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Categoría: Ciencia Ficción

Mundo Maravilloso...(Parte Dos-Final)

Pensaba en ello mientras el traje se desplazaba, ahora lentamente, cerca de las faldas de los elevados picos del sur… cuando la vio. Al principio pensó que lo mostrado por el monitor de su estrecho cubículo de mando era una imagen de archivo pero al constatar el origen confirmó que se trataba de visiones del exterior en directo. Detuvo el traje y con expresión (si se le podía llamar así) perpleja observó al ser diminuto que se cruzaba en el camino del ominoso robot. Miraba directamente a la cámara, de manera que era como si le mirara a los ojos. Van Temer examinó a la figura de arriba abajo. Vestía una túnica color pardo como única prenda y se guarecía de la nociva lluvia apenas con una palma seca de alguna planta ya extinta. Sus pequeños pies apenas si estaban provistos con unas precarias sandalias de algún indescifrable material. Sus ojos, de un azul imposible, no se apartaban de los suyos y parecían cantarle una dulce melodía. Le ordenó al procesador central que analizara la presencia:

“Humano, femenino, infante entre ocho y once años”.

La perplejidad se transformó en conmoción. ¿Cómo podía respirar?. ¿Cómo resistía su piel la lluvia ácida?. ¿Cómo es que la radiación no la reducía a cenizas?. Estos y mil interrogantes se plasmaban en su mente confusa cuando de su consola surgió la voz infantil que le decía:

“¿Qué haces allí dentro encerrado?. ¡Ven a respirar aire puro!.”

La niña le hablaba, su voz le sonó angelical e infinitamente dulce. Ya no los gruñidos y alaridos mutantes, durante décadas monopolizando sus oídos. Su mente se relajó y por una vez la matanza pasó a segundo plano. Sones suaves, sinfonías celestiales.

“¿Cómo te llamas?” se le ocurrió preguntar.

“Tania…” fue la angelical respuesta. La lluvia cesó y el Sol…(¡¿El Sol?!...) arrojó tímidos rayos sobre el suelo. Van Temer redireccionó la cámara para poder observar el hallazgo, las cenizas radiactivas nunca dejaron pasar la luz del Sol. La niña comenzó a saltar y a corretear en círculo, alegre, feliz.

“¡Ven a jugar conmigo!. ¡Ya sale el Sol!.”

Van Temer se desesperó. Ordenó al robot abrir la escotilla exterior, quería estar con la niña aunque sabía que sus atrofiados miembros móviles jamás le permitirían desplazamiento alguno, pero el robot le negó la operatoria, la escotilla exterior solo se abría ante la muerte de su ocupante. La frustración le nubló la mente, de pronto una creciente claustrofobia le atrofió los sentidos.

“¡Introduce el código “AZUL”!” le gritó la niña desde el exterior.

¿Cómo no se le había ocurrido?, pero, ¿cómo sabía ella de los códigos de excepción?. ¿Qué estaba cambiando en el exterior?, ¿qué se estaba perdiendo?. No importaba. Quería estar junto a la niña con toda su alma, había estado equivocado, engañado por Eternical durante toda su vida. Sin dudar un segundo ordenó la codificación y el robot no tuvo más opción que obedecer. Cuando la escotilla se abrió los gases tóxicos lo aniquilaron en un segundo. No sintió, por ende, las manos mutantes que lo arrancaron del cubículo de mando y lo arrojaron a un costado como la masa de carne inerte que era. Uno de los mutantes desactivó el dispositivo que interfería la cámara exterior y el monitor mostró entonces la realidad. Otro mutante pasó a ocupar el lugar que dejaba libre Van Temer y el robot limpió el espacio de la innumerable cantidad de sondas y sensores ya inútiles y se aprestó a acondicionar el lugar para su nuevo ocupante, cirugía de por medio. La escotilla exterior se cerró y el robot puso en marcha la labor. Pronto se enfrentaría a sus hermanos, infiltrado entre las filas enemigas. No eran muchos pero ya varios Lobos eran comandados por mutantes y el imperio de los androides tocaría a su fin.  

Los mutantes pensaban, creaban y construían pero los Lobos no se habían percatado.

De la más cruel de las masacres, de la devastación más pura, nacía el nuevo Homo Sapiens.

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