Nacida en cuna de una familia grande de un campo llamado Montebello,RosaMaría y su hermana gemela,a los dos años se enfrentaron a la súbita muerte de su cariñoso padre. Sin la protección de
Juan,Pola se vió a merced de los avaros medio hermanos de sus hijos.
Salió una mañana con los brazos llenos de hijos desamparados y la desesperación en los ojos. El hambre la hizo dejar a RosaMaría con una
tía. La niña corrió llorando tras el coche que se
llevaba a su madre y a sus hermanos. Ese día nació la tristeza en ella.
Pasó RosaMaría de familiar en familiar haciendo los quehaceres, cuando,por gracia de Dios, se hizo quinceañera. Había crecido una bella criolla trigueña con el alma rota. Sus paseos por la plaza se hacían cortos para tanto
trabajo.
Sus noches, de desvelos llenas, estaban pla-
gadas de la misma reincidente pesadilla del aciago día de la despedida de aquel coche.
Los años pasaron y al tiempo de fugarse con su novio llegaron los hijos. El hambre seguía ase-
diando a RosaMaría,mas la vida le dió en aquellos
hijos amorosos días nuevos donde pudo ir deshojándose de sus amarguras. Sus mil pétalos de rosa fueron entornándose; se le ablandó el alma
con los besos de los hijos. Los años ajaron su tez y la llenaron de zurcos sembrados de amores.
Los inevitables golpes de la vida la hicieron fuerte, pero de blando corazón, como son las gua-
yabas que de niña se comía en el monte. De amores
supo cultivar, entre sus flores, sonrisas en los nietos.
Hoy, de RosaMaría quedan sus fotos y la he-
rencia de una fuerza que en el alma sembrada ya no tuvo medio de desamparo. Así se llamo la biz-
nieta, Amparo, que cuidó de ella hasta su último
pétalo.