Había una vez, en un claro del bosque, una aldea. En la aldea, muy pero muy pobre, había una hermosa joven, sus cabellos eran color de oro y sus ojos azules como el cielo, que hacían enamorarse a todos los jóvenes de aquel lugar y a todos los que visitaban la aldea.
Pero su belleza estaba maldecida, una penosa enfermedad afectaba su corazón, por lo que su madre siempre estaba detrás de ella para que no se agitara pues esto podía afectar, su salud.
Un día un joven que se había perdido, por casualidad llegó al pueblo y quedó locamente enamorado de la joven. Así continuó visitando, a la joven que también le correspondía. La madre preocupada se oponía a ese amor pues sabía que el joven ocultaba algo.
Un día se anunció la llegada del rey a la aldea, venía junto a sus damas y caballeros y el principe. Que sorpresa ante los ojos de todos el joven enamorado era el principe. La madre rápidamente se lo comunicó al rey, pues quería que su hija no sufriera, pero sólo consiguió que el rey insultara a la muchacha, quien cayó desmayada al piso. Pasó muchos días sumida en una fuerte crisis, el principe insistía en verla pero no le dejaban. Unos días después la muchacha murió. En la noche el principe lloraba junto a su tumba, de pronto creyó ver su reflejo, dijo estoy loco, pero no, era ella y en el cielo volaban las willis;( Jóvenes que han muerto virgenes, y cada noche bailan sobre sus tumbas y odian a los hombres y se llevan sus almas por el agotamiento). La joven lo cuidó toda la noche y no permitió que su alma abandonara su cuerpo, las willis lo perdonaron y en honor de ese amor tan grande que ambos se profesaban, le otorgaron permiso para verla todas las noches. Han pasado muchos años y todavía el principe visita cada noche a su Willi y juntos bailan la danza sin fin.