CUENTO 1
Mientras el idiota veía las críticas hechas a su persona por los grandes sabios, un fuego interior trataba de encender su inconciencia y su cólera. Pero no dijo nada, ni un gesto, nada. Se paró sobre sus pies y salió a la calle, hacia lo desconocido, adonde el dolor le llevara… Hubiese querido decir algo, cualquier cosa, algo que fuera real pero no sabía hablar bien, sus labios estaban secos, y su alma demasiado dolida.
Ya en la calle, un pobre ciego se le acercó y le dijo: "Siento que lloras en silencio". "¿Cómo lo sabes?", respondió. El ciego le cogió del brazo y le dijo si podían caminar juntos un momento y así podrían conversar un poco más… “Hermano, el dolor se disuelve en el mar de la vida”, le dijo.
El idiota le dijo que no deseaba escucharle, y sin decir más, partió como una gacela hasta perderse en la oscuridad de las calles del pueblo. De pronto, escuchó que alguien le seguía. Paró su marcha y vio que quien le seguía era el mismo sabio que le había criticado. Llevaba una vara luminosa que agitaba como un lancero en medio de la noche, gritando sin parar: "¡No huyas, no huyas, no huyas...!"
El idiota se paró ante él y le dijo que no deseaba escucharle, que había aprendido la lección, que no sabía nada y que sí sabía algo, eso era errar una y otra vez sin parar... Y sin saber por qué, el pobre idiota se puso de rodillas, y ante el gran inquisidor se puso a llorar. Luego, se levantó, y le dio un beso en las mejillas. El gran sabio soltó su gran vara luminosa y le dijo: "¡Vete, y no vuelas mas!"...
El día estaba comenzando cuando a la salida del pueblo se escuchaba las risas de un pobre idiota que desnudo saltaba y jugaba con todos los querubines y demonios que moraban en el bosque...
CUENTO 2
La lluvia era fuerte, sin embargo, tan solo sus lágrimas que brotaban de sus ojos bañaban y atenuaban la molesta soledad del viejo ladrón. Cogió un cigarrillo que tenía bajo el saco, tomó un cerillo y lo encendió. El humo que arrojaba por sus labios parecían mostrarle las primeras siluetas de su madre, que desde el mas allá le rogaba que cesase de llorar, que existía un lugar en donde el sol jamás se esconde, que los dioses caminan de la mano junto al hombre, que el aire tiene un canto para todos y la brisa muchas caras que poder acariciar... Así parecía escuchar el ladrón mientras las perlas que brotaban de sus ojos esmaltaban el lugar en que se hallaba, el lugar en donde estaba la tumba de su madre…
Cuando terminó el cigarrillo lo soltó, cayendo a la tierra como una vida, un polvo, una ceniza mas... Miró al cielo, no había lluvia, no había estrellas, nada… Miró la húmeda tierra y no había plantas, tan solo una vieja cruz con un nombre muy querido. Se secó el rostro con el borde de su saco, y respirando hondo se encaminó hacia su hogar, sin embargo, notó que algo de él se perdía, no era el cigarrillo, tampoco las cenizas, era el recuerdo y sus lágrimas que parecían decirle que volviese el día de mañana... Retorno sobre sus pasos hasta llegar al mismo lugar, y sentado en el barro se puso a esperar el amanecer, pero esta vez no lloró. Empezó a sonreír, recordando los tiempos en que de la mano de su madre esperaba que la aurora les besase sus caras…
San Isidro, febrero del 2005.