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Nyarion, la Reconquista

Lebemin y Beindir se apoyaron en Ganestor, como hacían casi cada tarde.
- Prometiste que hoy nos lo contarías, nos dirías como ayudaste a librar a la ciudad de los invasores.
- Hum... sí, lo hice ¿eh? Mucho tiempo ha pasado de eso... y mi memoria ya no es tan buena... hum... ¡oh si! ya lo recuerdo...
“Todos estábamos aquí, juntos, algunos malheridos... el fuego... había herido a muchos de nosotros, pero aún así, lucharíamos hasta el final. El día se levantaba con una suave brisa que traía el aroma del mar, las banderas ondeaban en las tiendas, el capitán Telimektar conversaba con su hija Narairë y con Dregnor:
- Señores, el ejército de Tercano se dispone a salir de la ciudad. Será ese el momento que deberemos aprovechar para atacar y destruir a su hueste. Dividiremos el ejército en tres, Dregnor estará a la cabeza de la infantería, Narairë conducirá a los arqueros y las catapultas y yo estaré al frente de la caballería - les dijo.
- Pero, ¿cómo conseguiremos que luchen y no se refugien dentro de la ciudad?- le dijo Dregnor.
- Eso es trabajo mío, no subestimes a un maia... vosotros esconded a vuestras fuerzas detrás de las pequeñas colinas y, cuando el cuerno suene por segunda vez, atacad - respondió Telimektar.

Narairë se dirigió al encuentro de sus soldados, había mostrado debilidad, compasión, pero no esta vez. Dentro de la ciudad eran los de su raza los que esperaban, eran enemigos ahora. Recogió su cabello con un lazo, colgó su arco en su hombro izquierdo y comenzó a dar órdenes.
- Nos quedaremos apostados tras de esta colina, cubriremos el flanco derecho. Los arqueros comenzarán el ataque. Esperad mi orden. Nai i Valar nauvar as elyë.

Telimektar montó en su corcel, junto a su fiel león Laurë el Señor del Fuego y avanzó junto a la casa de los Astaldos. Pronto estuvo delante de las grandes puertas. Sacó entonces el cuerno y lo hizo sonar. Su poderoso cuerno sacudió hasta la última piedra de la ciudad, pronto salieron dos soldados en lo alto de la puerta y le gritaron:
- ¿Quién se atreve a molestar al ejército de Tercano? ¡Lárgate de aquí antes de que te demos muerte!- le dijeron riéndose.
- Soy Telimektar Heraldo del Valar Tulkas Poldórëa, Gobernador de Eorondo y Señor de la Casa de los Astaldos en el exilio. ¡Trae a alguien digno de mi linaje, no intercambiaré falacias con un simple esbirro!- le dijo gritando. Entonces apareció en lo alto la capitana Naevian.
- ¿Cómo te atreves a venir a esta ciudad?, ¿acaso no tuviste suficiente la última vez?- le dijo Naevian desde lo alto de la muralla.
- ¡Sal de la ciudad y entrégate al ejército de la Alianza para ser juzgada por tus crímenes en contra de ésta!- le dijo- Entrégate o tendremos que entrar por la fuerza y entonces no habrá clemencia con ninguno de vosotros.

