Después de recibir la liquidación por mis años de servicios en la Biblioteca, me sentí algo intranquilo, pues uno que siempre ha soñado con su libertad, el qué hacer y no hacer de su tiempo; nunca es como pensamos o imaginamos, no es como ese éxtasis o júbilo por hacer lo que a uno le da la gana... Es diferente, es como esos presos que han estado años y años en la cárcel, y se han acostumbrado a ese estilo de vida, y cuando salen se sienten peor que nunca, como si el aire que respirasen fuera tóxico o viciado, de tal forma que inconscientemente tratan de encontrarse con gente igual a ellos... igual a su nuevo y desabrido estado de libertad, pero sin saber qué hacer con ella...
No era mucho lo que recibí por mi liquidación, por si acaso llevé un maletín, luego de cobrar el cheque en el banco, salí rumbo hacia la calle...
Viví solo durante casi toda mi vida, por ello alquilaba un par de cuartos, uno para mí, y el otro para mi único vicio: Los libros. Nunca los conté, pero eran muchos. Los cuidaba como mi única familia, y en verdad era así.
Crecí en un puericultorio; las monjas me encontraron abandonado en una caja de cartón, y como no decía ni mi nombre, me colocaron el nombre de la caja: Leche Gloria; pero como era nombre de mujer, Gloria fue mi apellido, y mi nombre sería Leche, pero me buscaron un sinónimo, y me bautizaron como: Calostro Gloria.
Me eduqué con las monjas y estudie con los monjes, quizás por ello es que se me empaché de ver a tantos eclesiásticos. Cuando crecí, decidí ser autodidacta, estudiando para ser bibliotecario y experto en lenguas. En los libros encontré todos los conocimientos; si me preguntaban como era Francia, leía a la Historia Francesa; si se trataba de sexo, leía Sexología, o a los grandes maestros, como Flaubert, Juan Tenorio, o a Sade, y, a la par que leía los libros de la Biblioteca, me compraba mis propios libros que guardaba en mi otro cuarto... Cuanto gozaba ver cómo crecía mi propia biblioteca, día a día los limpiaba, les cambiaba de forro, los cambiaba de lugar, buscaba qué otro libro me faltase... Una cosa que si tenía como norma, era comprarme libros originales, y si fuera posible, libros de ediciones importantes... Aromatizaba este cuarto para darle un buen ambiente a mis libros, sentía que en cada uno de ellos, los autores respiraban a través de sus páginas... Me ensimismaba tanto que hasta escuchaba sus voces; a Heisse indicándome lo que deseaba expresar, su teutona voz era la de un hombre agotado, y anciano... La voz de Víctor Hugo era tan deliciosa, y firme, su francés era tan fino, (el francés, ingles, alemán, ruso, japonés los entendía perfectamente, pues odiaba las traducciones)... Me encantaba escuchar la voz chirriante, tosca, temperamental de Tolstoy... La bromas, la risa melancólica de Moliere... Si. Mi biblioteca era fabulosa.
Diariamente salía de la Biblioteca a mi Biblioteca, y luego, a cenar y a dormir... Estaba en mi cielo, hasta que conocí a Pedro.
Pedro era un vago que durante muchos años lo veía emborrachándose por las calles, o vagando, o robando, o comiendo de los tachos de basura... Era un desperdicio de persona, una rata de alcantarilla. Un día, saliendo de mi trabajo y camino hacia mi cuarto, Pedro se acercó y me dijo
- Hola Calostro, dame algo para comer...
Lo miré de arriba hacia abajo, y apestaba a porquería, y sin hacerle caso, seguí mi camino, pero el andrajoso comenzó a seguirme, por ello, le di lo que tenía en la mano, y fueron dos monedas... Cuando llegué a mi biblioteca, saqué de mi maleta las primeras obras de C. Bukoswki, que lo leí con fruición, y de pronto, comencé a escucharlo... era la voz en ingles de un alcohólico, hasta olía a licor, y a porquería; lo que más me llamó la atención es que me parecía haberlo escuchado antes, pero no recordaba en donde... Terminé impresionado por sus sórdidos relatos, y al mismo tiempo, muy honestos y confrontantes que, me puse a pensar acerca de mi vida, pues, después de leerlo, sentí que más que contarme algo, Bukoswki me hablaba de su vida, con tal integridad que remeció mi cabeza, me preguntaba si alguna vez había vivido la honestidad, o si estaba viviendo la honestidad del producto de mis lecturas, o el consejo de personas con buenas intenciones, pero, que eso no era un producto de mi mismo... Por primera vez dudé en la forma en que tomaba mí propia vida; y así, con aquellos pensamientos me acosté. Al día siguiente salí al trabajo, y después de laborar, regresaba hacia mi cuarto, cuando me encontré con Pedro, y me dijo:
- Calostro, ratón de papeles, dame algo para vivir...
