En silencio escucho la melancolía que la noche repleta de estrellas me produce.
Pienso en ti, y mi calma se va perdiendo. La melancolía me ahoga porque te necesito, quiero que estés aquí y no te encuentro.
Ni siquiera tu esencia logro ya guardar.
En esta noche fría, mi alma llora las penas y enturbia los recuerdos. Ahora que estoy sola, frente a mi verdad, siento el temor que una ves, a tu lado me pareció insólito.
Tú no estás, esto me mata, y moriré sangrando por esta herida que ha dejado sangrando tu ausencia.
Las lágrimas caen sobre el fuego y no se secan, pues son el reflejo de tu presencia en mí, y eso nunca se borrará.
Necesito tu abrazo, pero tu no estás aquí, aunque llore, muera o sufra, tu no volverás. Tu vacío lo ocupará la sombra que dejó tu luz al pasar por mi vida... y ahora... ¿ahora qué hago yo si no puedo vivir, si no llega la muerte a mi corazón inerte?
Sufriré día a día, hasta que el dolor deje lugar a la soledad.
Al menos ella me dejará llorar tu olvido, porque todo lo demás, me grita tu nombre, y me susurra tu voz.... ¡tu voz! Como amo tus palabras... que dichosa me sentía cuando de tus dulces labios se pronunciaban los “te quieros”... como desearía volver atrás, y amarte cada segundo más de lo que te amé, hasta dejar huellas en tu piel, como tu las dejaste en mi vida.
Aunque tu recuerdo me robe la tranquilidad, viviré en muerte soñando esto que se ha convertido en pesadilla, y lloraré, para que tu recuerdo me recuerde a cada momento los días que te juré mi amor, y las noches en que te lo entregué.
Mátame a mi, pero no a mi corazón que, vivo o muerto, no te dejará de amar.