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Hace ya muchos días que la señora Josefina se levanta por las mañanas y lo primero que hace es ir a ver su jardín para comprobar que están todas sus flores.
- ¡Otra vez que ha venido el muy granuja! – gritó en alto Josefina.
- ¿Qué ha pasado? – Contestó asomando la cabeza por la ventana Jerónimo, su vecino-.
- ¡Qué me han robado otra rosa blanca del jardín! Y con esta ya van seis. Me voy a tener que comprar un perrito que me ayude a vigilar mis plantas. ¿Quién podrá ser?
- Cualquiera por gastarte una broma, Josefina. No le des más importancia e intenta tener los arbustos más altos para que nadie pueda saltar a tu jardín.
Resignada, Josefina entró en casa y se sentó en el salón a tomar un té. Pero no dejaba de pensar cómo podía hacer para pillar al ladrón. Cuando ya solo quedaba un sorbo dentro de la taza caliente se dijo así misma:
- ¡Ya lo sé! Colocaré una cuerda alrededor de mis rosales y aquel que se atreva a cruzar entre ellos para robarme una rosa se quedará atado a alguno de los hilos y así podré saber quién es.
Josefa se imaginaba a todo tipo de ladrones. Altos con larga barba negra y un enorme saco marrón, posibles piratas con anchos gorros y calaveras pintadas, vecinos encapuchados que tenían envidia de sus rosas….
De modo que Josefina colocó su trampa y se fue a dormir.
A la mañana siguiente Josefina se despertó temprano para ir corriendo al jardín, pero cuando llegó allí e hizo un recuento de todas sus rosas vio que no faltaba ninguna. Le dio pena porque tenía ganas de descubrir quién era su ladrón de rosas.
A la noche siguiente Josefina volvió a tensar bien los cables e incluso decidió poner junto a los arbustos un bote de pintura para que el posible ladrón al saltarlos tirará el bote de pintura y así llevará alguna marca al volver a su casa.
Se metió en la cama y cuando estaba sumida en un profundo sueño de repente se oyó un: ¡Plooof!
- ¡Ay, dios mío! ¡Es él! ¡Aquí está el ladrón! – Se dijo Josefina. Tendré que asomarme al balcón y llamar a la policía.
Cuál fue su sorpresa cuando lo que encontró fue a una niña del barrio con sus largas trenzas rubias llenas de pintura naranja y un lío de cuerdas entre las piernas. Josefina bajó enseguida las escaleras y salió al jardín.
-Pero bueno, niña. ¿Así que eres tú la ladrona de rosas?. Menudo misterio. ¿Por qué haces esto?
- Perdone señora. Es que mi abuelita está enferma y triste y le encantan las rosas blancas y como no tenía dinero y ví que usted tenía tantas en su jardín... pensé que no pasaría nada si cogía alguna para ella… Le pido perdón, no tenía que haberlo hecho - le dijo la niña realmente arrepentida.
- Vaya…Si es por eso no te preocupes. Puedes venir y pedirme rosas siempre que quieras. Juntas elegiremos la más bonita para que tu abuelita sonría y mejore.
La niña le dio las gracias y un gran abrazo a Josefina y además aprendió desde aquel día que siempre es mejor decir la verdad a los mayores.
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