Lo miré sorprendido por sus palabras, y me pareció ver al mismo Bukoswki; me acerqué, le di otras monedas, y seguí caminando...
- You have an ordinary madness... buki buki... – me dijo en un ingles casi perfecto.
Me volví, y Pedro me sonrió mostrándome los pocos dientes que aún tenía. Llegué turulato a mi biblioteca, y seguí leyendo a Bukoswki, y pude reconocerle la misma voz de Pedro. Solté el libro pensando que enloquecía; y salí hacia mi otro cuarto, pero no pude dormir.
Al día siguiente fui a buscarlo, y lo encontré tirado por el suelo, con una botella de licor, riéndose de todo aquel que pasaba por su lado; me paré a observarlo, y se le veía más divertido, más espontáneo, y tenía algo que yo carecía... Era auténtico.
- Hola Pedro... Cómo puedes hacer para vivir así, sin un lugar en donde dormir, ni saber que comer, ni qué hacer... Acaso te gusta estar mendigando, dando pena, destruyéndote a ti mismo... – le dije intrigado por saber su respuesta.
Me miró a los ojos, y con una franqueza más grande que todos mis libros, me dijo:
- ¿Alguien te enseño a comer? ¿A morir?, ¿A reír?... ¡Nadie! ratoncito de papel... Vive tu propia vida...
Me quedé atontado por su saber, y mientras me iba, escuché sus burlas:
- Just be free... free... buki buki... Be yourself... Let it do... buki buki ...
Llegué a mi cuarto, y me di cuenta que mi vida estaba consumiéndose en mis maravillosos libros que, aunque me decían grandes verdades, no me llevaban ni a la verdad ni a la libertad ni siquiera me indicaban la ruta... sólo eran mensajes, señales, lindas experiencias... y lo único que aprendías era que tienes que vivir tu mismo, así como ellos lo hicieron...
Comencé a perder el interés por trabajar, y también por leer, y, poco a poco, comencé a dejar cuidar mis libros, y a soñaba con liberarme del pasado que había creado, anhelaba tener vida propia, casi sentía que iba a ser maravilloso si... abandonara todo... Y así, pensé en jubilarme...
Y me jubilé, y complacido por aquella liberación, tuve que agradecer a mi libertador. Sí. Busqué a Pedro, y le entregué todo el dinero que había en mi maletín, y también, todos mis libros y mi cuarto, y todo lo que hubiere en él...
Y yo, me quedé en la calle... Y efectivamente, no fue como yo soñaba; comencé a sentir la soledad, el hambre, el frío... Pero, eran mis propios pasos, sentí que esta vez, yo, era el personaje principal del libro de mi propia vida... Y desde aquel día, todo comenzó a tener sentido para mí.
Encontré un lindo parque en donde pasar las noches, y durante el día me dedicaba a pedir limosna a la gente, algunos me daban, otros no, pero, cada día siempre tuve algo que comer... Era lindo ver como desde que amanecía, los pajaritos piaban, y los perros durante las noches se juntaban como manadas salvajes, y los arboles despedían durante las noches tantos olores, y los vagabundos así como yo, nos juntábamos en una ronda y dormíamos como verdaderos hermanos, y luego se marchaban, ya sea a mendigar, o a vender sus trapos, o cosas usadas. Con el tiempo nació en mi las ganas de escribir un diario de todas las cosas que recién comenzaba a vivir... Me volví un poeta, y comencé, primero a regalar mis poemas, y luego, a recibir lo que buenamente me ofrendaban. Llegó un punto en que me hice conocido, y en medio de todos mis hermanos vagabundos, declamaba mis poemas, ensayos, relatos... Era muy lindo ver como todos ellos me aplaudían, y me admiraban, pues decían que yo expresaba sus sentimientos más profundos... Había veces en que se acercaban personas importantes, y me pedían que les vendiera mis escritos, pero yo no podía cobrarles, sentía que era suficiente con que ellos me escucharan, o me leyeran... Ese era mi premio más preciado, aunque no les negaba su contribución...
Un día, en que recitaba mis poemas, pasé por casualidad por mi excuarto, y vi a Pedro, muy bien vestido, y acompañado de un grupo de intelectuales...
- ¡Pedro... Amigo! – le dije emocionado
- Hola vago... Toma unas monedas... – sorprendido le recibí, y se alejó con su grupo de amigos por las monótonas calles de la ciudad.
Joe 04/09/03
- FIN-