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La señorita Ingrid

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«Recuerdo muy bien a la señorita Ingrid. Recuerdo el día que llegó a la escuela enfundada en su traje de cuadros, con sus grandes gafas de persona lista. Era el primer día de colegio. La señorita Ingrid entró en la clase con una sonrisa y se presentó. Tenía una voz de niña que no le iba nada a su traje de cuadros.
•Para mí que esta presunta profesora no es la que esperábamos… ¿Quién es? – Exclamó mi amiga Pepa intrigada ante la presencia de aquella curiosa mujer.

Aquel día, todos los niños al verla se quedaron perplejos y dijeron con voz susurrante: – ¡Qué rara es!, no solo Pepa.

La maestra al poco de entrar abrió la mochila, y sacando piezas una a una con mucho cuidado, comenzó a montar su clarinete. Al instante, las notas de una sencilla canción llenaron la clase. Recuerdo como todos escucharon la melodía, hasta que se percataron de que un sinnúmero de pajarillos estaba tras la ventana, silbando las mismas notas que nacían de aquel instrumento. Pero también recuerdo su perfume llenándolo todo, su sonrisa templando el día.  Recuerdos de ayer…que parecían ahora irrecuperables.

Nunca creí que la señorita Ingrid fuese una persona extraña. Para mí no era rara, desde luego. Era muy especial, encantadora y risueña, y todo era magia cuando pronunciaba alguna palabra. Pero no todos pensaban igual que yo, y me venía a la mente el día en que mamá volvió a casa enfadada con la señorita Ingrid, por no sé qué motivo. Aquel día me contó entre gritos que vivía con un elefante. Desde entonces, no pude parar de imaginar a aquella mujer con su elegante traje de cuadros, sus gafas de persona lista y su elefante gigante, embelesando en algún tiempo a toda la selva africana al son de su clarinete. Exactamente igual que había embelesado a los pájaros; a Alicia, Galiana, Luisa, Jota, Natalia o Lucila…Igual que me había hipnotizado a mí.»

Daba gusto ver al pequeño Pablo rememorando en su cuarto todos aquellos dulces recuerdos, acontecidos el año anterior. Apenas quedaba un día para la vuelta a clase y los nervios le estrujaban y entumecían su diminuto estómago. Pero no eran nervios malos, sino de emoción. ¿Volvería la señorita Ingrid a clase? ¿Estarían todos sus compañeros y compañeras con él? Fuese como fuese aquella vuelta, Pablo estaba convencido de que, sin duda, era el momento de volver a pescar nuevos y emocionantes recuerdos con ella…

 

 

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