“La conciencia ahoga y limita nuestras acciones. Los deseos y necesidades yacen sepultados bajo su vómito. Solamente una revelación es capaz de azotar el caos que rige nuestra existencia. Solamente el delirio nos puede iluminar.”
Eran las ocho de la noche cuando llegue a casa de Pablo, me había pedido que se la cuidara por algunos días mientras él viajaba por el país. Debo admitir que no me sentía muy cómodo con su proposición; después de todo, es difícil decepcionar a un amigo. Sin embargo, después de algunos tragos termine por aceptar, y brindamos una y otra vez para que su viaje fuera corto y placentero. La noche era exquisita: el viento golpeaba con torpeza y suavidad las ramas de los árboles, la oscuridad ocultaba todo lo que había a nuestro alrededor, y el silencio me hizo pensar que tras la partida de mi amigo me encontraría completamente solo. Pablo vomitó dos veces, se despidió de mi ya entrada la media noche (estaba seguro que su viaje sería corto, pero no placentero).
Entré a la casa, escuche música, me idioticé un poco más con el televisor, vi una o dos películas porno, y poco tiempo después me dormí. No se cuanto tiempo estuve ausente, un poderoso estruendo me despertó súbitamente: estaba mareado por la embriaguez y la somnolencia; los relámpagos eran tan frecuentes, que llegué a pensar que afuera había algún acontecimiento morboso y enfermizo, y que Dios y su séquito de voyeristas capturaban millones de imágenes, para después carcajearse de ellas con mayor tranquilidad.
Mi delirio fue sofocado por un ruido mucho más salvaje y aterrador que una centena de truenos juntos. Noté que golpeaban la puerta del patio una y otra vez, como si algún ebrio o una puta histérica estuvieran escapando de algo. Nuevamente mi imaginación me dejo estático. Decidí esperar, deseaba que todo se calmara, pero el golpeteo continuaba sacudiendo la casa de Pablo. El miedo me llevó a actuar: corrí hacia la cocina y tomé el cuchillo más grande que encontré, camine hasta la puerta, y mientras abría la ventana me armé de valor para clavar el arma en el cuerpo del hijo o la hija de puta que estuviera allí.
¡Algo saltó hacia mí! A pesar de mi “determinación y coraje”, el cuchillo se resbalo sobre mi mano como una inmensa barra de mantequilla o mierda que fue a parar en el suelo; me creí muerto y grite: ¡No me mates por favor, haré lo que quieras, lo que quieras! Literalmente estaba dispuesto a hacer lo que él o ella quisieran con tal de salvarme.
Sin embargo, no ví a nadie, y tras acercarme un poco más a la ventana, pude ver con gran sorpresa y rabia a mi agresor. Era un perro. Un miserable perro me había sacado algo más que un grito de terror. Reí con nerviosismo y alivio, pero había algo muy extraño:
El animal se impactaba contra la puerta, la arañaba, trataba de morderla y miraba al cielo como si buscara a un verdugo en la inmensidad. Comprendí que quería entrar a la casa; traté de abrir la puerta, sin embargo, Pablo solo me dio la llave de la puerta principal.
La situación empeoró. Las patas y el hocico del estúpido animal sangraban copiosamente, sus pupilas estaban desorbitadas y era presa de una especie de espasmo.
Sinceramente, estaba extasiado ante semejante espectáculo. La lluvia golpeaba el suelo con furia, creando una especie de murmullo que pretendía ahogar el sufrimiento del perro, (intento por demás inútil), los relámpagos se reflejaban en la sangre esparcida por todo el suelo, y a su vez estos reflejos centelleaban en mis pupilas. No deseaba que esa orgía cesara. Pero algo ocurrió después, algo que hasta la fecha no he logrado comprender.
La angustia y desesperación que sentí, solo pueden se comparadas con el sufrimiento que el lunático experimenta al escuchar el estridente y asfixiante llanto de un bebé.
Empecé a golpear y jalar la puerta, a escupirla, lancé improperios y súplicas al creador, y después de esto no hubo ningún cambio. Maldije mi embriaguez y me arrepentí de ser un buen amigo; deseaba que mi imaginación estuviera llena de ranas aplastadas por bicicletas, plastas de vómito secas por los rayos del sol, vagabundos y borrachos riendo, silencios interminables, océanos bañados por la luz del ocaso, ojos de mujeres lujuriosas, recuerdos de sueños incoherentes, veladoras azules, ecos, cerveza en semana santa, luces multicolores palpitando bajo la lluvia. Todo desaparecía lentamente ante nuestra miseria, estábamos desarmados y éramos impotentes.
Caí de rodillas, y sentí que algunas lágrimas reptaban sobre mi rostro. Era demasiado, aquella tortura debía terminar para uno de los dos. Miré el cuchillo que yacía en el suelo y espere que algo nos iluminara. Mientras caía lentamente, el caos cesó, y tarde o temprano la luz del amanecer terminaría limpiándolo todo.
- No puedo explicarlo con exactitud. Me siento muy bien. Ahora se que no todos los acontecimientos provocan risa, pero todos son muy absurdos y llevan a lo mismo.
tienes un gran talento para escribir, de algo tan pequeño puedes escribir tanto. el talento, tu lo tienes, lo sacas de tus experiencias, tu forma de expresar lo que sientes es muy exacta, te felicito. tu eres un gran escritor...