Las crias no habian abandonado este mundo sin dejar sus rastros, sus huellas... sin dejar más "crias" a la espera de la orden...
Los dias se sucedieron sin paz desde la ejecución, para todos los que los habian visto relamerse frente al dolor y la muerte que se colgaba de sus piernas, apurando la asfixia.
Pero habian otros ojos que observaban desde la muchedumbre; ojos que se inyectaron en sangre y que oyeron las voces que dictaban la desolación.
Y eran dos, nuevamente, los que se escondieron en el bosque, adorando a las ya antigüas crias; aprendiendo en la alucinación todo lo que debían hacer y cómo debían hacerlo.
Sus ojos se hundieron en los abismos y sus cuencas vacias jamás volvieron a ver la realidad.
Se recostaron en la cueva, donde aún se podía oler la sangre seca, y alli esperaron que la noche los abrigara para cometer los crímenes mas cruentos.
Se agazaparon en las sombras y se acercaron a una de las casas que estaban al margen del claro. Abrieron la puerta con ganzúas y se deslizaron en busca de carne fresca para devorar.
Abrieron una de las puertas donde encontraron una cuna y alli se acercaron, tomando al pequeño entre sus brazos, para salir huyendo de allí.
Por la mañana, el grito desgarrador de la madre resonó en todo el pueblo, internandose aún en el bosque para llegar a los oídos de las jóvenes crías, que sonrieron satisfechas.
Esta fue la primera de las tantas desapariciones de niños que se produjeron en ese pequeño pueblo, sin que pudieran encontrar a los autores.
De hecho se llegó a pensar en los fantasmas de esos dos asesinos, pero nada explicaba las continuas desapariciones que llenaban de dolor, un dolor que alimentaba a las crías.
Una noche llegó al pueblo un hedor espantoso que cubrió toda la zona, de cuya humareda se podía ver recortada en el cielo a la distancia.
Rápidamente los hombres se adentraron en la maleza, guiados más por la curiosidad que por la venganza, para ver si aquello era o no los fantasmas que acosaban al pueblo.
Llegaron finalmente y la visión dantesca de aquello hizo explotar sus pupilas. Allí, amarrados en una gran hoguera estaban los cuerpecitos inertes de los inocentes, que de cuyas carnes se alimentaban las crías mientras danzaban frenéticamente alrededor.
Cayeron a tierra sobre sus rodillas las madres, en un llanto agónico que hizo estremecer a los presentes y que alertó a las crías, quienes dejaron de bailar, para huír hacia la oscuridad, pero los hombres lograron atraparlos y los arrastraron hacia el centro, donde los golpearon con mazas y palos, hasta moler sus carnes y huesos.
Los enterraron allí mismo, y jamás volvió crecer la hierba; de hecho, nada más volvió a crecer allí, donde cada año el bosque parecía retroceder, dejando un claro cada vez mayor al que la gente de ese pueblo lo bautizó como "el claro de los malditos" donde aún hoy se siente el olor a carne cocida y se oyen los alaridos guturales de las crias.
fabulosa imaginación la tuya, poblada de asesinos y finales atrapantes. Exitos!