Esa tienda de ultramarinos la recordaré siempre. Recordaré hasta el último sitio dónde Riad y yo estuvimos juntos, pero en especial la tienda de ultramarinos de la calle del bosque.

Fué allí donde lo conocí y también fué allí donde un día me abandonó dejándome en la más absoluta soledad, junto a aquél tocador de madera tan usado por su tía Antonia que ya en mis mejores tiempos estaba condenado a pudrirse en la más absoluta tiniebla, el olvido. También fué allí donde mucho tiempo después unos humildes obreros exhumarían mis más preciados recuerdos de aquellas nostálgicas y poderosas tierras de antepasados indígenas.

Días atrás un profundo sentimiento de desesperación y de necesidad de tenerlo atado a mí me rondaba el pecho. No lo entendía, nunca había experimentado algo así y ése era un nuevo sentimiento para mí. No sabía como iba a reaccionar él. La verdad empecé a dudar sobre la viabilidad de nuestro querer y ahora pienso en la posibilidad de que esa sensación que tenía de necesidad hacia él lo hubiese incomodado... aunque no lo creo. En el fondo llevaba tiempo ideando ese plan para abandonarme, seguramente a causa de otra mujer. Seguramente.

Podría haberlo seguido, pero no me convenía hacerlo. Ya había elegido su objetivo, hubiese sido un estorbo. Se hubiera separado aún más de mí. Y la verdad yo esperaba impaciente su reflexión para volverlo a tener junto a mí al cabo de un tiempo... y lo peor es que yo ya sabía que no regresaría. Además se despidió de una manera demasiado fría.

Él era alto y delgado, y casi nunca se afeitaba del todo, se dejaba un poquito de pelo porque decía que así los mosquitos no le arrancarían un trozo de su exótica belleza. Tenía vinticinco años y toda una vida por delante. Me quería. Aunque era bastante afeminado, tenía algo inquietante que atraía a las mujeres... menos a mí. Yo me enamoré por lo que era él -inteligente, simpático, agradable...- y no por el placer que podría aportarme, personal y sociablemente.

Su madre ya decía que sería un "Don Juan". Su tía Antonia lo deseaba en secreto y cada noche se encerraba en el báño alegando no encontrarse bien para espiar su desnudez mientras los demás dormían. Así, el día en que supo que yo era su novia estuvo toda una semana enferma a causa de ese sufrimiento que le proporcionaban los celos por ese amor tan prohibido. Creo que maldijo mi vida, porque a partir de ese primer encuentro con ella mi vida no fué precisamente un camino de rosas. No la culpo por ello, el amor es un sentimiento demasiado fuerte y yo al fin y al cabo era una intrusa en su vida.

El día en que me dijo aquellas malditas palabras que me hicieron estar ausente de este mundo durante varios días las recordaré siempre: "no te quiero hacer sufrir. Sólo te puedo querer como amiga, nada más. Me marcho." Y se marchó.

Días después del momento en que aquél con quien me había propuesto pasar el resto de mi vida me arrancó un trozo de la misma, decidí empezar una vida nueva, dejando atrás aquél pueblo de montaña de la misma pobre manera en que había llegado: sin nada. La decisión fué resultado de sentimientos de odio de la tía hacia mí, el no tener a nadie con quien hablar -a parte de Riad no había intimado con nadie más- y lo más importante, la necesidad de seguir adelante con o sin él, puesto que era joven y aún tendría que pasar muchas alegrías y, también, muchas penas.

No miré hacia atrás haciendo caso al experimentado cochero, quien sería el encargado de abrirme las puertas a esa nueva vida, en cualquier otra parte y con cualquier otra persona, y de paso, trataría desinteresadamente de encontrarlo.