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Los sueños olvidados

Los sueños olvidados


Hay un gran árbol de esperanzas maduras y también una profecía que se recitó a los cuatro vientos con muchos siglos de vejez a sus espaldas, una nueva vida que sorprende tanto como tanto se había previsto. Y una columna de sueños va escalando como el humo vaporoso de un deseo esquivo y retozón que también nace y desaparece en la eminente hoguera de la vida.
Surge de pronto el vacío, y la escalera que alguien nos tiende desde un lugar lejano. Ya cansados de caminar nos quedaremos descansando en el lugar donde nace la hierba y viven las mariposas, donde confluyen el rocío de la madrugada con los besos dorados y hermosos del sol, donde vive el dulce sonido y el fino olor de la libertad.
De aquél que vio el árbol tenemos reminiscencias y también de quienes se unieron y tanto lucharon por alguna buena causa; sabemos del mágico momento en el que todo hizo eclosión y comenzaron a venir las cosas como sopladas por el eterno viento del tiempo.
En una noche cualquiera nacen las estrellas. Sobre un cielo ya oscurecido pintan de nuevo su brillo, que parecen ir luciendo en nuestros corazones dormidos. De pronto surge el viento y nos trae los recuerdos: todo el mundo se mira y recordamos lo olvidado y volvemos a dormir para seguir soñando.
Ahora silban los viejos árboles su eterna canción diciendo que somos pequeños y podemos perdernos en el mundo de la incertidumbre, de la cual estamos hechos.
¡Lo mejor está por venir!, gritan los hijos de la noche; pero nosotros sólo tenemos oídos para el dulce sonido que producen nuestros pasos al moverse por la hierba que tibiamente acaricia nuestros desnudos pies, mientras vamos diciendo palabras sin pensar en significados. Y una honda borrachera de emociones nos empuja febrilmente con su invisible red hacia un lugar aún no aclarado.
Quizá esta noche salgan los grillos y los sapos de sus madrigueras, quizá llueva hoy o tal vez en días venideros, a lo mejor viene a vernos la luna o simplemente nos quedemos paseando por las estrellas. Acaso seamos los dueños de un destino ofuscado, de mil caminos que se han liado, de algunos raros instantes en los que hemos visto algo, pero que no hemos estado.
Amanece, ¡y es un alivio! Otra noche que se escapó y solo nos deja su perfume escrito en el libro de la memoria. Ahora veremos el camino agrietado, la vieja ruta que marcaron quienes nos precedieron. A lo mejor descubrimos algo, quizá se evidencie lo más sensato: ¡un árbol que no se oculta es posible divisarlo! Las nubes avanzan hasta nosotros, llegando, y el sol pronto oscurecerá su encandilado fulgor. ¿Será, acaso, cierto lo que siempre se ha soñado? Pero no paremos en reflexiones, la lluvia está cayendo y el miedo nos está embargando.
Parece que es un miedo escurridizo que deambula por los callejones del vetusto laberinto que, poco a poco, fuimos urdiendo y que no hemos logrado nunca superar. Éste nos acecha en cada esquina, nos escupe a la cara y nos tiende su manto para no escapar. Se acerca con el viento o con la oscuridad, parece caer del cielo con esta lluvia o tal vez nos siga desde el principio del camino. Quizá sepamos cómo vencer este nuevo reto, tal vez la partida no esté amañada: Sigamos jugando al juego de la vida que tantos acontecimientos promete.
Ahora parece que se ha ido la ilusión y todos yacemos exhaustos. ¡Qué voluble es el hombre! Inquieto y frágil como para moverlo el aire que más sopla. Y todo nos da vueltas cuando nos rodea el desconcierto, sin saber qué día parar ni adonde nos llevará ese incesante viaje. Quizá algunas nubes errantes queden en la memoria y ensombrezcan el cegador resplandor del instante mágico en que todo se produzca, ese momento alado e invisible en la retina de nuestros ojos cuando aparezca el árbol perdido y nos deslumbre la incredulidad de su visión hechicera. Y allí estaremos unidos viviendo la eternidad, a donde conducen todos los caminos, en el lugar del embrujo de los sentimientos. Pero hasta entonces nos hace falta un estímulo, un empujón de anhelo, nos hace falta una estrella que nos guíe por el camino.
¿Serán acaso las doce en el reloj del mediodía?
El tiempo tal vez termine, pero no su sonido infinito que nos llega desde los primeros días de la existencia. Queremos terminar, acabar de una vez lo empezado. Quizá no podamos ver el lugar ni tampoco el momento en que podamos llegar. Acaso estemos buscando lo que nunca nadie haya encontrado.


© J. Francisco Mielgo/28/03/2005
Datos del Cuento
  • Categoría: Sueños
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