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Todo lo que creí reconocer alrededor mío, todo aquello con lo que creí tejer una red de identidad, no tiene más autor ni más culpable que yo mismo.
No guardaba mayor verdad que la que quise figurarme, no era su belleza sino mi propio maquillaje, ni podía sentir lo que yo hubiera sentido porque sencillamente no era yo.

Y ahora que ya tengo la cuarentena cumplida y me afeito casi todos los días, he resuelto irrevocablemente hacerme mayor, aunque escriba como siempre las cartas a mi misma dirección para que no haya lugar a error y para evitar un posible olvido.

Da igual cuando me encuentren muerto, que un policía profesional y eficiente diga que fue un suicidio, porque él nunca habrá sido yo y no sabrá nada de nada.
No importa lo que diagnostique el forense, ni que un resuelto psiquiatra opine que me maté en legítima defensa.

Porque:
Yo que me he llegado a arrepentir de arrepentirme o de haber respirado más oxígeno del que me tocaba.
Yo que he cargado muchas más culpas de las pertinentes y que he querido creer que estaba en compañía.
Yo que he vivido mi vida como una mera masturbación confundida y delegada a la fuerza.
Yo que he profanado el pensamiento que no me pertenecía y que me he sentido defraudado porque nadie más en el mundo era yo, hoy me hago por fin mayor y cuando acabe conmigo será, que conste en acta, por un ajuste de cuentas intempestivo y tardío.
Muerte al ego.