Tendría no mas de quince años cuando, con mi hermano mayor y sus amigos, a mi lado, buscábamos un sábado por la noche aquello que diera sentido a nuestra juventud: una fiesta, drogas, una pelea ganada y una chica con quien el sexo fuera la corona de un recuerdo imborrable. Y allí estábamos, caminando como pistoleros por la noche hasta llegar a la casa del contacto, aquel que tuviera la invitación, el lugar de la fiesta…
Una vez con los datos y tarjeta en las manos fuimos directo a buscar licor y buena droga. La encontramos y llenamos nuestra existencia de aquella gran mentira y, fuimos tan estúpidamente felices que hasta el día de hoy me acusa gracia… Cuando llegamos a fiesta encontramos a un grupo que, al igual a nosotros, deseaban entrar. La casa estaba repleta de gente, eso lo supimos porque lo veíamos por una de las grandes ventanas… Escuchamos el ruido de la banda, las risas y parloteos de la juventud, y, sobre todo aquella aura que se reflejaba en el cielo que nos decía que, si el paraíso estaba perdido, tras la puerta de la casa encontraríamos el camino…
Ante la imposibilidad de entrar puesto que no cabía ni un alfiler decidimos buscar la manera de entrar por otro lugar. Nos dimos la vuelta y nos enfrentamos a la otra banda que con una escalera estaban por entrar en nuestro paraíso. Mi hermano empujó la escalera y la banda de los otros afilaron sus puñetes. Comencé a temblar pues los otros eran más fuertes y grandes que nosotros. Mi hermano no dudo y como una pantera se enroscó sobre el jefe del otro grupo. “¡No se meta nadie!”, escuchamos los dos grupos esperando el desenlace… Vi a mi hermano subir sus manos hasta cogerle los pelos del otro y como si fuera una convoyada, no le soltó las crines al gigantón hasta que bajó la cresta, y, una vez en el piso lo empezó a patear y patear hasta dejarlo sin conciencia… Al ver esto, los amigos del gigantón se treparon encima de mi hermano, y allí empezó la broncaza… No recuerdo cuantas veces me patearon, puñetearon, empujaron por los aires, pero sí recuerdo ver a mi hermano coger a aquel que me vapuleaba por los suelos con sus brazos llenos de sangre y darle una bandada de patadas en la cara y las piernas… Vimos huir a todos los malditos como si fueran caballos desbocados. Cierto, habíamos ganado la batalla, pero aún no entrábamos al paraíso…
Fue mi hermano con sus manos ensangrentadas quien cogió la escalera y llamándome por mi nombre me pidió que fuera yo el primero en subir… Una vez todos adentro, el primer lugar fue buscar el baño. Nos lavamos las manos, las caras, y luego de un poco más de cocaína, inflamos nuestras almas de ensoñaciones y nos lanzamos hacia el paraíso. Era increíble, estaban las chicas más bellas de toda la ciudad, sin embargo, me di cuenta que todas, o casi todas, eran mayores que yo. Mi hermano fue el primero en coger a una chica que, al verle la pinta, no dudo en aceptar su envestida, luego, los demás le siguieron y todos tuvieron la misma suerte, todos… menos yo que, ante semejantes mujerzotas tuve que sentarme al lado de la banda y, ponerme a escuchar como si no hubiera nadie mas… Cogí un poco mas de droga y, me sentí mas pequeño de lo que era, es que, aún no cumplía los quince años y lo peor, era que, aparentaba tener unos once… Todos los chicos o chicas que me miraban decían que yo era la mascotita del grupo. Callé. Miré a mi hermano y, maldiciéndole en silencio, decidí largarme de aquel paraíso que, siempre sería perdido para mí…
Ya estaba en la calle cuando sentí el sonido de una flauta tras mi espalda. Volteé y era mi hermano con una hermosa flauta y una encharolada maleta a su lado… Me quedé escuchándole y, riéndome de su conducta le dije que deseaba estar solo, que se quedara en la fiesta que, eso, no era para mí… Mi hermano me cogió de los hombros y, casi a la fuerza, me arrastró hacia allá. Me presentó a su nueva conquista y, ella, me dio un beso en las mejillas, luego, ambos, desaparecieron de mi lugar… De pronto, vi como a seis chicas, todas de mi tamaño que con los ojos raros como los de esos pescados en sus pesceras, me miraban. “Tengo que atreverme”, pensé. Me les acerqué y, con la cara llena de dudas, les pedí si deseaban bailar… Todas dijeron, casi en coro, que no. Me sentí pero que un gusano y, sin que se diera cuenta mi hermano salí de la casa…
Ya estaba doblando la esquina cuando vi a mi hermano y a todo el grupo que, aún con la hermosa flauta y su estuche encharolado, decidieron buscar otro lugar para terminar con la luminosa noche…. Uno de ellos dijo: “¡Vamos al prostíbulo!”. Todos decidieron que si, que era la mejor idea puesto que las chicas con quienes habían estado ya estaban recogiéndolas sus padres. Yo, era virgen, nunca había tenido una relación sexual. Traté muchas veces con las empleadas de la casa, con las amigas de mi hermano, pero nunca pude, es que, odiaba las cosas preparadas. Sentía que, el sexo, era algo muy sagrado, algo así como Dios… Y, solo con amor, yo tendría aquella experiencia… pero todos mis amigos y hermano ya habían subido a un auto y me arrastraron hasta al auto.
Una vez en el “sitio”, todos entraron como perros hambrientos, menos mi hermano quien sabía de mi pequeño problema. Me dio un poco de licor y me dijo que: “Lánzate, yo conozco a esa, le diré que te de una atención personal…” Fue entonces en que me sentí más grande de lo que era y, casi gritándole le dije que todo eso apestaba, que yo no podría estar con una mujer que ha estado no con uno si no con mil… “¡No puedo!”, le grité. De pronto sentí que una mano me cogía del culo y me empujaba hasta caer al suelo. Era una de las putas que, sin que yo lo supiera, me estaba escuchando. “¡Entra, muchacho, a ver si tienes o no tienes!”, gritó tan fuerte que toda la gente del burdel comenzó a burlarse de mí… Todos, menos mi hermano que, cogiéndome del piso, me pidió que esperase un momento. Lo vi coger a la puta de los pelos, y luego, sin decir nada, la metió, junto con él, al cuarto rosa… salí de aquel cuchitril y, con la flauta en mis manos empecé a tocarle a la noche una triste melodía…
Todo esto sucedió cuando aún era tan joven que me parece un hermoso sueño. Y ahora que ya estoy viejo, me causa una inmensa gracia… Mi hermano hace mucho que se ha casado, tiene hijos, esposa, trabajo… Yo, aún no he encontrado el amor verdadero, vivo solo, pero sí he encontrado el paraíso perdido mientras tropiezo en mi memoria con todas aquellas facetas de mi vida, de mi historia que, como si fueran grandes personajes, desfilan a través de mi existencia, compartiéndolas con mi alma en la forma de un canto, un sentimiento, una historia, reviviéndola, disfrutándola mientras toco mi vieja flauta… y, en verdad, en el aliento que sale de mi ser, siento que yo, soy el mejor instrumento, y aquel sentimiento, me lleva al paraíso…
San Isidro, julio del 2005