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La garza real

Un fresco día de verano, una elegante garza real salió de entre los juncos y se fue a pasear ¡Era un día perfecto para dar una vuelta y ver el hermoso paisaje!



Se acercó a la laguna y vio un pez que le llamó la atención. Era una carpa que jugueteaba alegremente entre las aguas.



– ¡Uhmmm! ¡Es una presa grande y sería muy fácil para mí atraparla! – pensó la garza – ¡Pero no!… Ahora no tengo apetito así que cuando me entre hambre, volveré a por ella.



La garza siguió su camino. Se entretuvo charlando con otras aves que se fue encontrando y más tarde se sentó un ratito a descansar. Sin darse cuenta, habían pasado tres horas y de repente, sintió ganas de comer.



– ¡Volveré a por la carpa y me la zamparé de un bocado! – se dijo a sí misma la garza.



Regresó a la laguna pero la carpa ya no estaba ¡Su deliciosa comida había desaparecido y ya no tenía nada que llevarse a la boca!



Cuando se alejaba del lugar, vio unos peces que nadaban tranquilos.



– ¡Puaj! – exclamó con asco la garza – Son simples tencas. Podría atraparlas en un periquete con mi largo pico, pero no me apetecen nada. Me gusta comer cosas exquisitas y no esos pececitos sin sabor y ásperos como un trapo.



Siguió observando la laguna y ante sus ojos apareció un pez pequeñajo y larguirucho con manchas  oscuras en el lomo. Era un gobio.



– ¡Qué mala suerte! – se quejó la garza – No me gustan las tencas pero los gobios me gustan menos todavía. Me niego a pescar ese animalucho de aspecto tan asqueroso. Mi delicado paladar se merece algo mucho mejor.



La garza era tan soberbia que ningún pez de los que veía era de su gusto. Lamentándose, buscó aquí y allá alguno que fuera un bocado delicioso, pero no hubo suerte. Llegó un momento en que tenía tanta hambre que decidió conformarse con la primera cosa comestible que encontrara… Y eso fue un blando y pegajoso gusano.



– ¡Ay, madre mía! – dijo la garza a punto de vomitar – No me queda más remedio que tragarme este bicho horripilante. Pero es que estoy desfallecida y necesito comer lo que sea.



Y así fue cómo la exigente garza de pico fino, tuvo que dejar a un lado su actitud caprichosa y conformarse con un plato más humilde que, aunque no era de su agrado, le alimentó y sació su apetito.



Moraleja: muchas veces queremos tener sólo lo mejor y despreciamos cosas más sencillas pero que pueden ser igual de valiosas.


Datos del Cuento
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