Tengo una relación amor odio muy intensa, en realidad se pudiera imaginar uno que es un poco extraña, me horroriza pensar que voy a abandonarme, abrir mi boca y así sin pensar en nada más... comérmelo...
Sin embargo, no puedo dejar de pensar en ello y siempre que se presenta la ocasión quiero hacerlo. Inexcusablemente al final me lo como y es tanta la satisfacción que me produce que me engancho y solo deseo más y más y más...volver a repetir.
Así de primeras cuando lo intuyo muy cerca siempre lo rechazo o al menos lo intento, trato de no mirar, de no pensar, de esquivar la situación en la que me lo ofrecen, siento apuro, vergüenza, aunque en mi cabeza siempre ronda la idea de... no te servirá de nada... lo acabarás pidiendo. Y siempre acabo haciéndolo.
Es como un momento exquisito, lo cojo entre mis dedos, con cuidado, con sumo cuidado, y acercándolo a mi boca, me pongo nerviosa para degustarlo y lo pruebo primero con la lengua muy despacio, temerosa e impaciente por saber si tendrá ese sabor tan intenso y penetrante que me imagino y después al notarlo... mi boca se calienta con ese juguillo, cada vez más y más, mis ojos desprenden lagrimillas de satisfacción y mi cabeza vuela, saliéndose de mi cuerpo.
Y cuando ya lo he saboreado, cuando ya me he saciado, se me queda un gusto tan extenso, tan delicioso y chispeante en los labios, un sabor juguetón en la lengua, en la garganta...ahh, trato de chuparme ansiosa los deditos y siento tristeza porque se ha terminado y anhelo de forma callada que haya más momentos como ese para prolongar esa sensación. Y si, apenas unos minutos después, vuelven a ofrecérmelo, ¡es como un regalo de dioses! y lo acepto, ya sin vergüenza, sin reparo, sabiendo que en esa segunda vez lo degustaré aún más avídamente, más profundamente que la primera.
El amable lector a esta alturas habrá pensado acertadamente que tengo una adicción inconfesable y secreta, un enigma en mi vida que no cuento... y es muy cierto.
¡Me encantan los pimientos verdes picantes! Son una DELICIA.
;-)