Érase una vez en una ciudad como cualquier otra un joven mendigo que yacía tendido en el piso con sus ropas harapientas, un pequeño tarro plástico a su lado derecho, un olor correspondiente al de alguien que no se ha bañado en días o semanas quizá, unas facciones demacradas y muy marcadas por esa anestesia que se consumía día a día para apaciguar las dolencias de su vida.
Anestesia que conseguía en las cacharrerías de los alrededores y con la cual los niños jugaban en sus escuelas. Este joven yacía ahí tendido en él anden de esa vieja avenida concurrida esperando que alguien se apiadase de él y de sus padecimientos.
Era un día caluroso y el sol se posaba justo sobre su cabeza creándole así un agotamiento mental que lo llevaba a un estado meditativo durante el cual imaginó como seria su vida si hubiera sido hijo de una familia rica o si hubiera tenido mejores oportunidades, se divisó así mismo en una gran casa llena de hermosos cuadros con una amplia sala que quedaba justo después del hall que se prestaba para el recibimiento de todos sus amigos con los que seguramente departía. Vio como su nevera se llenaba de manjares dignos de la realeza y su vajilla (¡o que hermosas obras de arte!) Hechos en cerámica los platos y en plata fina los cubiertos; podía sentir como su familia vivía en felicidad, armonía y paz. Sentía el olor de la comida que en ese momento su esposa con la ayuda de su hijo preparaban... mmm... -se decía- a de ser un manjar digno de reyes como yo, seguramente que así es, y se posaba cual señor en un gran cojín en cuero mientras leía algo que quizá era el periódico. Además de eso divisó las habitaciones de su casa cada una de las cuales poseía su propio televisor, cómodas camas y hermosos decorados.
Pero la más bella era obviamente, la pieza principal que aparte de lo que las demás habitaciones tenían esta era mucho más amplia y tenia un baño de grandes acabados en los cuales solo algunas personas tendrían el placer de bañarse; también pudo oír como su hijo le llamaba a cenar aquellas delicias que con tanto amor le habían preparado; y en cuanto se estaba acercando a la mesa para acompañarles en el diario deleite que es saciar el apetito, un ruido le distrajo y le hizo parpadear y al abrir los ojos se dio cuenta que una niña había dejado caer a sus pies una moneda que reposaba cerca de él.