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En el Jardin de los sueños prohibidos

Hace algún tiempo, una muchachita que era muy feliz, que se sentía protegida y amada por los suyos, descubrió un jardín secreto, un poco retirado de su casa.

La niña al principio se sintió culpable de andar sola por esos rumbos, siempre fue muy obediente y juiciosa, pero el día que entro al jardín, no estaba ni siquiera segura de a donde le dirigían sus propios pasos, nuestra pequeña entró a aquel lugar, sin proponérselo siquiera.

Al entrar allí, descubrió que los colores no siempre son definidos, que las nubes no son de algodón en todo momento, sino que también están hechas de lagrimas. Se encontró conque algunas veces el gallo no era quien siempre abría el nuevo día a grito de pulmón, sino que hasta las orugas en el silencio de su paciencia, también danzaba a la llegada del sol.

La niña, se vio colmada de nuevas realidades. Comprendió de paso que el gris es generalmente el color favorito de la inseguridad y que no siempre es malo llevar la contraria en el timón del mundo, sino que hasta es necesario. Nuestra pequeña estaba fascinada por todo lo nuevo que se le mostraba. Vio alquimistas preparar pócimas fantásticas que curaban los corazones heridos, sonrisas que anunciaban un arco iris eterno y silencios que eran mas dulces que el canto del ruiseñor.

Al ver todo esto, nuestra pequeña sintió el primer impulso de salir de allí y compartir con las prendas de su corazón, sus nuevos hallazgos. Pero cual no seria su turbación al verse de nuevo fuera y descubrir que cientos de personas de todos los colores, razas y pensamientos, pasaban por el frente de aquel increíble lugar sin siquiera notarlo. Muchos incluso, endurecían sus rostros por temor quizás a verse encantados por la música que emanaba de aquel maravilloso lugar.

Nuestra pequeñita, corrió tan rápido como le permitían sus zapatillas color rosa pureza. Sin aliento llego hasta las puertas ocres de su casa y a medio respirar convoco a los que allí habitaban. De entre las esquinas de su mundo, salieron los padres y las hermanas, las mascotas y las tías, las vecinas y los invitados de improviso. Todos sorprendidos por la excitación que llenaba los ojos de nuestra niñita. Ella se sintió un poco confusa antes de hablar, dentro de su cuerpecito, vibraban un sinnúmero de emociones nuevas y hermosas que no sabia bien como poner en palabras y tampoco estaba segura de hacer repercutir en los demás estas mismas sensaciones. Lo único que ella sabia, era que para ser completamente feliz, además de haber descubierto aquel jardín, debía compartir su dicha con quienes suponía harían eco de su recién descubierta felicidad.

En borbotones celestes, púrpuras y dramáticamente rojos, salieron de la garganta de la niña sus nuevos sentimientos, su descubrimiento de uno de los mandamientos más importantes de Dios para los hombres, cuando manda amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Ella estaba aprendiendo a amar sin etiquetas, sin limites, sin prejuicios. ¿Por qué no habrían de amar de la misma manera los suyos, aquello que ella recién había encontrado? Al terminar de hablar, su ultima frase hizo eco entre las esquinas de su propia alma. Su confusión aumento al encontrar que quienes le enseñaron a amar sin limites, limitaban su amor, descubrió también que aquellos que le enseñaron a compartir, no querían compartir con ella su felicidad y nuestra pequeña se vio sacudida por las lagrimas y una realidad más absoluta que la vida misma.

A quienes pertenecían esos rostros criticantes y llenos de juicio que la señalaban? No, no podían ser los mismos, estos que ahora le castigaban con el silencio y la indiferencia. Ella no podía comprender por qué y de pronto, todo lo que fue, todo lo que consiguió a base de respeto, dedicación y entrega, se borraba de un plumazo, para ser reemplazado por una "realidad" que no traspasaría los confines de aquel jardín encantado.

Nuestra pequeña no esperaba premios, ni alabanzas por su descubrimiento. Tampoco esperaba celebraciones ilimitadas, puesto que la mayor de las celebraciones que conocía, era la sonrisa de apoyo de quienes amaba. Ella solo pedía consideración, ella solo pedía que no fueran borrados del libro de su vida, lo que a fin de cuentas siempre había sido, la misma persona que aprendieron a amar y a respetar por logros propios alcanzados a fuerza de sudar pestañas y aceptar los errores de los demás. Ella seguía siendo la misma pequeña que adoraba recostarse en brazos de su madre para sentir su calor y respirar su olor a lavanda fresca.

Pero, los prejuicios, las etiquetas morales y las trabas religiosas, pudieron mucho mas que sus logros, que su entrega. Y la pequeña se vio convertida en extraña en sus propios suelos. Entonces súbitamente y sin previo aviso, a nuestra pequeña le nacieron las alas iridiscentes de mujer.

Y esta mujer, que hoy crece a golpe de realidades y nuevas esperanzas, aprendió a vivir ya no como niña en burbuja dorada. Aprendió que de la misma manera que podía amar sin limites en aquel jardín donde los sueños se hacían realidad, también debía aprender a amar fuera de él. Y así lo hizo, entonces no necesito ya sonrisas de apoyo de los suyos porque ella fue capaz de repetir esas sonrisas sobre otros rostros, aprendió que ella misma podía y seria un gran alquimista, aprendió que sus labios y hasta sus dedos, eran los remedios más sabios para sanar almas heridas y desesperadamente solitarias.

Hoy en día, luego de muchos tropiezos, esta pequeña-gran-mujer, se detiene de vez en cuando en aquel lugar que descubrió de pequeña y se sorprende al ver que las puertas desaparecieron, lo mismo que sus limites, y que el jardín de sueños prohibidos simplemente siempre estuvo en todo su alrededor.
Datos del Cuento
  • Autor: D. Sierra
  • Código: 358
  • Fecha: 21-10-2002
  • Categoría: Sin Clasificar
  • Media: 5.24
  • Votos: 46
  • Envios: 1
  • Lecturas: 8856
  • Valoración:
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