Un niño de algunos meses de nacido caminaba a gatas, y lentamente se desplazaba por las frías baldosas del brillante piso del comedor. Su mirada abarcaba distintas perspectivas, las cuales para cualquiera de nosotros pasarían desapercibidas. Así por ejemplo podía ver el chicle blancuzco pegado debajo de la mesa, los minúsculos huevos de araña debajo de la silla, los trazos mal pintados de los zócalos de la pared, las interminables filas de hormigas que deambulan sin detenerse, y los múltiples granitos de azúcar y de sal que reposan debajo de la mesa del comedor. Es precisamente allí donde comienza esta historia, cuándo el niño detiene su gateo, y comienza a escuchar disimuladamente la acalorada discusión que los granos dulces tenían con los granos salados:
- Nosotros provenimos de la inmensidad del mar y nos regamos por las extensa playas, disfrutamos el sol y brillamos con nuestro blanco aspecto; y ustedes provienen de la caña, son extraídos de un guarapo dulce y convertidos en granos ásperos y deformes.
- Nosotros, estamos presentes en cada detalle de la mesa. En las carnes, las sopas, las ensaladas, los asados, y múltiples variedades más; ustedes sólo se presentan en los jugos naturales, y eso a veces, ya que hay personas que los prefieren sin azúcar.
- Ustedes son guardados en vulgares recipientes de uso diario, nosotras en cambio somos colocados en pequeños recipientes de hermosos cristales y pulidos metales.
Todo parecía indicar que los granos de sal eran los privilegiados, atacaban y ofendían a sus dulces vecinos. Mientras éstos callaban y esperaban la mínima oportunidad, para refutar tales aseveraciones y defender su honor ante aquel salado atropello.
- Nosotros tenemos mayor nivel de tolerancia, decían los granos dulces, la gente puede tolerar arroz con azúcar, carnes con sabor dulzón, hasta cotufas azucaradas, en cambio nadie tolera el café con sal y ni que hablar de un jugo de frutas salado.
En eso llegó un grano de arena, queriendo poner su grano de arena, en aquella inesperada confrontación:
Yo creo, decía el grano de arena, que los granos dulces son los preferidos en toda la tierra, nunca he visto ninguna hormiga comer un grano de sal, en cambio siempre sí he podido observar ejércitos enteros de ansiosas hormigas que rodean, saborean y transportan granos de azúcar.
- Tú de que hablas, respondieron furiosos los granos de sal, si tu no tienes sabor, y nadie te quiere, la gente se baña en las playas y lo primero que hacen al salir, es quitarse los molestos granos de arena del cuerpo. Tú podrás absorber toda el agua que quieras, pero de allí no pasas… Mejor cállate, que esto es cuestión de sabores.
Pero bueno, que les pasa a ustedes, creo que se están pasando de “salados”, es que acaso creen que no hay nada mejor que un grano de sal? , fue la pregunta de un grano de caraota que se incorporó a la refriega, ustedes, señoras cristalinas, acaso no se habrán dado cuenta que todo lo tierno lo asocian a lo dulce, en cambio lo de mal gusto, suelen llamarlo “salado”; hasta se han popularizado por allí algunas brujas recogiendo granos de sal.
- Mire señora dicotiledónea, usted no se meta, ya que usted no tiene vela en este entierro, usted es un grano de otro tipo y nadie la ha llamado por aquí…Porqué mejor no se va a bañar y deja su mugriento color en el agua, que al menos para una sopa servirá.
- Epa, un momento, esto si no lo voy a permitir, dijo presuroso un grano de arroz rompiendo su silencio, el grano de caraota y yo somos del reino vegetal, pero eso no nos descalifica para opinar y ponerlo a usted en su sitio, y no es precisamente en el salero…Vamos sal… sal de aquí.
En eso llegó un grano de oro, amarillo y reluciente, vamos a dejar la discusión señores, si alguien aquí es importante soy yo, que me importa saber si tengo ó no tengo sabor, aquí el más cotizado soy yo … No sigan más esta discusión, vamos al grano y punto.
Y mientras los granos se confundían entre aquella interminable refriega, cayó de repente una pequeña gota de agua que pendía del mantel de la mesa, y acabó con todo: los granos de azúcar al igual que los de sal se disolvieron de inmediato, mientras los granos los granos de arroz y caraotas se alejaban a toda carrera, pues ya se acercaba la hora del almuerzo. El grano de arena, un poco humedecido se retiraba sintiendo pesadez en el cuerpo, buscando los rayos de sol para recuperar su normalidad, y el grano de oro para evitar en lo posible mezclarse con otros granos, se fue incrustado en las rodillas del niño, que cansado de tanto pleito, emprendió su gateo hacia otras áreas de la casa.
Amigo Alejandro, dispuesta a leer todos tus buenos escritos, de nuevo. Un besito Pilar