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Categoría: Terror

La Noche y Las Brujas

Ha pasado ya tiempo desde que aquellos días de mi infancia se desvanecieron en el pasado. Hoy soy un hombre normal, al menos es lo que piensa la gente. Tengo esposa, dos hijos pequeños, una casa y un trabajo. Pero no sé que ocurre en noches como esta, en la que despierto angustiado por el lloro de alguno de mis hijos por alguna de esas pesadilla infantiles tan comunes en algunos niños. Mientras consuelo a mi pequeño en mi cama y lo calmo hasta que concilia el sueño, mis memorias comienzan a volcarse en mi mente como una cajón de artículos antiguos que se vacía a propósito para vivir recuerdos remotos. El problema es que estos recuerdos, o mejor dicho, uno en especial, no es exactamente uno que se desee revivir. Es un hecho que ha permanecido en mi mente y que hasta presente no he conseguido borrar. Algo que ni siquiera pude comprobar como real o producto de mi vasta imaginación pueril, pero que secretamente me ha torturado en las noches oscuras o cuando hay tormenta y el agua azota los árboles allá afuera.

Vivíamos en una casa antigua, mis padres, mis hermanos y yo. Yo era el tercero de mis hermanos, el mas débil y tímido. Nuestra casa había pertenecido a un matrimonio ya viejo, hasta que el señor murió y la dueña de la casa decidió venderla a mi padre e irse a vivir en un apartamento más pequeño. Nuestro patio era grande, perfecto para nuestra edad. Había árboles frutales alrededor de toda la casa, caminos de ladrillos que para nosotros representaban calles y carreteras par nuestros vehículos-bicicletas, un estanque que nos acogía en los días de calor, y un pequeño ático anexo a la casa que servía a mi hermana para jugar con sus muñecas. La casa era nada ostentosa, de altas paredes, piso de ladrillo y granito. Dos habitaciones pequeñas que se comunicaban entre sí y con la sala, y una más grande con puerta a la sala y un ventanal hueco del otro lado que daba hacia el comedor. Esa era mi recámara. A veces me pregunto porque tuve que quedar allí, pudiendo haber ocupado una de las que se comunicaban entre sí.

Quizás así ellas jamás me habrían molestado.

De día mi casa era el paraíso de mis primos. Venían contento s a jugar con nosotros en nuestro acogedor patio, y nosotros éramos felices allí. Pero cuando llegaba la noche, el ambiente cambiaba de una manera abrupta e inexplicable. Mi hogar se convertía en un lugar lúgubre y poco acogedor. Afuera, el patio era oscuro y silente, morada de gatos y otras criaturas nocturnas como pequeños murciélagos, lagartijas y algunos insectos. Por dentro el ambiente era aceptable al calor de las luces de las viejas lámparas. La parte más alegre era la cocina, en donde se concentraba el intercambio familiar. En ella nuestra degustábamos los amorosos platos de nuestra madre mientras mis padres hablaban sobre nosotros o sobre cualquier otra cosa . El resto de la casa era poco amigable. En especial la sala, con un gran ventanal que daba hacia el porche, unos muebles de cuero al estilo campestre, y un reloj que jamás dejaba de sonar sus retumbantes campanadas. Pero lo que menos me agradaba era la altura de la sala, no sé por qué. Sin luz, la casa era aún menos amigable. Con este ambiente en el que estaba obligado a habitar, no era difícil que mis miedos más indecibles afloraran del fondo de mi entrañas.

Cuando las luces se apagaban y todos se dormían, justo allí comenzaba mi calvario. Noches interminables confinado en aquella habitación solitaria, esperando minuto tras minuto, hora tras hora la llegada del amanecer. Fueron muchas las noches en que interminables y extraños ruidos aturdían mis oídos, y en las que sólo me quedaba cerrar los ojos y obligarme a mi mismo a dormir. Todo esto era acompañado por el compás de las campanadas de nuestro reloj de pared, que casi podría jurar que a veces daba más de doce campanadas. Algunas noches mi tormento a causa de los ruidos era tan insoportable que salía corriendo a rogarles a mis hermanos, llorando, que me dejaran dormir con ellos. Algunas veces se apiadaban , otras no. La puerta del cuarto de mis padres jamás me atreví a tocar, porque mi padre era muy severo y podía castigarme y llamarme miedoso, como frecuentemente lo hacia. Eso me hería profundamente, pero era cierto.

Mi cuarto era aterrador por donde se le mirara. La cabecera de mi cama daba hacia el ventanal hueco, eso me daba grandes tortícolis tratando de esconder mi cabeza de las garras de algún malévolo ser nocturno. Si me ponía de revés, la situación no mejoraba pues no podía dormir con mis ojos clavados en la ventana. En la punta de la cama estaba la puerta hacia la sala, de la cual me aseguraba que tuviera puesta la llave, pero mi miedo imposible jamás me dejaba pues la puerta estaba hecha de una madera tan endeble que cualquier ser feroz la podía destrozar en segundos.

¡Cuantos ruidos no escuchaba yo esas noches! Sentía pasos sobre el techo de asbesto, en la sala, en la cocina. Pasos pesados, pasos ligeros, rápidos y pausados. Golpes a la puerta, como si algún angustiado rogara desesperadamente que le dejasen entrar. La única manera de aceptar estos hechos era creer que eran los gatos, o torpes murciélagos estrellándose en su incesante vuelo nocturno.