La puerta se empezó a mover rechinando. La compañía de Aran se retiró un poco más de la muralla. De la ciudad salió el ejercito Tercano, pronto se dispusieron en formación de batalla y empezaron a avanzar hacia ellos. El suelo resonaba bajo los cascos de la caballería y de las armaduras, los dos ejércitos se pararon y se observaron, medían sus fuerzas. Una calma tensa se posó sobre los soldados cuando de pronto la tierra empezó a temblar. Grandes grietas aparecieron en el suelo y de ellas las llamas brotaron como grandes columnas elevándose varios metros. Una muralla de fuego se alzó por detrás de las hordas tercanas pero de pronto el mar irrumpió en ellas y grandes columnas de vapor se sumaron a las de fuego. El poder de Telimektar controlaba las llamas, el ejército tercano se inquietó pero su capitana llamó a la carga, entonces el cuerno sonó por segunda vez...
- ¡Ányë hilya!, gritó Narairë sujetando firmemente su arco.
Sacó una flecha de su carcaj y disparó, su puntería, aún en movimiento era increíble y derribó a un soldado tercano que se encontraba a varios metros de distancia.
Los soldados apostados salieron entonces de su escondite y comenzó la lluvia de flechas. El ejército tercano se sorprendió, la emboscada había dado resultado. Los tercanos estaban desbordados, rodeados, pero se defendían con su habitual fiereza. Narairë se giró entonces e hizo una señal con su brazo derecho. Era nuestra señal, los ents entraban en la lucha. Cargamos piedras y las arrojamos contra las murallas. A grandes zancadas comenzamos a abrirnos paso hacia la ciudad. Aplasté a hombres a mi paso... insignificantes parecían entonces, pero implacables habían sido con anterioridad. Las columnas de humo y vapor se levantaban frente a nosotros y algunos temimos que nos cortaran el paso, pero eran ya inofensivas para nosotros.
Narairë dejó su arco y empuñó su espada, estaba decidida a acompañarnos en nuestra entrada a la ciudad, los arqueros no la necesitaban más así que dejó la seguridad de la zona y se internó en la batalla como una poderosa luz azulada junto a un batallón enano. Pronto formaron un círculo, los cuerpos tercanos se apilaban junto a ellos ya que las grandes hachas que blandían los enanos eran mortales. En el flanco derecho, las catapultas iluminaron el cielo desafiando al Astro Rey, la tierra se tiñó pronto de rojo y charcos de sangre se formaban mientras los soldados se apilaban en el suelo.

El sonido del cuerno de Telimektar retumbaba aún en el campo de batalla y por su flanco derecho recibió la gran marea de corceles que estaban escondidos detrás de las colinas junto a la infantería comandada por Dregnor. Una marea blanca se dirigía hacía lo que parecía un final para todos. La misión de Dregnor era tomar las puertas mientras las columnas de fuego hacían de una inexpugnable muralla entre ellos y la hueste tercana, así pudieron tomar rápidamente las puertas.

