Quisiera presentar mis respetos al hombre muerto. Mucho tiempo vivió aquí, enraizado a esta pobre tierra que recogió sus sudores amargos, y sus huellas cansadas todavía calientes por el sendero que lo vio alejarse por última vez. Todavía su eco está por entre los árboles de los caminos y el aire del campo trae alguna ráfaga con su agrio olor. Pero ahora está tumbado en la caja de madera, ¡pobre!, en la iglesia, y yo quisiera presentar mis respetos al muerto, y por eso estoy en la cola del pasillo de la iglesia.
Despacio y en silencio avanzamos, de luto, y ya se ve la caja con el muerto ante algún vaivén del hombre respetuoso que me precede.Yo no sé si me atreveré a mirarle directamente a los ojos al muerto, porque está tan blanco y demacrado que casi no me acuerdo de quién fue, ni de su sonrisa ni de sus ojos afilados, pero quisiera presentarle mis respetos al muerto, que antes de que yo me despertara esta mañana ya se había ido. Así es, y ahora ya no existe, y quizás cuando le demos tierra no haya existido jamás, porque la memoria es flaca aquí. El traje que lleva es el mejor que tenía. Apenas se lo puso más de un par de veces los últimos años. Pero ahora lo lleva porque a la muerte se le recibe en condiciones. Elegante. No es un trámite cualquiera.
Sus manos entrecruzadas en la barriga parecen dos témpanos de hielo. Algunos se las tocan, pero yo no sé si me atreveré, porque estas cosas me dan mucho respeto, sin embargo es posible que haga un esfuerzo porque quiero despedirme del muerto, ya saben, presentarle mis respetos.
Un gran anillo de oro descansa tenso en su dedo anular, parece que se va a resquebrajar de un momento a otro, tal es el frío de sus manos. A ambos lados del pasillo, en los sombríos bancos de madera, la gente sentada mira fijamente algún punto cercano al ataúd, y sólo unos pasos adelante, en la primera fila, la familia compungida toma este trago. Y les duele la garganta al tragar y el corazón al latir, pero las lágrimas son secas.
De la tierra que vino y a la tierra que vuelve, que volveremos.
Hoy todos nos acordamos de ti, mañana ya no te lo puedo asegurar y en unos años pocos lo harán; en cien años te garantizo el olvido total. Pero yo anoche estuve con él antes de acostarme y cuando me levanto esta mañana él ya se había marchado y ahora está en la caja. Muerto. Tan blanco y frío. Y yo he venido a presentarle mis respetos, porque estas cosas se han de hacer así, aunque apenas me atreveré a pasar a un metro de él, porque aunque ya está maquillado y luce su mejor traje lleva la muerte dentro, porque ayer, cuando me acosté, la creí ver rondando por nuestro cuarto. Estas cosas siempre cuestan, no obstante haré un esfuerzo porque quisiera presentarle mis respetos al muerto. Ayer mismo, antes de acostarme, estuve con él.
Lo que más miedo me daba al principio, cuando entré en la iglesia y vi la caja negra, fue el olor, pero estas cosas están muy bien preparadas, y ahora que ya me va a tocar sel el siguiente en presentar mis respetos al muerto, compruebo que huele a perfume y a rosas. Fuera, entre los árboles y caminos, todavía alguna brisa trae su olor, pero durará poco.
Ya lo veo de cuerpo entero. Tengo la impresión de que en cualquier momento se va a levantar. Incluso creo haberle visto hacer un ademán con la rodilla. Creo que no me asombraría lo más mínimo que se levantara, se pusiera de pie y desperezándose dijera: "Uf, qué sueño más largo y reparador. Y qué frío. Vayamos a casa a calentarnos al fuego". Pero tiene la muerte en la cara; ayer la vi merodear por el cuarto antes de acostarnos, y quisiera presentarle mis respetos. No sé si me atreveré a mirarle, no.
El cura ya dio la misa y es la hora del último adiós. Ahora ya no va a estar aquí nunca más. Pero tiene el olvido garantizado. Tiene el tiempo garantizado. Tenemos la muerte a nuestros pies, y apenas un pájaro cruce el cielo nuestro viaje se acabará. Como esta mañana, me he levantado y el muerto ya estaba muerto. Y sólo fue anoche cuando estuve con él. Nos dormimos juntos en la habitación, pero yo ya había visto a la muerte merodear por entre las cortinas, y fue que al levantarme ya se fue, a la muerte. Y en los campos y senderos todavía está su huella, grande, de hombre trabajador, serio, moreno, con los ojos afilados y la sonrisa cierta.
