El impío toma prestado y no paga,
mas el justo tiene misericordia y da...
Salmo 37:21
Aquella tarde de verano era imposible. El calor quemaba mi piel y sentía un volcán correr por mis venas. Apenas podía coordinar mis pensamientos, mis ideas se ahogaban en aquel turbulento mar de confusiones. Quería gritar pero era imposible. Sentía que mi corazón latía con prisa, con agonía; era como se me arrastrara hacia un abismo sin salida.
La idea de pasar un rato en meditación profunda me llevó a la playa. Allí el ambiente era mucho mejor. Podría acostarme debajo de los rayos del sol hasta quemar mi cuerpo, mi mente, mi alma, mi espíritu...nada me importaba, todo era igual.
Jamás había pasado un situación como ésta. No me importaba el trabajo ni mis responsabilidades. Le debía a todo el mundo y me daba lo mismo. Estaba muy enfermo pero me importaba una quenepa de Ponce si me moría o no. La muerte es una mierda que jamás he podido comprender y menos aceptar; pero ahora me importaba un carajo.
Mi orgullo me importaba un bledo. Al diablo el que dirán social, las quejas, las críticas, las murmuraciones. Este mundo esta lleno de tipos como yo. Tipos que se pasan toda la vida pensando que el mundo es bueno y que tenemos que jodernos por los demás. Tipos como yo que se creen que tienen una misión divina aunque nunca han escuchado la voz de Dios como otros seres privilegiados. No sé como ellos logran hablar con Dios tantas veces.
Aunque realmente no tenía nungún interés de hablar con el Creador. A la verdad que mi relación con Él cada día está más crítica.
La brisa suave soplaba con aroma a mar, con aroma a tranquilidad. El paisaje era precioso, las mujeres caminaban de un lado para otro exhibiendo lo poco o lo mucho que el Santo Varón del Cielo les había dado. No sentía ningún impulso nervioso, estaba apagado, sumido en una depresión diabólica, sin nombre y todo por las malditas tarjetas de crédito y otras cuentitas que me habían arruinado.
A veces me reía solo; quizás estaba perdiendo mi nivel, mi punto, mi línea entre la fantasía y la realidad, la realidad y la fantasía. Era como una sombra que cubría mis pensamientos, pensamientos torpes, agresivos, irónicos; quizás había llegado al límite en que la mente humana puede resistir la presión, la angustia, la tristeza.
Por primera vez sentí miedo, un pánico que se adueñó de mi corazón, mi mente y mi espíritu. ¿Perdería esta batalla?¿Ganaría la guerra?
Quedé sumido en el sueño. Volaban ante mis ojos aquellas malditas tarjetas rectangulares. Se burlaban de mí; me perseguían por un túnel estrecho y oscuro, brillaban en las oscuridad, podía leer sus nombres: Sears, Master Card, Visa, Discover, American Esxpress, Multi Mall,Plaza, Wester Auto, Marshall, JC Penney, Office Max... me asechaban con sus afilados dientes...
Veía a una jauría de cobradores que me perseguían con sus órdenes de cobro y sus amenazas. Ahí estaban mis acusadores, me sentí como el Cristo en el Calvario, como el caballo viejo del cuento del Abelardo... Aquellos gritos salvajes: "Qué pague lo que debe o lo metemos a prisión"... en mi conciencia resonaban las palabras bíblicas:" el impío toma prestado y no paga"... Aquellos tipos vestidos con corbatas de seda y de múltiples colores... Me veía frente al juez que me miraba con sus ojos de jabalí hambriento, aquel rostro espantoso; era la reencarnación del mismo Lucifer... aquellos espejuelos ridículos y su mirada de matón de barrio.
Me despertó el ruido extraño. Aquel sonido que posiblemente provinó de la parte donde termina la espina dorsal del tipo que se había ubicado cerca de mi durante mi sueño.
Les juro por los los huesos de mi santa anciana madre que al verle la cara creía que estaba en el mismo infierno. Me miró como para tratar de culparme del olor a región que se había apoderado del lugar. Lo miré con desprecio, con odio, con rabía...¡Nada más me faltaba!Sólo porque se parecía al juez de mi pesadilla.
El anciano sonrió y se levantó. Mientras se alejaba escuchaba sus murmuraciones.
___" A la verdad que esta contaminación nos hundirá con todo el palneta"
Volví a mi lectura. No sé por qué estaba leyendo aquel libro sobre los ángeles. San Pablo me quitó el deseo de creer en ellos. A Jesús se le apareció un hermoso ángel en el desierto, se mostró amable y le citó la Biblia... pero era el mismo demonio en persona.
Estaba tan sumido en mis pensamientos que no noté cundo aquella hermosa mujer se sentó cerca de mí. La miré con disimulo, quedé como lechón en la vara, listo para la pasar la prueba de fuego. Sentí que algo se levantaba entre mis piernas... Era hermosa, rubia con ojos azules, sensual, caprichosa, aquellos labios carnosos, su mirada... Observé como levantó una de sus piernas y la cruzó sobre la otra.¡Santa Bárbara Bendita! Quedé sin respiración. Ella se colocó unos espejuelos negros y abrió un poco sus dos exquisitas y tentadoras piernas...
Por un instante olvidé mis amarguras, mis pesadillas, mis "Credit´Cards". Volví a cerrar mis ojos y mi imaginación voló por esos mundos de Dios. Flotaba en las nubes... Perseguía a la mujer entre el bello jardín, se esfumaba en el inmenso laberinto de caminos sin salidas. A veces era una sombra que volaba; no podía distinguirla... cada momento su figura se ennegresía, ya no era tan hermosa, me acerqué para estrecharla entre mis brazos...¡Pobre de mí!
¡Ay Santa Matutea!¡Qué vieja tan fea!
Abrí mis ojos...¡Ay, ay Santa Eutaquia! ...
¡No!,¡no!, Era imposible...¡Dios mío!... Allí estaba ella... Erguida frente a mí, con sus ojos azules, con su cabello rubio, con su mirada de diosa, con sus senos tentadores, con su sonrisa hechicera... Ella me volvió a mirar, la miré tembloroso, estaba como un volcán a punto de reventar en lava ardiente... ella se sonríó dulcemente... me reí nervioso...
Entonces escuché su melodiosa voz por vez primera, escuché sus labios murmurar entre dientes y mis oídos se alertaron como el chita cazador... entonces...
___¿Es usted don Juan Cruz Morales?
___Sí, ¡Para servir a tan hermosa dama!
y extendió su mano...
___¡Aquí tiene un emplazamiento del Tribunal por cobro de deudas... Por fin lo encontramos... y...
Fin
José Luis. Vuelvo a repetirle que le admiro: por su arte divino para fabular, por su facilidad de estilo y, primordialmente, porque usted con su colaboración da lustre y prestigio a este 'buscacuentos', en el que yo también hago mis pinitos, pero no con la enjundia y buen hacer que trasciende de los suyos. Huelga decir que cuando abro esta página, lo primero que hago es mirar si aparece su nombre, por la satisfacción y buen rato que obtengo con la lectura de sus escritos. Felicidades y un fuerte abrazo de su admirador.