Te miro y sé, que no hay casa en que no te encuentres tú; cerrado, silencioso, lleno de expectativas o de nada; con olor a recuerdos donde las cosas que se guardan, esperan volver a ser usadas algún día o nunca. Todo decorado con apuros y al boleo, según el momento. Abarrotado de tiempos distintos. Un sonajero sin sonido y con colores desgastados asoma debajo de una colchoneta raída que fue puesta allí porque en algún momento se compraría un forro nuevo y volvería a hacer utilizada, pero no fue. Una mesa con tres patas, con un seguro a suerte, que en un mañana le sería colocada la pata faltante, pero sigue en espera y cada vez más vieja. Un cuadro descangayado que una vez se cayó porque el clavo se aflojó y uno de sus listones se rompió fue dejado allí diciendo: en cuanto podamos lo llevamos a la casa de marcos y lo dejaremos flamante; pero fue todo lo contrario, porque el paisaje del cuadro, día a día se deteriora sin respuestas y se sabe que jamás será. Viajan de aquí para allá los futuros sin llegar nunca, mientras un saco verde cachusiento y sin botones parece no perder las esperanzas que en un nuevo despertar, alguien lo saque de ese lugar para cubrir el cuerpo esperado; no se da cuenta que si se lo sacude, de él, quedará la inexistencia. Libros que al abrirlos hasta las palabras escritas parecen implorar desintegrándose inmediatamente; ollas de aluminio sin manijas, otras agujereadas, que una noche entraron haciendo un ruido estruendoso, despertando a sus nuevos compañeros de quietud. Debajo de una cama destartalada asoma con aires de salir, una caja de juguetes en desuso, todos incompletos, porque al que no le falta una cosa, le falta la otra, pero ellos quieren todavía sentir la risa de un niño y la algarabía de soñar con los colores de la alegría y no con el encierro cruel. ¡Pobre cuartito! ¡Pobres cachivaches! Que respiran lo irrespirable, memorias sin palabras, sin música, ecos vacíos que no se escuchan porque la humedad los silenció. Una guitarra parada en un rincón con tres cuerdas en su haber, porque las que faltan serán colocadas cuando ya no sepa ni lo que son acordes; un osito de peluche sucio y con los ojitos llenos de machas negras de olvido, trata de luchar para salirse del ombligo de la guitarra pero su gordura y sus sueños de libertad quedan anulados; y eso pasó, porque un día cambió de lugar en la oscuridad y se equivocó, quedando atrapado allí. Tirada en un costado sobre una pared donde su color ya no es color ni nada se encuentra una rueda de bicicleta desinflada, un manubrio oxidado, un timbre que no suena como tal, todos esperando un milagro, una reparación que nunca llega, porque hay cosas más importantes para hacer. Es un pasado mudo, petrificante; hasta el retrato de los abuelos atacados de humedad y con niebla que se va desdibujando, miran siempre adelante, justo donde la puerta puede abrirse y en cualquier instante entre alguna humanidad y poder amonestarlo. Todos quisieran que un alma buena los rescate para volver a ser útiles. Son las cosas despreciadas por el momento o por años, hasta que uno se muda y comienzan a tirarse porque para qué. . . Discos de pastas que se guardan sin saber que en ese lugar se morirán; una raqueta con su red rota como si alguna de las cosas allí presentes hubiera buscado su libertad chocando contra los cristales de la pequeña ventanita del cuartito y nada. Una vitrola descuajaringada que se llevó en su corazón el vals "Desde el alma" porque ya no será. Una tabla para fregar ropa que por siempre seguirá sin ser usada porque ni los jabones la quieren. Un ropero apoliyado atestado de cosas queriendo salir y con la ilusión de que alguna o alguien se le ocurra desinfectarlo con querosén. Una paloma embalsamada con un ala menos porque la otra está sobre la cómoda sin cajones, sufriendo y aleteando, esperando