Si afilas el oído todavía el bosque trae el eco de sus palabras, pero nadie le da importancia. No sé si me atreveré a mirarle a los ojos, quizás sí. Tampoco sé si podré tocarle las manos heladas, con el anillo. Puede que sí, pero las dos cosas juntas creo que no me voy a atrever. Sin embargo haré un esfuerzo porque tengo que presentarle mis respetos al muerto.
Si un pájaro cruza el cielo de un extremo a otro, allí cuando lo pierdes de vista es posible que estés muerto y te lloren y te hagan una misa y te presenten los respetos. Una pena no poder levantarse uno de la caja y saludar devolviendo la cortesía a cuantos te tocan las manos heladas o te miran a la cara, sin embargo son pocos los que hacen las dos cosas a la vez. "No se preocupe - diría yo - sus respetos son agradecidos, mas espero que con éste cordial saludo sepa disculpar la grosería de no poder presentarle a usted yo los míos cuando usted se vea en tan embarazoso lance, pero sepa entender, como caballero cabal y de buen gusto, que tal falta no es debida a mi voluntad, fragil por demás, sino más bien a una travesura del tiempo, madre de todas las rameras, como la suerte. Sin más, agradecerle de nuevo su noble gesto y ruego disculpe mi brevedad, que no quisiera se confundiera con descortesía, pero tengo que morirme de nuevo, pues como usted ve hay todavía mucha gente en la cola. Mil gracias de nuevo, y sepa disculpar mis faltas en vida terrenal que hubiesen podido afectarle directa o indirectamente a usted o a algún familiar suyo, y quiero aprovechar a su vez para comunicarle que si quiere transmitir algún recado a alguno de sus parientes fallecidos dígalo ahora, pues complacido llevaré su mensaje obligado por la fuerza de la sangre de caballero que ya no fluye por estas venas, y gustoso por tratarse de usted, que en tan alta estima le tengo; pero ruego su mente sea iluminada y veloz y sepa captar en pocas palabras un gran mensaje haciendo ostentación de condensación y resumen, más o menos como hago yo, pues como ve la cola es todavía muy larga y pronto mi cuerpo comenzará a descomponerse".
Sí, eso sería lo mejor, pero es imposible porque el muerto es muerto y tenemos que pasar uno por uno a presentarle nuestros respetos. A la familia es más fácil, y no porque no estén muertos, sino porque les puedes mirar a la cara y tocarles las manos, pero al muerto..., creo que se ha movido.
Ya soy el siguiente, nadie se interpone entre el ataúd y yo y la cara blanca y el anillo resquebrajado. Cuando uno está ahí, casi en la caja, el tiempo se condensa y el menor instante parece ser un océano, y ya hay dudas sobre cómo obrar, pero sientes las miradas de toda la iglesia sobre tu cogote recién rasurado, pues al muerto se le presentan los respetos con el pelo cortado y en orden, con sobriedad.
No hace sino unas horas, cuando me acosté anoche, que estuve con él, y al despertar ya se había marchado. Y aún tardarán en disolverse un poco sus ecos y huellas, pero el tiempo es implacable, y yo vi la muerte a hurtadillas en la habitación. Al principio la confundí con un pájaro que cruzaba el cielo, pero... el tiempo no puede detenerse ni tampoco volver hacia atrás, sólo sufrirlo, y con su mejor traje le daremos tierra, porque la muerte es seria. Y mirándole a la cara, justo a los ojos.
El último paso y ya estoy allí, frente a frente con el muerto. Me paro porque quisiera presentarle mis respetos al hombre muerto, y allí quieto tengo vértigo de caerme dentro del ataúd, y sin darme cuenta reposo mi mano fría sobre la suya para no caerme dentro. Sus manos entrecruzadas, rígidas, muertas, y mi anillo resquebrajado, quebrado, se rompe por fin lentamente, rozando la perfección, casi haciéndose polvo, y se disuelve entre estas manos tan frías que podrían ser las mías cuando esté muerto.
Sólo fue anoche cuando me acosté y estaba con él y vi a la muerte tras la cabecera de mi cama, pero al amanecer ya me había marchado.
Este es uno de los relatos buenos para tenerlos a mano y releerlos de tanto en tanto! Ayuda a reflexionar sobre nuestra condición de mortales.