El cielo esa tarde gozaba de una claridad verdaderamente deleitosa.
La temperatura comenzó a elevarse lentamente, nadie advirtió ese detalle, sino hasta la noche, que llegó a ponerse negra como la tinta china. Se fueron a dormir, sofocados y cansados.
Cuando la luna estaba en su fulgor, fue cubierta por una masa espesa de nubes tremendamente juguetonas, grises, y casi monocromáticas.
En ese momento es donde ella, se dio cuenta que la lluvia caería impiadosa.
Y todos dormían...
Empezó a caminar lentamente, mirando atenta hacia donde ir, donde refugiarse, gozando de ese calor, pero ya convencida de lo que vendría.
No había más tiempo, la gota más grande le cayo a dos centímetros de su cabeza, ya no podía seguir pensando ni eligiendo, tuvo que empezar a correr. Tarde porque no llegó donde quería.
Empezó a menear sin parar sus pequeñas extremidades, el agua a torrentes no la dejaba ver.
Pensaba - ¡ Se olvidaron de mí ! -, - ¡ me las van a pagar! -.
Como un verdadero torrente cayo sobre ella y sobre todo lo demás la más intrépida y elegante tormenta. La que no cesó sino hasta la madrugada.
Y ella se las ingenió, se tomó fuertemente con una pata, de una lata de cerveza, la que flotaba ocurrentemente.
Y se resignó...
Cuando todos se levantaron el agua ya estaba dentro de la casa; papeles, sillas, juguetes, almohadones; todo flotaba, el agua llegaba casi hasta el borde de las camas.
En ese momento se acordaron de la mascota, y pensaron lo peor.
Afuera todo desbaratado...
En el borde superior derecho de uno de los vértices de una pileta de natación de vinilo, estaba Testudíneos Tortuga, con su peto, haciendo péndulo sobre la lata de cerveza, sumamente enojada, y pensando: -hoy mismo me cambio de familia, voy a hablar con los Emídidos.