ser pegada y volar al cielo con ganas y entusiasmo. Un bracero mirando hacia la pared como si estuviera en penitencia, sintiendo frío, mientras el ventilador de pie, que ya no es, la va empujando como para entretenerse; debajo del ropero asoma sonriente un cepillo de dientes, la causa de su estadía jamás se supo. Hay en el sitio un aire de no me olvides, es un enanito de cemento, que se le ha roto el sombrero y espera con ansiedad ser arreglado y regresar alegre a su jardín. Las horas en el cuartito no corren, siempre es la misma, por culpa de un reloj que se ha olvidado de andar por viejo y enfermo pero. . . como era un recuerdo le dieron un sitio como para que siga estando sin tiempo. Unas cuantas botellas y latas, que con el más leve viento vibran y cantan al unísono, como sopranos, pero un trueno las desbanda. También se encuentra una valija de cartón, imitación cuero, con la manija zafada, esperando turno de reparación, pero mientras puede abriga en su lecho a cualquier perdido que no tenga lugar para dormir, como una muñeca rubia sin brazo y desnuda que nadie reclamó; un pañuelo que quizás haya quedado del último viaje y de remolón no salió cuando debía; un peine que más que peine es un despojo inútil; un boleto de tren en uno de sus bolsillos, del tiempo de ñaupa; una carta de amor con palabras que al leerlas se ven arrugadas como el papel que respira sepia de su época, completamente ilegible, pero se sigue quedando como una huérfana en el lugar, porque sabe que si sale a la claridad también dejará de ser. Varios ovillos de lana arrugadita, en una bolsa de plástico transparente colgando de la pared, cuando antes había sido un hermoso y elegante pulóver; fue desarmado para hacer algo mejor, pero el tiempo se escapó y nadie tejió lo prometido. ¡Qué ironía! Una araña ha tejido el techo de gris y estuvo trabajando mucho sin dejar nada librado al azar. Una pelota número cinco desfigurada por falta de aire y su cuerpo lleno de polvillo, casi al borde de la puerta, lista para salir en cuanto se abra esa bendita puerta y volver a soñar con correr hasta el potrero y que algún chico la patee para hacer un gol de media cancha. Deseos fervientes que siente en su corazón de jugadora empedernida, que no puede y no quiere dejar de sentir el sol embriagador ni el pasto verde que la roce. ¡En fin! Tristes bártulos sin fortuna: ocultos, desarraigados, desheredados, sin identidad, sin lugar respetable, sólo un esperar eterno, que se alborota cuando baja el picaporte de la puerta para entrar quién sabe quién y echar lo que se va a reparar o guardar de recuerdo o dejarlo ahí de momento y darle un destino luego. . . Esa providencia que se hace infinita para tenerla, sin llegar a una cita ni siquiera a un abrazo de vida exterior. Comienza a llover y el techo del cuartito no perdona edades ni respeta lugares, moja, empapa, inunda, porque hace tiempo que a él, también tenían que arreglarlo pero. . . Debajo del alero del cuartito, duerme el perro de la casa, porque no quiere su cucha, siente que tiene que estar ahí contra viento y marea; acostado sobre una alfombra deshilachada apoyando su hocico sobre sus patas y moviendo sus ojitos de lado a lado preguntándose: ¿Por qué no puedo entrar? ¡Me gustaría tanto hacerles compañía! En verdad, no entiendo a los humanos. Un suspiro perruno se deja oír en el silencio de la noche, mientras la lluvia y la vida continua para todos los que vivimos; porque, los que viven sin vivir, aquellos inquilinos del cuartito a los que le pusieron el apelativo de cachivaches, esos, no tienen hado ni andenes ni trenes, que lo lleven a alguna parte más decorosa, donde puedan sentir que pueden ser útiles. Pero nada es justo y de eso, es lo que trata la vida.
Amelia Isabel Ramos
Realmente no hay palabras, te felicito con todos los honores, un abrazo inmenso, romy