llevaban a cabo los drunos, pueblo bárbaro opuesto a las leyes de la cristiandad, me levanté como tocado por un rayo, “y a que esperamos” me oí gritar, y a este grito uno de mis hombres retirando una piel de oso dejó ver mi armadura limpia y reluciente, cuando despuntó el sol estábamos listos, formados y en camino, atrás quedaba mi castillo y en él entre cuatro paredes una desconocida, yo iba al encuentro del verdadero amor, la muerte y la violencia, de la cual ni la más pura de las almas me había podido ayudar a escapar.
Es un cuento q sube la moral sobretodo cuando mesionas q te enfrentas con la muerte y ps tambien mensionas tu amor hacia una dama.