Carolina estaba muy contenta. Era Noche de Reyes y estaba segura de que ese año iba a recibir un regalo muy especial, uno que llevaba meses esperando, además de alguna que otra sorpresa con la que seguro que Sus Majestades acertaban.
Carolina colocó una bandeja de polvorones y una botella de cava junto al árbol de Navidad por si los Reyes Magos tenían hambre o sed. También puso tres grandes cuencos de agua para los camellos, por si acaso.
-Carolina, deberías ir pensando en acostarte -dijo la mamá de la niña-. Los Reyes Magos no tardarán en venir.
-Sí, es verdad. Me voy a la cama -dijo Carolina.
-Nosotros también nos acostaremos pronto -dijo papá.
A la mañana siguiente Carolina se despertó muy ilusionada. Pero cuando llegó al árbol de Navidad….
-¡Mamá! -gritó Carolina-. ¡El árbol de Navidad ha desaparecido!
Justo en ese momento empezaron a oírse gritos y llantos que procedían de todas partes. Niños y adultos salieron a la calle, muy asustados. Ningún niño había recibido regalos y todos los árboles de Navidad habían desaparecido.
-¿Desde cuándo los Reyes Magos roban en vez de dejar regalos? -preguntó alguien.
-Algo ha pasado, estoy segura -dijo Carolina-. Y vamos a averiguarlo. Papá, es hora de ponerse a trabajar.
El papá de Carolina era detective privado y era famoso por resolver cualquier misterio, por difícil que fuera. Nada se resistía a la poderosa intuición y gran poder de observación del papá de Carolina.
-Habrá que buscar pistas -dijo el papá de Carolina-. Id todos a vuestras casas. Iré revisando una por una.
-Papá, creo que ese no es buen plan -dijo Carolina-. ¿Y si nos adelantamos? Hay lugares en los que todavía no ha amanecido.
-Habrá que coger el lococóptero -dijo el papá de Carolina, que también era inventor.
-Rápido, papá.
Padre e hija subieron al lococóptero. Localizaron a los Reyes Magos dos horas más tarde.
-A por ellos -dijo papá.
-Espera, papá -dijo Carolina-. Deberíamos dejar que sigan y seguirlos a ver dónde van. A algún sitio tendrán que llevar todo eso que han robado, ¿no te parece?
-Buena idea -dijo papá-. Lo grabaré todo para presentar las pruebas a la policía.
Unas cuantas horas después Carolina y su padre llegaron tras los Reyes Magos a un lugar lejano.
-¿Dónde estamos? -preguntó Carolina.
-No lo sé, pero no me da buena espina -dijo papá-. ¡Mira! ¡Hay que seguirlos!
Los Reyes Magos fueron hacia el interior de una cueva, seguidos discretamente por Carolina y su padre.
-Papá, hay alguien encerrado allí, tras aquellas rejas -susurró Carolina.
-Parece gente importante -dijo papá-. Un anciano de pelo cano largo con una poblada barba, otro algo más joven con pelo castaño y barba larga y un hombre joven sin barba.
-¡Papá! -exclamó Carolina-. Dime, ¿los que tienen barba son blancos y el que no tiene barba es negro?
-Sí -dijo papá.
- ¡Son los Reyes Magos! -dijo Carolina. ¡Los de verdad! ¡Los otros son unos farsantes!
-Corre, coge las llaves que hay sobre aquella piedra. Tienen que ser las de las celdas. Libéralos mientras yo vigilo a los estafadores.
Carolina se acercó sigilosamente hasta las rejas y liberó a Sus Majestades. Entre los cinco atraparon a los falsos Reyes Magos.
-Esta noche tenemos tarea doble, compañeros -dijo Melchor.
-Sí, además de repartir regalos tendremos que devolver todos estos árboles de Navidad -dijo Gaspar.
-Pero, ¿cómo sabréis de quién es cada uno? -preguntó Carolina.
-Somos Magos, ¿recuerdas? -dijo Baltasar-. Esto es coser y cantar para nosotros.
Y así fue como los verdaderos Reyes Magos lograron hacer realidad los sueños de todos los niños, aunque esa vez un día más tarde.