Despertar a las nueve y cinco. Despertar lívido y pálido, corazoncito de almendra. Cansado y descansado. Con la pesadilla de fobias montando cara. Desnudo y vicioso.
Las paredes de cristal del motel son testigos mudos. Sí, el techo es de cristal, también. Las sábanas limpias como en el "Holiday Inn". Dos allmohadas, un cuarto de baño estilo Madison Square.
Levantarse nervioso. Asustado, mirar el reloj... Darse otro medio baño. Recoger la ropa revuelta en el suelo. Ponerse los pantaloncillos "Play boy", los zapatos y camisa Pierre Cardin. Finalmente la corbata y el acostumbrado gabán en un santiamén.
Observar el cuerpo del placer tendido sobre la cama. Darle un besito en medio de la octava costilla intercostal del lado derecho. ¡Por el bien de la acupuntura! Dejar la tarjetita con el número teléfonico sobre el gavetero.
Pensar...pensar... Llámame, querido Jaime. Perdona que te deje, pero estoy tarde y debo llevar a mi mujercita a misa de once.
Belia E. Segarra
8 de mayo de 1983
Me parece que podría estar perfecta esta historia sin palabras tan terrenales. A veces mata la magia del lector cosas como; el nombre del hotel y las palabras técnicas. Es mi humilde opinión.