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Todo el mundo sabe que la Luna y el Sol son parientes cercanos. Pero sólo los habitantes de las Tierras Remotas conocen la leyenda de su nacimiento...
Hace siglos, lo que conocemos como Tierra estaba dividida en diversos reinos que formaban las Tierras Remotas. Todos con sus riquezas en oro o recursos naturales como el agua alegre o los bosques de abetos sabios. Pero lo más importante es que los reyes de las Tierras Remotas lo compartían todo entre los distintos reinos para que a sus súbditos no les faltase de nada. Así, en época de sequía hacían uso de camellos para transportar el agua de un reino a otro y regar los campos para poder calmar la sed. Los reyes estaban orgullosos de haber sabido mantener la paz entre sus reinos desde los tiempos del nacimiento de la propia Tierra.
Sucedió que los reyes de Tierras Remotas fueron padres de mellizos: un niño moreno con sangre guerrera al que llamaron Sol y una niña de piel cálida y ojos de plata a la que llamaron Luna. Era costumbre hacer una gran celebración y que los padres recibieran toda clase de exquisitos objetos y ricas viandas procedentes de cada uno de los reinos. Los festejos por la llegada de los niños, en los que todos participaron sin necesidad de envío de invitación alguna, duraron varios meses. Todo buen vecino fue bien recibido, pues la honra de su presencia en la casa no se comparaba a riqueza conocida.
La amistad y la paz habían sido las consignas de la convivencia entre reinos. Se respetaban las diferencias entre cada cultura y las particularidades de sus tradiciones. Sabían de la necesidad de escucharse y dialogar pues sólo llegando a conocerse bien podrían aprender los unos de los otros. Siguiendo este camino, habían logrado alcanzar la sabiduría y el dominio de los conocimientos y saberes.
Sin embargo los Príncipes Sol y Luna crecieron con tal sed de poder que tras la coronación del príncipe Sol, ambos se lanzaron a la guerra entre reinos y poseyeron tal cantidad de riquezas como nunca antes se había logrado. Juntos se volvieron invencibles y ninguna fuerza humana pudo derrotarles. Dejaron de velar por la paz y rompieron el respeto entre pueblos.
Los Grandes Sabios de cada reino unieron sus fuerzas en el Gran Consejo sobre el Monte Perdido y en la noche más estrellada del año, conjuraron a los sagrados dioses de sus antepasados para pedirles ayuda:
- Os pedimos consejo.
- Debéis castigarlos convirtiendo a los jóvenes príncipes, en Sol y Luna. Juntos han sido capaces de destruir la humanidad. Separados velarán siempre por ella.
De modo que el Sol y la Luna nunca pudieron volver a contemplar la totalidad del esplendor de esa tierra que tanto anhelaron dominar. Él no tendría oportunidad de ver el suave brillo de la nieve en las noches de invierno, ni tampoco el resplandor de las estrellas en su baile nocturno mientras que ella no contemplaría las nubes sonrientes de primavera, ni tampoco podría arroparse en la toquilla azul del cielo.
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