Estaba sentado en el suelo. Ya habían pasado tres semanas y no recibía una sola visita. Era una de esas personas que ante el infortunio se derrumba y solo desea dormir y dormir. De pronto, recordó los momentos alegres que tuvo en su vida, y, así como una película, pasó ante su conciencia los momentos en que pedía a dios una ayuda para sacar buenas notas en los exámenes del colegio. Sonrió al volver a revivir el momento en que iba con su libreta de notas hacia su casa, a mostrársela a sus padres… y nada más. Apretó los dientes y no quiso recordar más.
Mirando el lugar oscuro en que se hallaba, la claridad le mostraba que después de un sincero pedido, llegaba la luminosa alegría, cegándolo; luego, el licor de la emoción, embriagándolo, llevándole hacia las arenas secas del libertinaje…
No quiso pensar al respecto y se puso a observar el cuarto en que se hallaba. Eran cuatro sucias paredes, un foco de luz prendido colgado del techo, un colchón sucio tirado en el suelo, una pequeña ventana con barrotes de metal y una puerta maciza cerrada con llave… Un caño, un bacín.
Estaba encerrado en una cárcel como rata, hacía más de tres semanas, después de dar muerte a su mujer y su amante a punta de machetazos… Contaron que luego de matarlos, trozó los cuerpos y los llevó al basural central de la ciudad.
De pronto, vio una rata cruzar el rincón de su cuarto y recordó a su esposa y su amante. Contaron que después de trozarlos los había envuelto en bolsas de plástico para tirarlos al basural, al cráter oscuro de olores inmundos, y llenos bichos y ratas… Nadie entendió el por qué se quedó observando los ensangrentados bultos, rodando y rodando hacia el fondo oscuro del lugar, esperando que fueran devorados por los inquilinos de la zona… Pero él recordaba, mientras vio pasar a aquella rata por su cuarto que, cuando los bultos dejaron de rodar, se sintió observado desde el oscuro fondo por cientos de ojos brillantes, por enormes cuerpos grises de colas rojas como la sangre que chorreaban las bolsas de plástico. Eran las ratas que comenzaban a destrozar los cuerpos de su mujer y amante, mientras le miraba fijamente con sus ojos negros. Se sintió extraño, sucio, juzgado por los cientos de ojos brillantes…
La angustia le volvió al recordar aquel momento. Se vio huyendo hacia su auto que lo encontró lleno de ratas que trataban de entrar para lamer la sangre que quedaba de los bultos. Se vio huyendo del auto hasta llegar a su casa y encerrarse en su cuarto como escondiéndose inútilmente de su conciencia… Día a día creía ver los mismos ojos negros brillantes, mirándole y acusándole.
Lo encontraron después de una semana encerrado de su cuarto. Todos pensaron que estaba loco pues solo hablaba de ratas, pero al final lo llevaron a una cárcel en donde esperaba su juicio. Lo cierto es que ya habían pasado semanas y aún no le llegaba su juicio y allí estaba, en aquella cárcel, recordando todas las cosas que hiciera desde siempre.
Después de ver pasar al roedor por su cuarto, escuchó unos chirridos que llegaban a través de los barrotes de la ventana. Se paró y con gran dificultad pudo ver a cientos de roedores corriendo por las tuberías, alimentándose de los deshechos de perros y gatos muertos. De pronto, sintió un aliento agitado a su lado, volteó y vio a una rata negra mirándolo, mostrando sus húmedos bigotes, abriendo su hocico en pos de dar un brinco hacia él… Le saltó, le dio un mordisco en la frente, dejándole sangrando, y luego salió por la ventana de barrotes de metal… dejando al hombre gritando y temblando por la fuerte impresión. Fue entonces que vio que los cientos de grises ratas entraban a través de la ventana, por los bordes de la puerta, tirándose encima de él… Sus gritos fueron terribles, pero nadie pudo escucharlo.
A la mañana siguiente, cuando entraron los policías para darle sus alimentos, solo encontraron los huesos y vísceras del hombre, y una que otra rata paseándose por el cuarto…
Lima, 14/10/04