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Los granizados de Luis

Al llegar el verano el puesto de granizados de Luis se llenaba de gente. 

Había gente que pedía granizados de limón, otros de naranja, de cola o hasta de fresa o de café. Eran tantas las personas que pasaban por allí a lo largo del día que Luis tenía que poner la máquina a funcionar ya a primera hora de la mañana para que cuando llegasen los primeros bañistas a la playa todo estuviese listo. 

Al menos así había sido cada verano hasta aquel en el que Luis dejó de vender 
tantos granizados. Parecía que la gente se había cansado de los sabores de siempre o que con un helado les bastaba para combatir el calor. 

La verdad es que Luis no conocía exactamente las razones, sólo sabía que hacía años su máquina granizadora no paraba de funcionar y ahora apenas vendía unos cinco granizados al día. Se sentía tan triste que cada mañana le costaba más levantarse para abrir su puesto sabiendo que no iba a tener casi clientes. 

Un día, antes de que el sol saliera, Luis le pidió ilusionado a las estrellas que le dieran la receta para poder volver a ilusionar a la gente y al día siguiente le pasó una cosa muy extraña. 

Estaba preparando su granizadora cuando escuchó dentro de ella un ruido extraño. No le dió importancia porque la máquina llevaba varios días parada y pensó que podía ser por eso. Lo que sí le desconcertó fue el momento de servir el primer granizado del día. Era de café y se lo había pedido una de sus clientas más fieles, una adorable anciana llamada Dorotea. 

- ¡Mmmm qué rico está hijo mío! ¡Todavía más rico de lo habitual! - dijo Dorotea nada más probarlo.

Pero eso no fue todo, porque cuando Dorotea dio el primer sorbo a su granizado de café, algo empezó a cambiar. La mujer sintió de repente como un ritmo extraño invadía su cuerpo y le hacía bailar y bailar sin poder parar. Era raro que una mujer de 80 años como Dorotea hiciese eso sin algún tipo de ayuda, así que Luis sintió una curiosidad tremenda por lo que estaba pasando. Para comprobar que se trataba del granizado, decidió repartirlos gratis a todo el que quisiera acercarse por su puesto. 

Llegó un niño a por uno de fresa y al momento empezó a bailar hip hop; una mujer que compartió con su hijo uno de limón empezó a recitar poesía; otro señor que siempre iba muy tapado a la playa se tomó uno de naranja y empezó a cantar y así toda la gente que se acercó a por un granizado hasta su puesto. 

Todos adquirían alguna habilidad artística desde el primer sorbo. Luis creyó que eran sus granizados, que estaban recuperando la magia de siempre. No pudo demostrarlo, pero todo el mundo empezó a acercarse de nuevo por su puesto para comprar un rico granizado. Un escritor que había perdido la inspiración o un pintor sin ideas nuevas. Todos encontraron en la bebida de Luis la fuerza que creían haber perdido.

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