Había una vez un paraguas mágico, ese paraguas servía para refugiarse de la lluvia pero todo el que se colocaba bajo él, de repente sentía una inmensa felicidad, su sonrisa florecía, si estaba contento chistes, bromas y gracias eran su conversación, si estaba triste sus lágrimas no asomaban y en su lugar, sin saber porqué nacía el esbozo de una pequeña sonrisa.
Aquel paraguas era mágico y su fama de ser un objeto positivo se extendía por muchos reinos y todos acudían a contemplarlo y si su dueño les dejaba disfrutar unos segundos de él, lo tomaban en sus manos lo abrían y al sujertarlo firmemente de repente les embargababa tal felicidad que les duraba ya todo el día la sonrisa en la cara.
El vecino del dueño del paraguas no podía soportar que todo el mundo quisiera acercarse a aquella casa que albergaba aquel maravilloso paraguas El había pintado su verja, había arreglado sus plantas de jardin, había pintado la fachada de su casa y sin embargo nadie se paraba a admirar su obra, su trabajo y su esfuerzo, todo el mundo pasaba de largo e iba a contemplar y disfrutar de poseer por un ratito aquel paraguas.
Resuelto a terminar con aquella fama, durante una noche estuvo ideando la forma de que aquel paraguas dejara de ser tan popular pero nada se le ocurría, pensaba una idea y enseguida la desechaba, no, no, eso no resultaría, se decía, me pillarían, no he de buscar otra forma, algo más silencioso. A la mañana siguiente al despertarse, habiendo estado toda la noche dándole vueltas a sus ideas en la almohada, en su cabeza brillaba una malicia. Entonces con sigilo se acercó a aquella casa, tomó el paraguas y sin que nadie le viera le rompió un varilla.
La gente ya muy de mañana comenzaba a acercarse a aquella casa pidiendo ver el paraguas y cobijarse bajo él. El dueño, como hacía todas las mañanas, sacó el paraguas y lo abrió, y al hacerlo una de sus varillas estaba rota, doblada, la figura de paraguas mermó. La gente al verlo, desconfió un poco pero al final aceptó refugiarse bajo el paraguas, el paraguas les dio felicidad pero su sonrisa esta vez ya no era tan profunda en ellos, pues andaban recelosos viendo que aquel paraguas ya no tenía la correcta forma de una paraguas. Toma, toma, decía uno, algo le pasa,ya no soy tan feliz, toma yo creo que este paraguas está roto. La gente que se agolpaba en su puerta empezó a murmurar y enseguida abandonaron aquella casa. El dueño viendo que a su paraguas algo le pasaba, lo cerró y se refugió en su casa.
A la mañana siguiente de nuevo al abrirlo una nueva varilla estaba rota y por ello su tela ya no quedaba tensada. Qué paraguas más feo, comenzaron a decir los que aún se acercaban, pues ya no eran muchos al correrse la voz de que no funcionaba bien; eso ya no puede ya dar felicidad, hombre, vendelo, le aconsejaban... Entonces el dueño al ver que su paraguas cada vez estaba más viejo sin entender qué pasaba lo vendió y se olvidó de él, ya no me servía pensaba, era mejor venderlo, alguno nuevo harán que pueda dar felicidad.
Pasaron varios años y un buen día corrió la fama en el reino de que un bastón al apoyarse en él volvía contenta a la gente. Ah, debe tener las propiedades mágicas de aquel paraguas ¿os acordáis?, vamos a verlo!, se animaban. Allá fueron todos y así lo comprobaron. Tomaban en sus manos el bastón se apoyaban y de repente les invadía una extrema felicidad, eran felices de nuevo, solo apoyándose en él. Pero de nuevo aquel ser envidioso rondando por aquella lejana casa pensó, si este lo rompo también, si lo astillo, la gente no podrá apoyarse, y se terminará su fama. Y de nuevo, sigilosamente lo quebró. Al día siguiente su dueño llorando por que su bastón había aparecido roto y ya no valía para dar felicidad lo cogio con rabia y lo tiró por la ventana a un camino.
Una niña que pasaba por allí vió como en sus pies caía desde una ventana un viejo trozo de madera roto en dos pedazos y en uno de ellos sobreesalía de forma llamativa una empuñadura de plata. Recogió la madera con sus manitas que por ser pequeñas casi no abarcaban el grosor de aquel palo, deutvo su mirada en el pedacito de plata que lo remata y pudo comprobar que formaba la cabeza de un cisne y llamándole tanto la atención, sonrió cogió su pequeño objeto plateado y se lo llevó a su casa. Al llegar se lo enseñó corriendo a sus papas, ellos al verlo se quedaron prendados de la belleza de aquella talla en plata, pues el repujado era un trabajo muy fino y detallado. La niña lo sujetaba fuertemente con sus manitas y no dejaba que nadie se lo quitara. ¿puedo quedarme con él?, pidió con su inocente voz. Sus padres se miraron y viendo la carita ilusionada de aquella niña por su halllazgo no tuvieron objección y le dijeron: sí, tú lo encontraste, túyo es, quédatelo, no creo que nadie venga a reclamar algo así, que es un adorno y no vale apra nada. La pequeña se llevó aquel trocito a su cuarto. Lo colocó como remate a una simpática cachava de muchos colores, de esas que llevan cascabeles y cintas de colores y allí lo posó.
A la mañana siguiente, al salir de su habitación la pequeña estaba radiante. Qué le pasa? le decía su mamá a su papá, te has fijado? no quita la sonrisa de su cara. Sí, es extraño, vamos a preguntarla. Hija, ¿te sucede algo?. No, dijo la niña, no me pasa nada, es solo que hoy hace un día estupendo, los pájaros se han acercado a mi ventana a cantarme, las nubes han dibujado un tobogán para mi y el sol al mirarme y darme calor me ha hecho cosquillas en la nariz, es solo que... hoy estoy feliz.
Los padres se miraron complacidos de tener una hija tan sensible y buena y siguieron con sus tareas.
Y desde aquel día, en silencio, cada mañana la niña bajaba de su habitación le daba un beso de buenos días a sus padres y se sentaba a desayunar haciendo florecer una sonrisa en su cara.
Nadie se acercó nunca a aquella casa para ver a una niña feliz, aquel ser envidioso no se preocupó de analizar porqué aquella niña tenía una sonrisa siempre en su cara, todos vivieron tranquilos y nadie supo nunca que aquella extraña magia de luz de amor, cariño y bondad residió siempre en una vieja empuñadura de plata, la que todos siempre habían tocado al apoyarse en un bastón o al abrir un paraguas. La que la niña tocaba todas las mañanas al saludar a su cascabelera cachava.
Moraleja:
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La felicidad no se destruye sino se sabe que se tiene cerca. Los envidiosos no sospechan de que haya algo "extraño" en la felicidad de una niña.
Y si alguna vez sospecharan de la sonrisa abierta de una pequeña, si intentaran quitarle su felicidad, no lo conseguirían, ni rompiendo esa cachava, ni astillándola ni quitando sus cascabeles, ni sus cintas ni quemandola pues...
¿quién se detiene a comprender que no se puede destruir la esencia de un simple pedacito de plata?
Querida Lágrima Azul: Me alegro de que hayas vuelto a contarnos un cuento infantil. Me ha resultado encantador y el mensaje que transmite es muy bueno. Nuevamente tu forma de narrar es extraordinaria. Así que sigues contando con mi admiración.