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Papélimo y Omar

Omar había aprendido a cepillarse los dientes cuando era aún un niño de 2 años. Con su rechoncha mano cogía el cepillo de suaves cerdas y lo pasaba por cada uno de sus pequeños dientes. En el colegio había aprendido que era muy importante no olvidarse de la lengua, ya que ahí se concentraban muchas bacterias y gérmenes que podían terminar provocando caries. 

Omar sabía muy bien lo que eran las caries, porque su primo Juan ya había tenido unas cuantas. Le encantaban las chucherías y sus preferidas eran las que se pegaban a las muelas al masticar. Lo malo es que comía muchas, cuando sus padres no le veían para regañarle, y después no se lavaba los dientes. Se metía en el baño para simular que lo hacía, pero en realidad se pasaba cinco minutos sentado en la banqueta mirando a la pared. A la larga, Juan tuvo que ir al dentista a que le empastaran dos muelas totalmente atacadas por la caries. 

Por todo eso, viendo lo que había pasado su primo en el sillón del dentista, Omar se cepillaba los dientes a conciencia tres veces al día: después de desayunar, en el baño del cole después de comer en el comedor y por la noche antes de irse a la cama. Le gustaba la pasta de dientes de fresa especial para niños. Un día había probado la de sus padres y le había parecido demasiado fuerte. La suya tenía un pequeño dinosaurio impreso en el bote que sonreía mientras enseñaba unos dientes puntiagudos, superblancos y relucientes. 

Un día, mientras Omar estaba terminando de cepillarse los dientes para ir a dormir, se agachó para ver por el agujero del desagüe del lavabo. Obviamente, no es algo que hiciese muy a menudo, pero ese día escuchó un ruido que le inquietó. Era una especie de chisporroteo que subía y bajaba de intensidad. El niño no le dio importancia porque pensó que sería una rata correteando por dentro de las tuberías. Se fue a la cama y se durmió pero, al cabo de unos minutos, volvió a escuchar el ruido. Se acercó al baño y estuvo a punto de caerse de culo cuando vio lo que allí había. Un gigantesco muñeco de papel con largas manos y tristes ojos. Omar se dio cuenta del motivo de aquella extraña criatura de nombre Papélimo. Un motivo que vosotros conoceréis a continuación….

A pesar de que Omar se lavase tan bien los dientes, no era igual de responsable en todo. Aunque en el cuarto de baño había papelera, él tiraba los canutillos del papel higiénico por el inodoro. También las toallitas húmedas que hay en casi todas las casas y los bastoncillos de limpiarse las orejas. Aquel muñeco era el fruto de todo aquello que se había ido acumulando en las alcantarillas por culpa de aquella mala costumbre de Omar y de mucha otra gente. Había decidido salir para explicar lo peligroso que era hacer aquello. Además de porque se atascaban las cañerías y después había que llamar al fontanero, porque todo eso era muy contaminante. Hacía mucho daño también a las máquinas que se usaban para depurar el agua y que no fuese tan sucia hasta los ríos y el mar. El niño lo entendió todo a la primera y, desde ese día, empezó a usar la papelera del cuarto de baño. Y, por supuesto, a explicar lo que había aprendido a sus amigos y compañeros del cole.

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