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Augustito Calentito

Augustito Calentito era un ratoncillo de ciudad que vivía plácidamente en una gran casa, con todas las comodidades que ningún ratón pudiera soñar: siempre encontraba agua tibia para bañarse, comida aún caliente, ropa de abrigo o lo que fuera. Con él vivía un tipo raro, Duretas Aguantetas, que incomprensiblemente, a pesar de tener todas esas comodidades, cada día renunciaba a una o dos de ellas. Era capaz de lavarse con agua fría teniéndola caliente, o de mordisquear puerros teniendo al lado un trozo de queso. Y lo peor era cuando trataba de convencer al bueno de Augustito para que también lo hiciera:

- Venga, hombre, te harás un tipo más duro. ¡Que te estás convirtiendo en un blandito! - le decía.

Y el pobre Augustito se daba la vuelta, se envolvía en su manta calentita y se ponía a leer, pensando cómo podía haber todavía gente tan bruta.

Pero la desgracia quiso que una noche cayera tal nevada en la ciudad, que la ratonera de nuestros amigos quedó completamente sepultada y aislada por una montaña de nieve. Trataron de salir, pero el frío era intenso y no creyeron poder cavar un túnel con tanta nieve, así que decidieron esperar. Pasaron los días, seguían rodeados de nieve, y ya no tenían comida. Duretas aguantaba bastante bien, pero el bueno de Augustito, privado de sus baños, su comida y su abrigo, estaba a punto de perder el control. Era un tipo culto, que había estudiado mucho, y sabía que no aguantarían más de 3 días sin comida, los mismos que habían calculado que necesitaban para cavar el túnel a través de la nieve, así que no les quedaba otro remedio que lanzarse a cavar.

Pero en cuanto tocó la fría nieve, Augustito dio media vuelta. No podía con aquel frío, ni con tanta hambre ¡ni siquiera sabiendo que estaba a punto de morir! Duretas, sin embargo, lo aguantaba bastante bien, y comenzó a cavar, al tiempo que animaba a su compañero a hacer lo mismo. Pero Augustito estaba paralizado, no podía aguantar tan terribles condiciones, y ni siquiera podía pensar con claridad. Y entonces vio a Duretas, "aquel bruto", y comprendió que era mucho más sabio de lo que parecía, pues en lugar de hacer como él, se había acostumbrado a hacer las cosas porque quería, y no sólo las más apetecibles de cada momento. Y podía mandar cavar a sus patitas sin importar que estuvieran moradas por el frío, algo imposible para él mismo, por mucho que lo desease. Y con esos pensamientos, y una lágrima de impotencia, se echó sobre el calentito montón de plumas que le servía de cama, dispuesto a dejarse morir.

Cuando abrió los ojos, creyó estar en el cielo, pues la cara de un angelito le estaba sonriendo. Pero con gran alegría comprobó que sólo era la enfermera, quien le contó que llevaban días curándole, desde que un valiente había llegado allí con las cuatro patas congeladas, y les había indicado cómo encontrarle antes de caer sin fuerzas. Cuando Augustito corrió a agradecer a Duretas su ayuda, le encontró en pie, muy recuperado. Había perdido varios dedos y una oreja, pero se le veía alegre. Augustito se sentía muy culpable, pues él estaba entero, pero el bruto de Duretas le respondió:

- No te preocupes, si no fuera por esos dedos y esa oreja, yo tampoco estaría aquí. ¡No han podido tener mejor uso!

Por supuesto, siguieron siendo grandes amigos, pero Augustito ya nunca pensó en Duretas como un bruto, y junto a él, se propuso recuperar el control de su calentito y caprichoso cuerpecito, renunciando cada día a una de esas innecesarias comodidades de la vida moderna.

Datos del Cuento
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