¿Cómo puede alguien ser un anciano a esta edad?
Convivo con un venerable anciano, que este año cumple sus primeros diez añitos. ¿Cómo puede alguien ser un anciano a esta edad? Pues cuando ese alguien, no es alguien; sino algo. Y cuando ese algo es un automóvil fabricado pensando en las más exigentes normas de manejo de personas selectas, que dados sus estándares de calidad y deducibilidad de impuestos, acostumbran cambiar de modelo cada 50,000 kilómetros, o cada año, máximo dos; lo que ocurra primero. Nunca fabricado para durar en plenitud de sus facultades mecánicas, mucho más de este límite, sobre todo tratándose de un auto netamente comercial sin aspiraciones para figurar en un catalogo de clásicos.
Después de pasada esta frontera de tiempo, queda en espera de algún alma caritativa que lo venga a rescatar, y rogando que esa alma sea una viejecita que lo ocupe solo los domingos para ir a misa; y si el clima lo permite, al supermercado -hasta acabar aplastado por detrás por un camión urbano insolente que no comprende que la respetable dama al volante considera excesivo circular a más de 60 kilómetros por hora-. Y lo que es peor; ¡ay de él! … si sus ruegos no son escuchados. Podría caer en las malévolas manos de algún adolescente de entre 15 y 50 años, con sueños de piloto de formula 1, que le dará una “arregladita” hasta dejarlo irreconocible, y no pocas veces, bien nacote y apantallador.
Con mucha suerte, no conocerá el deshuesadero, hasta los próximos dos años o diez propietarios, a cual más intrépido e insensato. Por esta razón, considero mi deber moral hacerle un homenaje a mi carrito, que ha soportado conmigo desde trabajos forzados, viajes, carreras mañaneras a la escuela de los hijos, volantazos y banquetazos de mi amada, sobre cupo de maletas, patotas de perro en sus portezuelas, y riego de los mismos en sus neumáticos; hasta moscos kamikases en sus defensas y parabrisas, y golpes de abominables topes en sus partes nobles; entre otras vicisitudes del camino.
Durante los últimos ocho años, (¿pues no que diez?) ¡Sí! Diez; lo que pasa es que yo lo compré ya con dos añitos en su haber, y 30,000 kilómetros en su joven odómetro.
Y para su asombro, haré en este momento una confesión URBI ET ORBI, que he mantenido celosamente guardada durante todos estos años, pero que considero es el momento apropiado para sacarla a la luz pública sin ninguna vergüenza y sabedor de que seré comprendido y absuelto por mis críticos más severos cuando conozcan mis motivos más ocultos: Todo empezó el día en que me fue autorizado en la empresa para la cual presto mis invaluables servicios, ¡el presupuesto para la compra de un nuevo automóvil!. Era tan austero el mentado presupuesto, que después de recorrer las más prestigiadas concesionarias automotrices de la localidad, descubrí con tristeza que no me alcanzaba para nada que no tuviera por lo menos aire acondicionado. Y como en aquellas épocas estaba yo exiliado en Monterrey, con un clima que a decir de sus habitantes es “muy parejo”... -siempre está mal-.
Era indispensable poseer un aire acondicionado, a menos que la intención sea la de quedar cocinado a fuego lento en tu propio jugo. Y con tales sacrificios, nunca los pude ofrecer por la salvación de mi alma, pues me di a la tarea de salir a la ardiente jungla de asfalto, armado con el aviso clasificado del periódico. Después de una exhaustiva búsqueda, di con él. Me llamó poderosamente la atención el precio, ya que comparado con otros miembros de su camada, era mucho mas económico; por lo que inocentemente fui a verlo, y como es evidente, al no ser un gran experto y sin analizar algunos pequeños detalles, me dejé llevar por su aspecto. Quedé enamorado de su poderoso sistema de aire acondicionado, sin reparar en que estaba perfectamente disfrazado de “auto decente”, ocultando con maestría su oprobioso pasado.
Creyendo que había conseguido la ganga de mi vida, salí de ahí feliz, conduciendo mi flamante adquisición. Salí esquivando el mundialmente reconocido pésimo manejo del 99 por ciento de los regiomontanos, y con la habilidad que me caracteriza. Por supuesto con el aire acondicionado en la posición de despeinado. La felicidad duró un par de semanas, hasta aquel aciago día domingo en que haciendo a un lado mi calidad de ejecutivo, me dispuse a lavarlo por mis propios medios. Al abrir la portezuela trasera del lado derecho, vi algo anormal, que me hizo sospechar. La encontré mas desgastada que las demás, tanto de las vestiduras como de la pintura del piso, y al quitar una mancha muy pegada, apareció algo devastador que confirmó mis sospechas. ¡Pintura verde ecológico! Primero supuse que se trataba de los restos de una anterior reparación, producto del choque con uno de esos inefables vehículos también conocidos como “choco-taxis” pero no; la sorpresa al seguir raspando la mancha fue tal, que después de estar en cuclillas, caí sentado en la cubeta y sin importarme que la espuma mojaba ya mi atractivo visual, quedé ahí, pasmado, sin alcanzar a comprender el futuro que me esperaba. Ya más repuestito, pensé ¡YA ME FREGARON!
