Las luces se apagaron a las once en punto, como siempre. Pero esa noche era diferente, no había esperanza alguna, ningún objetivo por el que luchar. El juicio había acabado y por delante, lo único que quedaba era una larga temporada de rejas, uniformes y trabajos forzosos.
Pero eso no era lo peor de todo. Paco se sentía mal, muy mal, no comprendía cómo había sido capaz de matar a una persona, tal y como decían. No recordaba nada, pero sus sueños eran tan reales...

No, debía escapar de allí. No concebía la idea de permanecer en esa cueva tanto tiempo con la carga de haber matado a alguien. Tenía que poner fin a ese sufrimiento. Se levantó del catre y apoyó las manos sobre el lavabo, cabizbajo.

"¿Estás seguro de lo que vas a hacer?", le preguntó una vocecilla en su cabeza.

¿Quién demonios le había hecho esa pregunta?. Él no había sido, de eso estaba seguro porque tenía bien claros cuales iban a ser sus planes. Eso entonces, sólo podía significar una cosa: había alguien más en su interior.
Entonces sintió cómo un torrente de ira ascendía desde su vientre y se situaba exactamente entre sus ojos. Sus manos temblaban de la presión que estaban soportando y con el índice y el pulgar, agarró la cuchilla de afeitar que usaba diariamente.
- Voy a poner punto y final a esto.
Se colocó la cuchilla sobre las venas de su muñeca y el tembleque de su mano hizo el resto. La sangre comenzó a brotar y a deslizarse por su brazo. Paco vio cómo el reguero formaba un charco en el suelo que cada vez estaba más alejado y borroso, y se tumbó en la cama, a esperar que su cuerpo se vaciase.
Ya no oía ninguna vocecilla y la sensación de triunfo le hizo forjar una ligera sonrisa. Él se había propuesto ser libre y estaba a punto de conseguirlo. Sólo esperaba que no le enterrasen con aquel horroroso mono anaranjado que durante tantos años le había servido de vestimenta en la dura cárcel que ahora estaba dejando atrás.