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AMBIENTACIÓN

La entrada, propiamente un callejón donde escasamente pasaba un camión el que en ocasiones llegaba a raspar las paredes del Callejón-Entrada el que afortunadamente estaba por lo menos medio metro sobre el nivel de la calle, lo que evitaba que se inundara con el río que generaba el más insipiente llovizna que cayera por el rumbo de los Panteones.
El suelo se había formado por un pavimento totalmente casero ya que sólo se había mezclado tierra con aceite usado de motor y esa mezcla la apisonábamos ya fuera con nuestro propio peso o la circulación normal de los vehículos.
Claro que el olor a aceite se mezclaba con el de la gasolina y hasta gas L.P. de los vehículos que entraban y salían. Bueno a esos olores hay que añadirles el de tabaco que generaban las noches de ajedrez que reunían a tres o cuatro parejas de jugadores que pasaban toda la noche concentrados a un lado del tablero cuadriculado, mismos que eran colocados sobre tambores de aceite de esos de dos cientos litros.
Siempre se procuraba un tambor adicional donde se colocaba una parrilla eléctrica para proveer permanentemente de café caliente.
El lema era: “Café, uno, de grano y dos; que siempre haya”.
El supuesto silencio de la meditación entre jugadas era roto por increíbles carcajadas al comentario chusco de alguno de los jugadores.
Esta fila de tambores se colocaba bajo un alto techo de láminas galvanizadas y que era en realidad el único lugar propio para guarecerse en caso de que callera alguna lluvia y ni el golpeteo de las gotas en las láminas galvanizadas, distraían a los jugadores, por el contrario pareciese que los concentraba más en la planeación de sus estrategias.
Aunque estas era sesiones nocturnas, aún perduraba el olores a pintura y ni que decir del olor a azufre que despedí la combustión del carbón de piedra utilizado en a fragua donde se calentaban las hojas de los muelles que requerían de algún arreglo.
Al fondo quedaba un Banco de trabajo con su “Tornillo de Banco” herramienta esta que servía para fijar alguna pieza mientras era examinada o reparada, también estaban los despieces de alguna parte en proceso de compostura.
Para esas sesiones se procuraba mayor iluminación a la habitual lo que se lograba conectando precariamente a las líneas de energía eléctrica, tres o cuatro extensiones hechizas complementadas con poderosos focos de hasta ciento cincuenta watts.
Los overoles, los guantes, las camas rodantes (esas que se usan para deslizarse bajo los vehículos), los desarmadores, las pinzas, los martillos, los pericos, las estilson, las matracas, los dados, las llaves españolas y las de estrías, los montones de estopa, los gatos hidráulicos y demás chunches habían quedado relegados en un cuarto que para tal fin estaba en el lado opuesto al Banco de Taller.
En cada columna nos afanamos por colocar una bocina que conectadas a un radio, que en ese tiempo sólo captaba la banda de Amplitud Modulada o sea AM, ambientaba las jornadas diarias ya fuera con música de la Santanera o las transmisiones de la Serie Mundial de Beisbol narradas por “El Mago Sepién”. Claro que para las sesiones ajedrecistas la radio enmudecía.
Solo en un pechero en una esquina colgaba la bata blanca del “Maestro” único que usaba bata de ese color y que increíblemente le duraba impecable casi toda la semana.
A pesar de que la tarde anterior a la noche de ajedrez se cumplía y con creces el rito de limpieza, no era raro que alguien terminara con tremendo lamparón de grasa en alguna de sus prendas.
A falta de algún asiento, pasaban toda la noche de pía, lo que no evitó de ninguna manera esas sesiones al igual que nadie se preocupó por proveer asiento alguno. Lo que pasa es que según decían ellos mismos; “Parados no nos vamos a dormir” y esto era seguido por tremenda carcajada.
En esas noches hasta el perro guardián, feroz y fino ejemplar canino de raza “Corriente cruzado con De la Calle” se abstenía de emitir el menor ladrido y que decir de los aullidos que acostumbraba emitir en las noches frías.
Claro que no era un continuo pensar, pensar y pensar cómo darle “Jaque Mate” al contrario, también había recesos que aunque cortos relativamente, a lo sumo media hora, daban píe para discutir sobre sus tres temas favoritos; Beisbol, Política y toros, temas en que los seis u ocho asistentes nunca pudieron concordar pero, que si daban oportunidad a emitir algún comentario o chascarrillo que generaba tan sonoras carcajadas.
Lo inevitable sucedía y al romper el alba todos daban por terminadas sus correspondientes partidas y sin sueño y sin hambre cada integrante salía del taller mecánico de mi papá rumbo a sus cotidianas actividades tomando cono centro el rumbo de los panteones, cada uno se dirigía a cumplir con sus deberes despidiéndose al tiempo de acordar la fecha para la próxima reunión y desde luego en el mismo lugar.
Datos del Cuento
  • Categoría: Hechos Reales
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