Jamás Wilson pensó que ella cambiaría su vida para siempre, le echaría a perder su trabajo, le destruyera su hogar, perdiera el amor de sus hijos y que la mujer le fuera infiel en sus propias narices.
Sus amigos en la oficina hablaban y hablanban de ella, él paraba las orejas y los escuchaba, se pasaban horas hablando de lo maravilloso que era, hablaban con tanto ímpetus que Wilson quiso saber como tenerla entre sus brazos.
Cuando escuchaba decir todo lo que ella podía hacer, suspiraba, sus babas le corrían por los labios...
__" La adoro, es espectacular"- decía Carlos...
__ " Soy feliz desde que la tengo"
__ " Mira si es rápidita "...mmmmmm- decía Alfonso.
Fueron tantos los comentarios que el pobre Wilson sólo pensaba en ella, sería de él, la había visto ya, le puso el ojo, sólo era cuestión de esperar unos días en que pudiera reunir algún dinero, aquel gusto le saldría caro.
Aquella tarde caminaba como un ejecutivo, tenía dos mil pesos en el bolsillo que había obtenido de un prestamista amigo. Su mujer ignoraba que se había metido en otro enredo económico más, ya era bastante, le debía a todo el mundo, ni las promesas que había hecho a los santos para que lo ayudaran las había pagado.
Pero a él no le importaba, decía a su mujer:
" Yo no me preocupo que se preocupen a los que les debo" Total, Kmart debe 4 mil millones y están tranquilos, además nos les oblegué a que me prestaran...
Eso le traía muchas complicaciones con su señara que era una muy religiosa, una cristiana de verdad que pasaba verguenzas cada vez que llamaban para cobrarle o lo visitaban a su hogar...
Wilson caminaba como un pavo real, se creía un Presidente, un tipo importante, de ahora en adelante todos en el barrio conocerían las aventuras de Wilson Cornelio Pérez, mejor conocido como la Peste Bubónica porque nadie se le acercaba por no prestarle un centavo. Hasta en una ocasión, cuando pasaron a coger la ofrenda en la iglesia, tomó de la cajita cinco pesos y que para comprar leche y pan ya que en la casa no había nada de comer.
Era un tipo raro, buena gente, era el "show" en las fiestas del barrio, el hazme reír de todos, pero él se creía la gran cosa humana, el meollo de la vaina dominicana, la esencia misma del coño venezolano. Wilson se le cagó en la madre a todos los cómico aunque sus chiste daban deseos de llorar, eran chistes estúpidos, sin sentido.
Ahora respiraba profundamente, se arrglaba su corbata despintada, de esas baratas que venden en las calles, vestía de rojo, rojo el traje, rojo sus zapatos, rojas sus medias, parecía un payaso. Caminaba erguido, eso sí, el tipo tenía una buena figura, era espigado, delgado, sus labios finos y sus manos parecían las aspas de los molinos de viento de don Quijote.
A veces metía su mano derecha en el bolsillo y le tocaba la cara a Jorge Washington, le gustaban los verde como el diablo. Tenían un montón, pero los que le gustaban eran los de Hamilton, los de 20.00.
Cuánto gozaría con ella, sus noches serían distinta, ah eso sí, tenía que buscar un lugar especial en su casa para llevarla y lo haría cuando su mujer Elena estuviera fuera y sus hijos en la universidad. Sentía una emoción terrible, se sentía importante, había escuchado en la oficina como todos deseaban tenerla.
Pero sólo él disfrutaría de sus encantos, de sus habilidades... sólo él sería el dichoso de poseerla.
A la semana de tenerla escondida en su casa comenzaron sus problemas. En la primera semana faltó tres días porque estaba enfermo, todo era mentira se había amanecido con ella. Y en la segunda no asistió, así que lo suspendieron de empleo y paga. Con esa situación las cosas se empeoraron hasta el punto que le quitaron su automóvil... pero no le importó nada pues ya no tenía trabajo y no tendría que usarlo.
Su mujer estaba que ardía de coraje, ignoraba lo que pasaba, por qué permanecía encerrado, llegó a pensar que estaba muy deprimido, apenas comía, hacía dos semanas que no hacían el amor, siempre estaba agotado, cansado, con dolor de cabeza...Eso la llevó a invitar a un amigo a su casa, y mientras Wilson estaba encerrado, ella veía las estrellas...
Sus dos hijos se habían ido a vivir con la abuela, no podían estudiar escuchando las peleas de sus padres.
Las cosas se pusieron color hormiga brava para Wilson pues no había pagado el dinero que le cogió prestado a su amigo y éste, que era un matón, lo amenazó frente a su casa. Allí su mujer se dio cuenta de que algo malo había hecho su marido.
Pero Wilson esperó un día que su mujer se fuera a visitar a su madre y alquiló una camioneta y sacó de la casa un televisor enorme, la nevera y los muebles. Con el dinero que obtuvo de la venta pudo abonarle algo a su amigo y así se libró de una golpiza segura. Cuando llegó su mujer lo encontró en el balcón llorando. Le dijo que unos pillos lo sorprendieron y saquearon la casa, el muy canalla le mostraba una laceración que él mismo se hizo golpeándose contra la pared.
Pudo engañar a su mujer y ganar esta batalla pero lo cierto era que la guerra continuaba y su mujer no estaba muy satisfecha con la historia que le había contado.
Wilson encontró un trabajito cerca, aunque no ganaba mucho, así tenía a su esposa contenta y podía llevar su comprita regularmente.
Pero la luna de miel terminó como el rosario cantao, a golpes y descubriéndose la gran verdad.
Una noche su mujer escuchó gemidos en el cuartito que Wilson había preparado. Era pequeño pero cómodo, nadie había entrado allí desde que él lo hizo cuando dividió la marquesina de la casa y le puso un pequeño acondicionador de aire.
Pero los gemidos de Wilson eran tan prolongados que su mujer no aguanto más y buscó un martillo y comenzó a derribar la débil puerta. Una vez pudo hacerle un hueco cerca de la cerradura logró abrirla.
Y vio asombrada como Wilson se masturbaba mientras observaba un vídeo pornográfico en su amada y dulce computadora, aquella máquina causante de su destrucción...
Su mujer dio tres pasos hacia adelante y levantando su mano derecha dejó caer el martillo en la pantalla del ordenador y el pobre Wilson tuvo que salir corriendo casi desnudo ante el asombro de todos sus vecinos que se morían de la risa al ver a aquel hombre tan grande huyendo como alma que lleva al diablo.
Fin