Han de saber amigos míos y familia que me acompaña, que este pequeño cochecito, antes de pertenecerme a mí, prestó sus servicios como TAXI. Sí, leyeron bien. No pongan esa cara de asco, ni sientan lástima por mi, ni mucho menos por él. Fue un taxi de los llamados “ecológicos”, verde con blanco y oloroso a fresita, equipado con su taxímetro, su radio de banda civil, su antenota aderezada con pelotita de esponja al final y los mas singulares detalles del mas puro ART NACÓ. Me gustaría poder contarles que yo fui el alma caritativa que lo rescató de su pasada y callejera vida, pero no. Al principio no fui yo el rescatador sino la víctima. Mi primera reacción fue la de ir a devolverlo y reclamar airadamente al estúpido que me engaño. Por lo que después de revisar detenidamente otras posibles pruebas contundentes de su camuflaje, y encontrar también restos del asqueroso colorcito en otras piezas perfectamente disimulado, me repetía tratando de encontrar explicaciones. ¿Cómo es posible? ¿A quien se le ocurre meter de taxi a un auto equipado con quema-cocos, aire acondicionado, y paquete de lujo? Seguro esto debe tener alguna explicación. Estuve todo ese domingo planeando la estrategia a seguir, y por un momento estuve tentado a comentarlo con mi esposa.
Pero… ¡¡¡noooó!!!! ¡¡¡¡Horror!!!! Solo de imaginar sus reclamaciones y sermones hasta que la muerte nos separe, negando con su cabeza en eterno vaivén; me convencí de callar estoicamente. Imaginé también las burlas de mis amigos y el cuchicheo de mis compañeros de trabajo, y abrumado por los remordimientos, esperé con impaciencia a que llegara el lunes. Muy temprano me apersoné en las oficinas donde semanas antes seguramente fui objeto de burlas o de lástima, y toqué la puerta con decisión. Toqué y toqué, y… nadie salió. Media hora después, y con el dedo índice aplanado ya por el botón del timbre, un caritativo vecino se apiadó de mí. ___En esta oficina ya no trabaja nadie___me decía mirando con lástima como mi semblante palidecía. Al tiempo me explicaba que la empresa que estaba en ese lugar se dedicaba a comprar autos gracias a un estupendo plan del gobierno estatal, en el que se subsidiaba a personas para poder adquirir a precios de regalo, todo tipo de automóviles nuevos para destinarlos al servicio público; porque según recuerdo, cuando llegué a vivir a esa ciudad pasteurizante, en donde fui objeto de todo tipo de burlas, cuando cándidamente me paraba en las esquinas haciendo la parada a los taxis que pasaban. Porque han de saber que hasta la década de los ochentas, no había taxis en esta ciudad. A lo más que llegaban, era a tener “coches de sitio” que eran carísimos y tenías que hablarles por teléfono para que fueran por ti o bien dirigirte personalmente a sus bases.
Después de arduas negociaciones, convencer al indiferente chofer para que te hiciera una rebajita. Pues bien, en un rarísimo arrebato de inteligencia, las autoridades pertinentes, tuvieron a bien obsequiar a la ciudadanía la oportunidad de acceder a estadíos de vida mas acordes con el progreso, e inundaron las calles con miles de cochecitos verdes que además dieron empleo a miles de cafres que en su mayoría- y aunque parezca increíble- ¡no sabían manejar! Como es de suponerse, aparecieron también las mafias; que aprovechando los subsidios, adquirían autos, algunos de ellos de lujo, los disfrazaban de taxis y después de un tiempito, regresaban a su estado original. Conseguirles placas de otras entidades, y venderlos a un precio por debajo del promedio del mercado, y desaparecer embolsándose pingues ganancias, a las costillas de personas decentes como yo, que olvidamos que detrás de una buena ganga, la mayoría de las veces hay gato encerrado.
Ya metido en el lío decidí guardar en secreto este penoso incidente, y cargar con el carrito por el resto de mis días como castigo a mi estupidez. Fue así que me di a la tarea de restaurarlo, lo cual no fue muy difícil, porque por increíble que parezca, el auto estaba en excelentes condiciones, y a partir de ese día establecimos entre él y yo, una especie de pacto secreto. A saber: Yo te cuidare, te afinaré cada 10,000 Km. Te cambiaré el aceite cada 5000 Km. ; como lo marcan los cánones, conduciré con pericia y delicadeza y por supuesto guardaré tu secreto a cambio de que tu no empieces a descomponerte a cada rato y no me des lata, obligandome a venderte para que caigas en manos de un verdugo que sabiendo tu origen, después de haberme pagado una bicoca por ti, -porque has de saber que yo soy muy honesto, y le diría toda la verdad y nada más que la verdad a tu posible nuevo propietario-, quien no te cuidará y te tratará con la punta del acelerador. Este pacto nos ha funcionado a las mil maravillas estos últimos años, en donde a través de las casi 300,000 millas que marca su odómetro ¡¡¡AHHH!!! Porque han de saber que por ser un modelo de exportación, el recorrido lo marca en millas ¿You know?
