Mi tía Lupita
Parafraseando al profesor Juan Ramírez Cisneros me pregunto: “¿Dónde están los viejos que nos contaban historias? Esos viejos ya se fueron (murieron); ahora nosotros somos los viejos que contamos historias”. A propósito, el párrafo anterior viene a mi mente en virtud de tanta familia cercana que ha recorrido el camino sin retorno.
El 15 de agosto próximo pasado a las 22 horas, dejó de existir mi madrina, a quien cariñosamente siempre le dije tía Lupita. Guadalupe Reyes Valdez fue su nombre, una gran mujer que yo recuerdo bastante por todo lo que ella significó en mis primeros años de vida. Una mujer trabajadora, fuerte que siempre estuvo afanándose para sacar adelante a su familia.
Cosas del destino. Para mi mala fortuna no pude despedirme de ella por cuestiones que no viene al caso mencionar. Tuve la oportunidad de hacerlo, pero no fue así. Me duele, me puede. Sólo fue posible verla ya tendida en su féretro, como casi siempre pasa.
La última vez que la vi con vida fue en el año de 1996 ó 97, precisamente acudí debido a que estaba convaleciendo de una terrible enfermedad, misma que en ese tiempo superó, pero que desgraciadamente casi 9 años después la llevó a la tumba.
Vienen a mi memoria el año de 1970, cuando mi tía Lupìta –mi madrina de bautismo- después de preparar el café mañanero, en su casa de la avenida XV y calle 12 y 13; a las 7 de la mañana detrás de aquella estufa preparaba a sus hijos, nietos y ahijado –yo- desayuno para mandarnos a la primaria. Siempre encendido el radio a esa hora se transmitía el programa que patrocinaba un empresario mueblero, cuya publicidad terminaba con aquél famoso estribillo “… su Mueblería de Antonio Doumerc…”. Eso nos anunciaba a mis primos Arturo, Rafael, Tomás “Chino” y a mí que debíamos apurar el desayuno para que una vez terminado éste, emprendiéramos a prisa el camino rumbo a la escuela.
Mi tía Lupita durante mi infancia fue algunas veces, muchas, como una madre. Amorosa y consciente de las apremiantes necesidades económicas, me compraba ropa e incluso cuadernos y zapatos. Era cuando las cosas del dinero no iban muy bien en casa.
Algo que sucedió y que jamás olvidaré porque con especial cariño me ha acompañado en mis agradables recuerdos, es un pantalón de yute que mi tía me trajo de Tijuana. Era color café claro, de talla 28, pretinas altas y botón dorado. Con cuanta alegría lo recibí. Para mí en esa época era muy difícil estrenar algo, especialmente pantalones. Fue uno de los mejores obsequios que recibí de ella, sin contar desde luego el inmenso cariño que me profesaba y del cual siempre fue correspondida.
Posteriormente, ya que crecí, pude trabajar y ganar mis propios centavos, cada vez que compraba un pantalón, la escena que platico líneas arriba, venía a mi mente y no podía evitar recordar la imagen de mi tía y una que otra lágrima traicionera me invadía. Hoy en día, aún sucede este episodio.
Debo decirles también con sincera honestidad que allí en casa de ella, aprendí, entre otras cosas buenas, a manejar bicicleta. Fueron mis primos Rafael y Arturo –con quienes más convivía-, los que me ayudaron a realizar esa “hazaña”. Era una bici de esas con cuadro largo, creo que se denominaba Vagabundo. ¡Qué de trancazos me di!, pero eso sí, aprendí a andar en bici.
Fueron muchos años entre la infancia y la adolescencia los que me “batalló” mi tía Lupita, todos esos episodios sucedieron en su hogar.
En fin, recordar a Guadalupe Reyes Valdez, mi “Tía Lupita”, es triste en estos momentos por lo reciente de su fallecimiento; sin embargo, creo firmemente que esté donde esté, ella sabe que dentro del corazón de muchos a quienes desinteresadamente nos brindó calor, cariño, amor y su paciencia, la seguiremos recordando día a día, aunque muchas veces se diga de los muertos que son recuerdos que poco a poco se van convirtiendo en olvido.
A Guadalupe Reyes valdez, tía Lupita, mi eterno agradecimiento por todo lo que me dio y enseñó; estoy seguro que Dios le apartó un lugar en su seno, ya que méritos hizo demasiados para merecerlo.
Tía Lupita, descanse en paz.