Los delgados rayos del Sol penetraban tímidamente a través de la densa bóveda de la selva. Una explosión volcánica reverberó en el aire; era la cuarta que se producía.
En el nido, la hembra de velocirraptor alzó la cabeza, alerta, y olisqueando el entorno durante unos segundos, lanzó un bufido. Después volvió a concentrarse en la única cría que tenía por el momento.
En ese instante, y totalmente ajeno a la actividad del volcán, un dilophosaurus pasaba por los alrededores de una charca. En la orilla de ésta, cuatro paquicephalosaurus y un stegosaurus bebían tranquilamente, y frente a ellos, una pareja de braquiosaurios hacían lo propio.
El dilophosaurus se dirigía a la jungla que se extendía ante él, sin prestar la menor atención a los herbívoros de la charca. Hacía muy poco que había comido.
Saltito a saltito, se internó en la espesura y continuó su camino. De pronto, notó dos sombras entre el follaje, que se movían con gran lentitud. Al cabo de unos instantes, las sombras se duplicaron. Velocirraptores.
El dilophosaurus dudó si seguir adelante. Había algo que le confundía: seguramente habían notado su presencia y aún así no atacaban. Intranquilo, desplegó las grandes aletas de su cabeza, que comenzaron a agitarse amenazadoramente. Pero los raptores parecían no estar interesados en él.
Entonces, continuó su camino, pero ahora, por si acaso, hacia la derecha, hacia el lado contrario de donde éstos estaban.
Un gruñido sordo turbó el canto de los pájaros: el velocirraptor del extremo izquierdo se había desviado medio metro y el de al lado le estaba corrigiendo.
El predador venenoso, inquieto, seguía avanzando a través de la maleza, sin darse cuenta de que los raptores estaban rodeándolo. Un movimiento de hojas lo hizo detenerse. Detrás de él, oyó las plantas agitarse al entrar en contacto con la rugosa piel de los raptores. Estaban muy cerca.
Con los ojos clavados en las hojas que tenía ante él, intentó descubrir qué las había podido mover. No pudo hacer más.
En fracciones de segundo, otro velocirraptor saltó de detrás de las matas mientras lanzaba su terrorífico chillido, y con agilidad felina clavó sus garras en el dilophosaurus y lo derribó. Después, con su letal garra añadida, lo abrió en canal y comenzó a comer mientras venían los demás.
Más tarde lo llevarían a los nidos para alimentar a todo el grupo.