Pero la cumbre de mi espanto ocurrió una noche de tormenta. El viento soplaba con tanta fuerza que ráfagas de lluvia entraban por los ventanales elevando las cortinas como ávidas bailarinas. Las luces se fueron como era de esperarse y cuando fueron las diez, nuestro padre nos ordenó ir a la cama. El ruido de la lluvia contra el asbesto era ensordecedor, el frío se colaba entre las sábanas de mi helada cama, y la claridad de la tormenta hacia un juego de sombras en combinación con los oscuros rincones de la casa. Con cada trueno, mi piel se helaba, y mi eterna vigilia vencía a mis párpados en su afán de cerrarse. Esa noche sentí una inexplicable atracción hacia la puerta de madera que daba a la sala. El viento soplaba, chispas de agua caían sobre mis ojos desde el desgastado techo, y mis ojos permanecían clavados en esa fina protección contra la sala. La sala, cuya forma vertical alargada me aterraba, era tan inhóspita de noche, que prefería morirme de sed antes de cruzarla en busca de un poco de agua. De pronto una ráfaga descomunal de viento abrió la puerta en dos , la sala quedo frente a mi vista a unos pocos metros, ya no estaba seguro en mi habitación, estaba indefenso. El miedo se apoderó de mi pero pude levantarme y salir corriendo a cerrarla. Cuando me disponía a hacerlo, noté con asombro como la puerta principal de mi casa también esta abierta , y como el viento arrastraba hojas y agua hacia adentro. Vi como un juego de sombras macabras se dibujaban en el piso y las paredes.Pero lo que vino a continuación me paralizó de manera tal que no pude dar un paso y mucho menos gritar: Un carrusel de pequeñas viejecitas vestidas de morado y montadas en pequeñas escobas de paja entró por la puerta. Las viejitas - que comprendí que eran brujas por sus escobas- reían y chillaban a medida que daban vueltas alrededor de la sala, como a tres metros por encima del suelo. Sus pequeños taconcitos rozaban mi pelo, y ninguna de ellas me quitaba la vista de encima. Tenían el pelo blanco hecho un moño y reían y reían frenéticas a medida que daban vueltas alrededor de la sala. Una de ellas me tomó por el brazo y pude sentir como me elevaba con ellas, di vueltas y vueltas por la sala tomado por el brazo, y a voltear, vi como tenía muy cerca a otra viejita, que me miraba con sus ojos negros en toda su faz. Estaba mareado y aturdido, inmóvil, a merced de las viejas. Recuerdo que comenzaron a cantar a coro con sus trémulas voces, cánticos burlones hacia mi pobre condición de niño indefenso. De pronto fui arrastrado hacia fuera, la brujas dieron un par de vueltas por mi patio y luego me dejaron tirado bajo el árbol de la parte trasera. Casi desvanecido, vi como se detuvieron y comenzaron a decirse secretos mientras me veían. Y así, con una especie de reverencia burlona con sus escobas, partieron pasando por entre las copas de los árboles y hacia la oscuridad. Mi cuerpo no podía más, ni tampoco mi mente exhausta.

Esa mañana desperté en el cuarto de mi hermano, con mi ropa limpia y seca...¿ O era otra ropa?

Después de aquella noche decidí no contar lo que creí había sucedido. Sólo rogué a mi padre me dejara intercambiar cuartos con mi hermano mayor. Ese día tuve suerte, mi padre aceptó. Desde que me mudé de cuarto pude dormir mas tranquilo. No llegué a sentir mas ruidos ni volví a ver a las brujas. Quizás lo único que necesitaba era sentirme en un lugar más seguro , para así no escuchar esos ruidos que tal vez eran solo mi imaginación.

Pero esta noche, recordando un vez mas aquella extraña noche, veo que algo olvidado viene a mi memoria ¡ Si, ahora lo recuerdo! Mi nueva habitación tenía una cruz de paja tras la puerta, una al lado de la ventana, y otra en la cabecera de mi cama. Eso se usa para proteger las almas...¡Claro! Y aun más, recuerdo que de pronto mi padre jamás me llamó miedoso, y se mostraba mas comprensivo cuando dejaba escapar un brote de temor hacia algo.

Entonces...¡ Quizás si fue cierto! Y quizás mis padres conocen bien la historia. Tengo meses que no hablo con mi madre. Voy a llamarla
Datos del Cuento
  • Autor: Didi-cat
  • Código: 2130
  • Fecha: 18-04-2003
  • Categoría: Terror
  • Media: 6.13
  • Votos: 52
  • Envios: 7
  • Lecturas: 8305
  • Valoración:
  •  
Comentarios


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5 comentarios. Página 1 de 1
Serena
invitado-Serena 22-08-2003 00:00:00

Hola como estas? ... bueno espero q bien. Sabes? me encanto tu historia y en especial la forma en la q la expresaste. Tambien te queria contar que creo completamente en tu historia,por que en realidad no es la primera vez que oigo algo asi y que eh experimentado algo de este tipo ya q tengo una amiga que ah sido la reencarnacion de una bruja...pero en fin te felicito por la forma en que narraste tu historia de mi parte ganaste un 10! chao!

Celedonio de la Higuera
invitado-Celedonio de la Higuera 15-05-2003 00:00:00

El cuento está muy bien contado. Refleja los miedos que todos hemos tenido alguna vez. La música le acompaña muy bien. Sólo te pongo una pega: no parece una historia de terror.

alguien
invitado-alguien 01-05-2003 00:00:00

no parece un cuento de terror parece un cuento de niños ademas crees que las brujas en verdad son asi

Vendido
invitado-Vendido 19-04-2003 00:00:00

si no fuera lo que te esmeras en hacerlo bien, te diría que lo podías hacer mejor, a no ser por la gramática, la ortografía, redacción y enfoque, todo estaría bien.

Andueza
invitado-Andueza 19-04-2003 00:00:00

Interesante su historia, señor. Bien la podrìa haber escuchado de su propia boca en un bar, con un buen trago. Mis saludos.

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