Allí estaba el viejo mendigo. Sus sueños y esperanzas, al igual que sus carnes, se estaban muriendo. Tirado en una esquina y encima de varios cartones él pedía una limosna; tan triste era su imagen que la gente deseaba que de una ves por todas se muriese. Y quizás por esa razón, nadie le daba nada, ni un centavo…
Hasta que aquel día vio que una linda niñita se acercaba con un hermoso vestido celeste; como el color del cielo por las mañanas. Caminaba casi flotando y llegó a pararse al frente de él. Con la boca y los ojos abiertos, el mendigo levantó su tazón y tímidamente susurro:
- Una limosna…
Calmadamente buscó en sus bolsillos y encontró un pedazo de pan, y con toda la pureza de la vida se la ofreció…
Cogió el pedazo de pan y lo retuvo en sus manos; miró a la niña y vio que lo miraba fijamente; alzó lentamente el pedazo de pan y lo puso en su boca sin dejar de mirarla; y cuando mordió el pan, la niñita muy satisfecha le sonrió; sintió que un bálsamo delicioso le caía por su cabeza y él también le sonrió, sintiendo que todo era tan hermoso…La linda niñita se dio media vuelta y muy contenta se alejó. Y así como el Sol se oculta por la tarde, así él sintió que una alegría se volaba de su corazón dejandole las huellas de su aquel hermoso momento…
Al día siguiente llegó a su esquina de siempre; se había peinado y limpiado su arrugada cara; en su corazón tenía un anhelo por verla de nuevo. Pasaron minutos, las horas y el día oscureció…y ella no apareció. El día fue bueno con él, pues, recibió mucha limosna. Su corazón que antes se estaba secando, con los recuerdos comezó a florecer; entendió que la limosna conseguida no lo hacia sonreír…Fue a su casa y antes de llegar compró jabón, champú y una hoja de afeitar. Buscó temprano el Sol de la mañana; se bañó, se afeitó, y salió a la calle; llego a su esquina y susurro:
- Una limosna por caridad…
Pasaban las horas, los días, las semanas y también los meses, y ella…no aparecía…; pero en su corazón tenía la flor de la esperanza. Había juntado dinero; y lo metía en una bolsita, que guardaba secretamente debajo de su andrajoso pantalón…
Hasta que un día, en que era muy tarde, sentado en su esquina, y ya casi dormido y con el cuello doblado como un gallo muerto; el viejo mendigo sintió que unos pasos, lentamente se acercaban; abrió sus ojos y alzó la cara y… ¡Alegría de alegrías…era ella!
La linda niñita se acercó; llevaba una hermosa rosa roja, y humildemente se la ofreció; sin dejar de mirarla, alzó tímidamente sus manos y recibió la rosa, y esperó…Y ella, mirándolo, también esperó. De pronto el viejo mendigo sintió que la rosa irradiaba un aire perfumado, se puso la rosa en la nariz y empezó a olerla con toda su alma; sintió un perfume maravilloso. Y ella muy satisfecha le sonrió; y él se puso muy feliz, tan feliz que comenzaron a caerle lágrimas de sus gastados ojos… Vio luego que la niña muy contenta se alejaba. Sintió que la hermosa rosa roja y su perfume le hacían compañía…
Fue a su casa y buscó una lata vacía, la llenó con agua, y puso la rosa en ella. Agradeció tan bello regalo y guardó aquel momento en su viejo corazón; aquella noche muy contento se puso a dormir.
Al día siguiente, vio la rosa, olió su perfumado aroma y se sintió tan feliz. Se bañó, lavó sus viejos trapos, los secó y los planchó; luego arregló sus gastados zapatos; y después con una tijera se arregló sus escasos y blancos cabellos. Se fue a caminar con su tazón y su rosa; después de pasear un buen rato, se fue a su vieja esquina a seguir mendigando. Pasaron las horas, los días, las semanas; y aun así, su rosa le hacía compañía, irradiando su perfumado aroma al pobre viejo mendigo. Hasta que un día se levantó muy temprano y vio que la rosa se estaba secando, se afligió y lloró; pero no pudo hacer nada, su hermosa rosa roja se estaba muriendo, y él sintió que su corazón se estaba secando; la tristeza y la soledad lo comenzaron a golpear. Salió a las calles como antes, muy triste y muy solo. Y cuando llegó a su esquina y se puso a mendigar; las gentes lo miraban y no le hacían caso, y no le daban nada, ni un centavo, nada…Y así la pasó todo el día; hasta que antes del atardecer, el viejo mendigo con su tristeza y pesar se estaba quedando dormido; casi sin ganas de vivir, pues sus esperanzas se estaban secando…
Y de pronto sintió que unos pasos se acercaban, levantó su triste cara, y para su sorpresa era la niña. Él la miró y sintió en su corazón, florecer la alegría, sonrió, y ella también le sonrió. Y de pronto ella le habló, con una voz tan dulce, irradiando un perfume de inocencia, y le dijo:
- Tienes algo para mí…
El pobre viejo mendigo no supo que decir, se sintió tan sorprendido, que, sin pensar, vio que lo único que tenía en la mano era su tazón de mendigo…y con miedo y mucha vergüenza, estiró sus manos y le ofreció su único tazón;…Lo recibió y muy satisfecha le sonrió; de pronto el viejo sintió que su corazón se hinchaba e hinchaba, y sin poder contenerse comenzó a llorar y llorar de tanto amor y felicidad que se le daba. La linda niñita se dio media vuelta y muy contenta se alejó.
Él recibió tanto, que se paró y comenzó a caminar y bailar; y a todo el que encontraba lo saludaba con una hermosa sonrisa. Las gentes lo miraban y pensaban que estaba loco, pero no podían negar que aquella sonrisa era tan hermosa y tan contagiosa…Se paseo por las calles y a todo el que contestaba a su alegre sonrisa, él lo abrazaba y le daba el poco dinero que guardaba en su pequeña bolsita. Así siguió hasta que no le quedó ni un solo centavo; pero estaba tan lleno, que derramaba alegría por donde él caminara…De pronto le llegó la noche y sin darse cuenta llegó a la orilla de un mar, se sentó y quiso ver la luna, y esperar el amanecer…Y así lo hizo. Ya muy cansado se arrecostó en la arena, y con su natural alegría se dispuso a dormir. Vio que la luna brillaba y él le sonrió, y la luna lo alumbró, y con una sonrisa en los labios, el viejo mendigo dulcemente se durmió…y nunca más despertó…