Hemos envejecido juntos, a el le tocó llevar las carreolas de mis hijos, sufrir los alegres derrames de leche por sus vestiduras, el betún de sus pasteles de cumpleaños, los chicles de sus cuates pegados en sus alfombras, los pelos de las mascotas y ahora ¡quien lo diría!; estamos a punto de llevarlos a la secundaria. Con manchas de grasa de zapato en las puertas y marcas con olor a goma para el pelo en sus ventanas.300,000 millas y diez años después, me pregunto: ¿que dirían sus fabricantes si lo vieran todavía rugir en las mañanas subiendo las cuestas a toda prisa rumbo a la escuela? porque para variar; ¡ya se nos hizo tarde! Que cara pondrían al saber lo que ha sobrevivido a los banquetazos y los jalones que le da al espejo mi “gordis” cuando se pinta. Cuántas toneladas de bolsas del supermercado han pasado por su cajuela, cuántas mochilas, cuántas cajas con mercancía para mis clientes ha llevado de urgencia. Cómo ha sobrevivido sin raspones al tráfico de la ciudad de México, y a los millones de baches y topes de nuestra querida nación. En todos estos años, cuántas veces nos ha visto discutir airadamente por tonterías, y cuántas nos ha visto besarnos tiernamente al reconciliarnos.
Un secreto orgullo me invade, cuando escucho a alguien comentar con asombro:___ ¿cuántos kilómetros marca? ¿Queee? ¿Son millas? ¡Oye! ¡Que bueno te ha salido!, ___¿Verdad? Fue mi compañero en aquellos difíciles días en que decidí renunciar y buscar otra forma de vivir y fue testigo de mi desesperación y mis lagrimas cuando en aquellas interminables horas de carretera, iba y venía de Monterrey a Querétaro. Cuando no tenía todavía un empleo seguro, ni a mis hijos y a mi mujer a mi lado. También me ha visto cantar acompañándome al estéreo, emocionadas melodías, producto de la felicidad de tener de nuevo los nervios en su lugar y hermosos paisajes y las calles de mi nueva ciudad en donde si se puede sacar a pasear la inspiración “de vez en diario”.
Y porque me has llevado a fiestas, bodas, quince años y primeras comuniones durante todos estos años, y porque formado en los cortejos fúnebres de nuestros familiares y amigos mas queridos, siempre tu maquina ha estado ahí serena, acompañándonos sin fallar, como entendiendo nuestra pena o nuestra alegría, y fiel; sin mostrar los signos de cansancio que ya deberías de tener. Te prometo, querido abuelo, que estos tus primeros diez años, los celebraremos dignamente. Te mandaré a pulir y encerar, te lavarán tus asoleadas vestiduras y tu ronroneante motor quedará como nuevo, y en cuanto tenga un poquito de dinero extra, te compraré llantas nuevas y le daremos una revisada completa a tu anciana suspensión que ya esta muy dura y curtida por el tiempo. Y ¿por qué no? Tal vez hasta me alcance para darte una pintadita, que no sea para ocultar tu pasado, porque ahora que todos conocen nuestro pequeño secreto y al saber lo bien que te has portado, espero que no te juzguen a la ligera y te respeten como lo que eres: un buen carrito. Llegará tal vez el día en que nos tengamos que separar, te prometo también dejarte en manos de alguien a quien puedas servir tan bien como lo has hecho conmigo. Alguien que te cuide como yo lo he hecho, y como con todos los carros que han pasado por mis manos te recordare, pero con un agradecimiento especial.
Cuando me suba a un taxi, lo miraré con otros ojos aunque huela mal, porque tal vez, él, algún día también será el compañero fiel de alguna familia que, como la mía, también esté consciente de que después de la casa, el automóvil es en donde mas tiempo pasamos juntos. Deberíamos cuidarlos más, porque son el escenario de los mas memorables recuerdos de nuestras vidas. Parecería ridículo tener cariño por algún objeto material, pero cuando este objeto nos trae tantos recuerdos buenos y malos, tristes y alegres; es inevitable considerarlo parte de la familia y es hasta triste tener que despedirse algún día de él.
Pero mientras ese día llegue, querido abuelo, estoy seguro de que te disfrutaré y me sentiré orgulloso de ti, aunque nos rebasen las nuevas maravillas tecnológicas que espero; transporten por muchos años como tu lo has hecho, a otras familias con la suerte de poseer un auto tan fiel como tu.
Ignoro si los objetos tengan alma, como aseguran algunos, y si existan otras vidas después de esta. Pero a mi me gustaría que nos encontráramos en algún lugar y que nos cuentes como fue tu vida al lado nuestro, brindando en familia, con vino y con algún buen aditivo, ¡por todos esos momentos memorables!.
¡Felicidades abuelo! y gracias, ¡muchas gracias!
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