Era una noche oscura y lluviosa. Hacía ya días que los dos jóvenes habían planeado su hazaña. Todo estaba listo, pero aún así un lejano temor los hacía presa de un extraño presentimiento. Ellos sabían que nadie había podido soportar toda la noche en aquella vieja y abandonada mansión, todos huían poco antes de la medianoche; y que si algo sucedía no habría nadie ni nada cerca que los oyese, pero ellos estaban decididos. Se oían terribles historias sobre aquel sitio. A pesar que Romualdo se había negado al principio, las osadas razones y persuasiones que le había dado Luis habían terminado por vencer su acostumbrada prudencia y sacar al aire su espíritu aventurero.
Por fin, después de mucho caminar llegaron a tan escalofriante lugar. La “mansión”, era en realidad una antigua casona abandonada, en las afueras de la ciudad. Estaba ubicada en el medio de un bosque seco y desolado. Tenía una gran reja que la rodeaba y luego de atravesarla, uno tenía que caminar un gran descampado sobre el cual ni la mala hierba crecía. En cambio, el salón principal de la casa estaba ricamente ataviado y ordenado con gran elegancia, además de estar limpio y sin la menor mancha, a pesar de que al parecer nadie había vivido en aquel lugar desde hacía exactamente 81 años. En cambio el resto de salones, aunque sus implementos eran extremadamente finos, todos estaban viejos descoloridos, roídos, sucios y con telarañas. En toda la casa había una permanente oscuridad que no se veía alterada por nada, y en el aire se sentía un frío que hacía que se te erizara todo el cuerpo con cada respiración.
La historia decía que en aquella casa vivía un viejo gentilhombre con su joven y bella esposa. Todo era felicidad en ese hogar, y el hombre, que de joven había sido muy pobre, trabajó hasta poder alcanzar un título y mandar a construir esa mansión para retirarse con su esposa, no sin antes haberse asegurado una considerable fortuna. Ellos bajaban a la ciudad una vez por semana para asegurarse provisiones, pasear y distraerse. Ahí llamaban la atención por lo amable del gesto del señor y la belleza y encanto de la joven dama. Se decía que el hombre idolatraba a su esposa y la complacía en todo. Lo único que empañaba su felicidad era que el hombre le exigía una familia numerosa, cosa que con el transcurrir los años su petición seguía sin cumplirse. Fue así como el amor del viejo se agotaba y se fue volviendo un ermitaño amargado. Todo su tiempo lo ocupaba en esculpir figuras de niños con formas de ángeles. Cada vez se volvía más retraído y más indiferente con su esposa. Un día, los aldeanos preocupados pues hacía más de un mes que no iban al pueblo, fueron a buscarlos. No encontraron a nadie, la casa estaba desierta, pero encontraron grandes cantidades de sangre sobre la negra alfombra que cubría la última habitación del primer piso y la sala principal. Nunca más se supo algo de ellos.
Los jóvenes llegaron exactamente a las 7:25 de la noche de un 30 de octubre. Ese día era el aniversario de la última vez que se vio a alguien en la “mansión”. Romualdo cargaba provisiones y abrigo; Luis únicamente una linterna. A pesar de su valentía, apenas cruzaron el umbral, Luis sintió de súbito una fuerte sensación que le hacía demorar su paso; Romualdo no hacía más que quejarse de haber aceptado la apuesta y de haber ido a ese espantoso sitio. Aún así, su curiosidad era mayor y atravesaron la puerta. Se quedaron maravillados al ver todo el esplendor de aquella sala principal, tanto que no se percataron de la pulcridad de aquel sitio. Según siguieron avanzando, y ya hacia la media noche, los salones se hacían cada vez más oscuros e inmundos; telas de araña y animales que se arrastraba recorrían las habitaciones. Caminaron hasta llegar a un recoveco largo y oscuro, en el cual no se dejaba ver nada que no fuera oscuridad, por lo que no podía conocerse cuan largo era ese pasillo. De repente, vieron una brillante luz en lo más lejano del corredor, al ir avanzando hacia ella veían como se llenaba cada vez más con la proximidad...o bueno, ellos crían que avanzaban, porque en realidad tan excitados se hallaron con el descubrimiento que sus cuerpos habían quedado paralizados y no les respondían sus piernas como ellos lo deseaban; en realidad la luz se acercaba cada vez más y más y más hacia donde ellos estaban, haciéndose mayor y mas veloz. Cuando ellos por fin pudieron reaccionar, ya era demasiado tarde.
En la mañana, cuando los jóvenes despertaron, no recordaban nada de lo que había sucedido desde que la gran luz los había alcanzados. Sólo sabían que se encontraban en el último piso del lugar y que alrededor de ellos un olor a putrefacción los ahogaba y diferentes estatuas de niños con forma de ángeles que les rodeaban completamente, como si estuvieran en medio de un círculo de estatuas, cada una de ella con un rostro más triste que el anterior. Con gran dificultad lograron llegar a la planta baja, y salieron rápidamente del lugar, alegrándose de estar vivos.
Desde que pisaron un pie fuera de la casona se dieron cuenta de que algo extraño había sucedido. La mansión estaba rodeada por un cementerio que no recordaban haber visto cuando fueron, y se percataron que en la habitación donde habían despertado, los rayos solares irrumpían parte de ella, cuando se suponía que en la mansión no penetraba ningún tipo de claridad. Cuando analizaron las tumbas sobre las cuales estaban parados, se dieron cuenta de que éstas tenían sus nombres. Asustados, corrieron al pueblo, y sintieron que el camino era muchísimo menor al que habían recorrido de ida. Al llegar, vieron una aldea mucho mayor a la que penetraron la primera vez. A pesar de eso, reconocieron a un pueblo sumido en la tristeza y la pobreza, pero ellos recordaban a unos fructíferos campesinos , muy hospitalarios por cierto.
No terminaban de extrañarse cuando un anciano que de semblante apagado se cruzó en su camino. No resistieron y le preguntaron para comprobar que el pueblo al que llegaron era el mismo al que recordaban. En efecto, el nombre era el mismo. El anciano se disculpó pues decía que debía apurarse pues era tiempo de cosecha y que debía recolectar lo poco que lograban. Esto sorprendió a Luis, pues recordaba que el día anterior un aldeana le había dicho que llegaban de sembrar. Romualdo también la recordaba y en un ataque de valor preguntó sobre la fecha de aquel día. En efecto, era 31 de octubre, el día que debía ser, pero no era el 2004, era una fecha muy lejana. Era el año 2085. Los jóvenes no comprendieron nada. No sabían que todo en aquella aldea se alteraba cada 81 años.
me gusto la trama que le diste, eso de los años y algunas percepciones del lector, fueron en definitiva que el cuento haya sido bueno, y que sea ansioso de seguir leyendo, pero puedes mejorarlo, a la proxima te sale mejor !!1, saludos........