Cuando empecé a trabajar para una agencia consignataria de buques en 1995, conocí a don Rafael Chávez Velazco. “Don Rafa”, como todos sus amigos y conocidos le llamábamos, fue un personaje muy afamado en nuestro puerto quien durante mucho tiempo se dedicó a la atención de buques extranjeros a través de una agencia consignataria muy exitosa en Guaymas que era de su propiedad.
A don Rafa le gustaba mucho platicar de todo. Era un viejecito muy ATM. En un lapso de 7 años, llegamos a sostener muchas pláticas. A pesar de la gran diferencia de edades –él tenía cerca de 90 años y yo no llegaba a los 33-, las charlas de que les hablo fueron muy extensas e interesantes. A don Rafa le gustaba narrar sus múltiples aventuras como agente y también fueron muchas las veces en que tocamos los temas culturales.
Referente a la lectura, decía que a poca gente le gusta leer y que eso además de no acrecentar el acerbo cultural individual, no ponía a ejercitar el cerebro. Y concluía como afirmando su dicho. “Yo por esa razón leo mucho y por eso estoy tan lúcido…”.
Y era verdad, siempre sus pláticas eran aderezadas con un gran humor y llenas de sabiduría. Él me comentaba que la riqueza de un pueblo reside en sus obras literarias, pero lo más importante, agregaba, es que su gente lea esas obras porque empolvadas no sirven.
Un día, quizá ya con la confianza que da el trato y en una de tantas pláticas que hubo entre él y yo, me invitó a una habitación contigua a su oficina. La casona o quinta donde vivió don Rafael muchos años, está en la calle 25 y Av. XV. En su casa había una enorme habitación que usaba como biblioteca.
En ese rincón de techos muy altos, tenía unos grandes anaqueles que daban vida a la biblioteca personal del viejecito que les hablo.
A instancias de él, ya dentro de esas paredes, me pidió que tomara el libro que me gustara. Tómalo, me dijo, te regalo el libro que quieras.
Quienes conocieron su biblioteca saben que don Rafael tenía bastantes ejemplares. Muchas joyas, estrictamente en el sentido literario hablando, eran las que guardaban esos maderos. Me atrevo a decir que perdido entre tantos libros, pudo haber estado algún incunable. Por respeto a su confianza y consideración a su edad, sólo tomé el libro que estaba más cerca de mí.
Suerte de principiante. Al azar agarré el primer ejemplar que tuve al alcance de mi mano. Este libro de que les hablo se llama “Santa Teresa de Ávila, una santa sin igual”. Allí leí una frase acuñada por esta santa mujer. Ella decía que “entre pucheros anda el Señor…” Es decir, en lo más elemental, en lo cotidiano encuentras las cosas de Dios y las cosas menos imagi-nables.
Sirva este largo prolegómeno para platicarles que hace unos días, durante un viaje que hice a Guasave, Sinaloa; conocí a un personaje de los que ilustra la frase de Santa Teresa de Ávila.
Una gente sencilla en todos sus aspectos. Coincidimos en el viaje de vuelta y aproveché esas seis horas de rutinario traqueteo en la carretera para hablar con él.
Raúl Lara Mares es su nombre. Nació en Cajeme, pero actualmente reside en el Campo 29, a escasos 7 kilómetros de la ciudad granelera.
Raúl vio la luz un 20 de febrero de 1947. Un hombre delgado, de mediana estatura y dichos propios de su entorno. Sombrero y botas vaqueras.
A sus sesenta años de edad no conoce ninguna enfermedad. Y hasta cuenta que ha donado sangre porque está muy limpia. “Fíjate que me dieron un diploma de felicitación cuando di la última vez…” Y es que Raúl no fuma ni toma desde hace muchos años, a eso y a la caminata atribuye su salud.
Diariamente se levanta a las cinco de la mañana para emprender su labor diaria. A pesar de que vive en el campo, él se dedica a vender “duros” desde hace 23 años. Esas frituras de harina que tanto gustan y que se les echa chile, limón, verduras y todo lo que se le ocurra.
Dice Raúl con su característica sonrisa parca, que por la región del mayo a estas frituras se les conoce también como “viejas”, en alusión muy directa a que algunos de los “duros” que vende son de cuero de cochi, marrano o cerdo. De ahí el nombrecito y la analogía es muy evidente: cueros=viejas.
Raúl me platicó que para poder hacer su vendimia recorre diariamente 30 kilómetros caminando, obteniendo con ello un sueldo de poco más de 300 pesos diarios. “Hay veces en que las corvas se me hacen bola… pero aún así sigo andando”.
Dice que hace algunos años, algunos periódicos locales y uno estatal, además del canal de televisión del yaqui, le hicieron sendos reportajes. No le creían que caminaba tanto para poder lograr su venta total de 150 “duros” de harina y 50 de cuero de marrano. Y cuenta que sin que él lo notara, lo siguieron en su caminar, comprobándose efectivamente que sí son los 30 Kms. que manifestaba caminar.
“Ya tengo mi clientela establecida en todo Ciudad Obregón”, dice y enseguida agrega, “les vendo más barato que otros y con ello logro en el volumen una buena ganancia.”
Ya en confianza me comentó que su hija Bayú de 26 años de edad se enfermó de cáncer. La enfermedad le invadió todo el cuerpo, me dijo, pero yo como soy conocedor de las yerbas medicinales, le hice un brebaje con una mata que se llama “Barchatas” que sirve para curar el cáncer.
“Esta mata la encuentras a la orilla de la laguna del Náinari. Lo estuvo tomando y ahí está mi’ja vida, gracias Dios y a esa yerbita”, dice con marcado orgullo.
También me comentó sobre otras ramas que vimos en el camino y que están trepadas como enredaderas en los mezquites. Esa yerba se llama "Bijon" y sirve para curar la diabetes y otras enfermedades.
Cuando llegamos a su casa a donde se le fue a dejar, en el Campo 29, me invitó a pasar y en la sala muy limpia, nos sentamos en un cómodo sillón.
Raúl, acariciando a su perro blanco de gran tamaño, dice sentirse muy feliz y a gusto porque gracias a Dios que le ha brindado mucha salud, es que se permite darse esa vida de felicidad y que a sus años el caminar diario esos treinta kilómetros es una bendición del Poder Superior.
Ya para despedirme y proseguir con mi camino, le pregunto: ¿Esta vida al natural, con la belleza del campo, el trinar de los pájaros y tantas cosas bonitas, te hace verdaderamente feliz…? Con un monosílabo propio del dialecto yaqui sólo me contesta: ¡Ehui…¡
Por algo Santa Teresa de Àvila decía que las cosas más simples y sencillas están en lo cotidiano de la vida. Don Rafael Chávez Velazco y Raúl Lara Mares, son dos personas que evidentemente hacen la frase verdadera.