En la planicie Telimektar luchaba con su hacha Dagor e iba gritando a voces “¡Hoy es nuestro día, soldados, atacad y enseñad el poder de Aran!”. Éste observaba a sus hombres que ganaban terreno y empujaban a las huestes tercanas hacía las llamas, en la planicie los proyectiles lanzados por Narairë y los suyos no cesaban de caer. Un grito se alzó entre las filas de la alianza:
- ¡Soldados, la victoria ya es nuestra¡, ¡Atacad sin piedad, que prueben el frío hacer de Aran!- gritó Telimektar y un gran rugido se alzó entre sus soldados.
Mientras luchaba, entonaba junto a los soldados los cánticos de la corte de Makar, cuando de pronto un soldado se le acercó y le dijo:
- Mi señor, los tercanos intentan escapar por el flanco derecho, se dirigen al puerto ¿Qué hacemos?- le dijo.
- Lo primordial es reconquistar la ciudad y protegerla, que un grupo de jinetes me siga- le dijo, mientras montaba en su corcel y tras coger la bandera de Aran salió al galope.
Fue una señal que la caballería entendió y le siguieron con gran rapidez. Un soldado tercano se dispuso a disparar, Telimektar con un movimiento rápido le lanzó la bandera y este cayó atravesado por ella. Allí ondeo hasta que fue recuperada y colocada en lo más alto de las murallas.
Pronto divisaron a la hueste tercana y un grito de rabia escapó de la garganta de Telimektar al comprender que habían huido y sólo quedaban los pocos que allí luchaban contra ellos, los grandes capitanes de Tercano huían dejando a sus hombres a su suerte. Telimektar hizo retroceder a los jinetes y entraron otra vez a la carga en la batalla, pronto pudo reunirse junto a Narairë y los dos emprendieron tal ofensiva que Tercano ya no pudo hacer otra cosa que batirse en retirada, entonces la dama grito:
- ¡Victoria, victoria!
Los sentidos de Narairë, distraídos por la euforia, no fueron capaces de sentir el ataque desesperado lanzado por uno de los soldados enemigos. Una flecha fue lanzada haciendo blanco en su hombro y derribándola de su corcel. Telimektar pensando que la herida era más grave se lanzó para protegerla. Tumbado y ya exhausto, un soldado tercano pudo herirle antes de que éste le cortara la cabeza como única posibilidad de defensa. De su brazo empezó a emanar un hilo de sangre que resbalaba por la armadura. Cogió a Narairë, la subió al corcel y los dos galoparon por un mar de cuerpos sin vida hasta las murallas donde nosotros continuábamos dejando salir la ira contra aquellos que intentaban huir, mas algunos jinetes hostigaron a los pocos que quedaban en pie hasta que se rindieron o fueron muertos.
Yo me interné en la ciudad junto con Dregnor, el gran señor humano. Tras entrar en el patio de las murallas ordenó que un grupo se apostara en el cuartel, mientras dos más subían a las murallas y se hacían con el control de las torres de la puerta. La batalla era encarnizada, Tercano no estaba dispuesto a ceder las murallas tan fácilmente, pero gracias a las columnas de fuego no podían recibir ayuda el exterior, pero un arma de doble filo eran esas columnas para la Alianza ya que no podían entrar mientras las puertas no estuvieran bajo el control de su ejército.
- ¡Soldados, ataquemos ahora, nuestro honor esta en juego! No cederemos más ganaremos o será Mandos nuestro destino - gritó. Su espada era como un feroz monstruo, acabando con toda vida que encontraba a su paso. Aún así un soldado tercano le cayó encima y derribándolo luchó contra él rodando por el suelo. El tercano tenía la ventaja de estar encima y sacó una daga, cuando estaba a punto de hundírsela en la carne, Dregnor le puso en las piernas en él estómago y lo lanzó. Cayó en las caballerizas que ardían y en ese momento el pánico cundió en las huestes tercanas y empezaron a ascender hasta la Puerta del Bosque, por allí tenían la intención de huir, pero no sabían que la venganza del Bosque les esperaba en ella. Dregnor ordenó a sus huestes que los asediaran y empujaran hacia las puertas. Miró entonces hacia el bosque. Uno de sus soldados le preguntó:
- ¿ Señor no deberíamos seguirles y darles caza?
- El bosque se encargará de ellos, un presente tiene Yavanna escondido, deberías agradecer no estar allí cuando ellos ataquen. -le dijo
- ¿Ellos?- le respondió
- Sí, ellos, Pastores de Árboles o Ents... - le decía cuando espantosos sonidos salieron del bosque.- Su misión están ya realizando, nos toca a nosotros terminar la nuestra.- le dijo al soldado cuando los dos descendían.
Mientras tanto en las calles la batalla era dura para los soldados de Aran, pero viendo el destino de los que osaban huir, su coraje creció y empezaron a ganar terreno, en la plaza de la Fuente capturaron a algunos soldados rezagados y observaron que la estatua de Yavanna estaba destruida y que habían vertido sangre sobre ella. La ira inflamó el corazón de los soldados pero Dregnor frenó las ansias de darles muerte allí mismo:
- Serán juzgados en la ciudad y si la muerte es su destino, no somos nosotros quienes para decidir por ellos. -increpó a un grupo.

De fuera empezaron a llegar los soldados, aunque traían a heridos, sus pérdidas no fueron tantas como en la primera batalla. Con ellos iban Narairë y Telimektar que se acercó a Dregnor y le dijo:
- Orgulloso estoy hoy de ti y aunque en un principio recelé de ti, un honor es darte la mano de mi hija si ella así lo quiere- le dijo agachando la cabeza.
Y allí los dos enamorados se miraron tiernamente mientras curaban a Telimektar, el cual estaba bastante débil por el gran esfuerzo.
Pronto la bandera de Aran ondeó desafiante ante un paisaje desolador, la otrora verde planicie verde ahora era un enjambre de grietas y columnas que empezaban a ser más pequeñas, debido a su debilidad.”

- Y fue así mis jóvenes amigos como todo sucedió.
Datos del Cuento
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