Ese hombre que viste sombrero de ala ancha es la persona más flemática de todo Ponce.
Tiene cuarenta y cinco años y tal parece que roza los sesentas. Es un empleado del gobierno con buena posición y salario. Soltero, metódico, ordenado y beato.
Su vida es simple, tal como el rodar del día en ese pueblo o bien como el paso de una hormiga solitaria.
La historia de este hombre no es nada del otro mundo. Una persona más del pueblo que solo los vecinos más cercanos observan, yo era uno de ellos….
Vivíamos frente a frente. Él, en su mansión de casa de altos y bajos. En los bajos tenia dos apartamentos los cuales rentaba y él ocupaba la planta de arriba con un balcón del ancho de la casa y un inmenso patio sembrado de árboles frutales.
En ocasiones ese balcón se vestía de gala, una vez al mes, día viernes para ser más exacto, don Claudio invitaba a sus amistades. Yo desde mi vivienda, sentada en el escalón de la entrada alzaba la vista y me entretenía viendo la elegancia de las vestimentas de sus invitados mientras mis oídos eran saturados de la música que salía de dentro de la casa. Estas fiestas terminaban tarde y en ocasiones me dormía en mi cuarto oyendo el bullicio de la gente. Personas que este señor con su sonrisa indefinible, fumando su aromático cigarro le hacia cuentos de sus hazañas en la guerra mientras miraba el humor flotar por el aire. Tal parecía que este humentar grisáceo lo transportaba a ese lugar, a aquella etapa de su vida. Y así entre tiros y gritos que salían de sus relatos, transportaba a sus invitados a su mundo cerebrar.
Al día siguiente, temprano en la mañana se oía el sonido del churro de la manguera, era don Claudio lavando su balcón y ordenándolo.
Pero un día, al mirar hacia ese esplendido balcón, mis ojos se posaron en la mirada de una hermosa mujer que me sonreía. Alta de piel canela con una mata de pelo que le llegaba casi a la cintura, vestida de traje escoltado y ajustado presentándole al mundo sus maravillas. Al segundo entraba o salía, (según se quiera ver), don Claudio al balcón con dos copas de un liquido amarillento, quizás era vino, con ojos de becerro bellaco miraba a esta mujer que al tiempo supe se convertiría en su mujer…..y la de otros mas….incluyendo a mi padre, que como todos sucumbió a sus encantos.
Pobre don Claudio, ya no era el hombre metódico, ordenado ni menos beato. Ahora su mayor preocupación era velar por esta mujer, cumplirles sus deseos y joderse trabajando para poder brindarle los lujos de la vida
Al cabo de un tiempo aquel hombre de cuarenta y cinco años parecía que la vida lo había arrastrado por todos los túneles habido y por haber. Mientras que la hermosa mujer en su ausencia disfrutaba de las caricias de hombres jóvenes que venían a visitarla, incluyendo a mi padre, don Claudio dejaba el lomo en la oficina. En la acostumbrada fiesta ella buscaba la forma de emborrachar a su marido para así poder hacer de la suyas. Su pasatiempo favorito era el del enseñarle el juego de cama que había en la alcoba matrimonial al listón de turno, incluyendo a mi padre. Mi padre que tras vivir casi una vida al frente de este pobre cuernu hombre y apenas dirigirle unas cuantas palabras, se conocía esa habitación como si fuese la de él.
Pero como dice el decir…a cada pollo se le llega su hora, a esta gallina clueca también le llego.
Sucede que un día el pobre infeliz don Claudio se le olvidaron unos papeles que necesitaba llevar para la oficina y sin llamar, (no se si tenia teléfono), se encamino de regreso a su casa.
Yo sentada en ese escalón de mi vivienda, llena de curiosidad, no podía evitar que mi vista se alzara para observar la escena en ese esplendido balcón de la mujer y el listón de turno, cuando en esos momentos llega el cuernu de don Claudio. El listón abrió pata a correr hasta desaparecerse mientras el pobre don Claudio se abalanzaba a esa mujer por la cual el veía luces. Mi padre al ver lo que estaba sucediendo, salio corriendo a buscar la policía, antes que don Claudio sacara fuerzas de donde no tenía para tirar a esa mujer por encima del balcón. Pero el pobre estaba tan debilucho que el forcejeo de ella era lo suficiente para prevenir que su hermoso cuerpo fuese a dar con el pavimento abajo.
Al fin aparece la policía guiada por mi padre, y el evento termina sin ninguna desgracia, la mujer hizo sus maletas y el pobre don Claudio quedo con su lamento y quejidos los cuales se podían oír hasta en la plaza. Pobre hombre. De ahí en adelante caminaba cabizbajo, las fiestas se suspendieron mas nunca volvió ese balcón a vestirse de gala ni a escucharse su música.
Siempre se me quedo la incógnita de saber el por que mi padre ese día corrió como nunca lo había visto correr para buscar la policía siendo él del pensamiento que se le debe dar muerte a la mujer que le pone los cuernos al hombre. ¿Quizás él ansiaba ocupar el puesto de don Claudio