El juicio se hacía largo e interminable, el acusador tomó la palabra:
- Estamos aquí, para juzgar a este hombre, que por el hecho de ser favorito del creador a través de los años ha sido considerado inocente, pero yo tengo las pruebas irrefutables de su culpabilidad.
El salón de juicios del cielo se encontraba lleno de espectadores, los ángeles fungían de cuerpo de seguridad manteniendo el orden y un indiciado con rostro radiante y seguro de su salvación permanecía sentado en el rincón de los acusados. El publico levantó la voz, unos airados, otros complacientes, cada uno trataba de imponer su criterio levantando más la voz, desde el altar de luz se sintió un susurro lleno de amor que obligó a todos a guardar un silencio reverencial y un destello le indicó al sombrío acusador que podía proseguir con su monologo. Repentinamente el acusado se puso de pie, y tomando la palabra con la venia de la luz dijo:
- Es hora de poner fin a este juicio interminable, soy culpable, lo confieso, soy culpable de no haber confiado en mis hijos, no en mi Dios, en mi Señor siempre confié, pero era por mis hijos por los que quemaba holocausto, por no poder confiar en la crianza que les había dado, y aun esto me hace más culpable, porque habiendo amado sin medida a mi salvador temí no haber trasmitido a mi prole las verdades puras de la palabra, desconfié de mi y de ellos, y he allí mi pecado.
Aplausos de unos, pitas de otros, y nuevamente la luz conciliadora invitando a la calma.
- Si mi Señor ha permitido tal cúmulo de calamidades en mí, sé que no ha sido para su placer, más ay de mi si fallaba en la empresa a mi encomendada, no flaqueé nunca y por ello hablé a mis tres amigos de mi certeza, que aun después de muerto con mis ojos vería a mi Señor. Había que dejar claro todo ante éste que me acusa, que Dios conoce el corazón, y sabe hasta donde tensa el arco, pero me siento culpable de haber dicho palabras de desconsuelo a mis amigos en el lecho de mi sufrimiento, ahora no los veo aquí, pero estoy seguro que si oyeron mi voz, no desde mis labios, sino desde mi corazón, hoy gozan del calor del regazo de Nuestro Dios. Si de algo soy culpable es de haber temido, y he allí mi yerro, porque si la fe es la certeza de lo que no se ve, y el temor es la espera de un posible daño, el temor hermanos es una especie de fe, y las leyes de Dios nos corrigen aun siendo inocentes según nuestro criterio, si no conocemos su su contexto, que el temor también es fe, más no en el Creador, sino en que el mal puede acontecer.
La oscura sombra del acusador viendo perdida una batalla se escurrió del salón de los juicios, bajando a esta tierra de mortales, seguro de que si Job salía triunfador, otros no tendrían la entereza, y muchas almas serían candidatas a la perdición eterna, tan solo por no creer en su Creador dando de esta forma la razón al maligno.
Job 3:25
Porque el temor que me espantaba me ha venido,
Y me ha acontecido lo que yo temía.
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Job 19:25-26
25 Yo sé que mi Redentor vive,
Y al fin se levantará sobre el polvo;
26 Y después de deshecha esta mi piel,
En mi carne he de ver a Dios